Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

La princesa encantada .067

67. Cuento popular castellano

Era un pescador y tenía un hijo. Y no le quería dejar ir a pes­car con él. Y el chico daba guerra porque quería ir con su padre. Y un día su madre le soltó al chico para que fuera con su padre, y se marchó con él.
Y al llegar al río, extendieron la rede para pescar y vieron a una trucha. Y le dijo el hijo al padre que si quería que se metiera por ella. Y el padre le dijo que bueno, que se metiera.
Y el chico se metió y fue detrás de la trucha. Y la trucha se metió en un hoyo, y el chico detrás de ella. Y cayó el chico a un jardín. Y en el jardín vio un hermoso palacio. Entró el chico por una puerta y, al entrar, vio una habitación que tenía en la puerta un letrero que decía: «Caliéntate, que pa ti está puesto.»
El chico entró y se calentó. Y dice:
-Voy a ver qué hay allí más alante.
Y se marchó a otra habitación. Y en la puerta había otro le­trero que decía: «Come, que pa ti está puesto». Y entró y comió el chico. Y después de comer se marchó áa otra habitación. Y miró otro letrero que decía: «Bebe, que pa ti está puesto». Y después de beber se fue a otra habitación. Y en la puerta había otro letre­ro que decía: «Vístete, que pa ti está puesto». Y entró y se vistió. Y después de vestirse se marchó a otra habitación que tenía en la puerta un letrero que decía: «Duerme, que pa ti está puesto». Y el chico entró y se echó a dormir.
Y le despertó una princesa encantada, y le dijo:
-¡Márchate, que aquí hay un gigante que, cuando venga, te matará!
Y el chico la dijo:
-¿Qué haría yo a ti para salvarte?
-No puede ser -dice-. Porque tendrás que ir al Monte Si­naf, y allí tendrás que coger a una serpiente; la tendrás que abrir, y saldrá una corza corriendo; la cogerás, la tendrás que abrir, y saldrá una paloma blanca volando; la cogerás, la abrirás, saldrá un huevo de oro; y me le traerás, y ésa es la salvación mía.
Y el chico ya marchó de camino. Y al llegar a la mitaz del ca­mino, se encontró con un león, un galgo, una aguilica y una hor­miga. Y le dijeron que si les quería repartir una res muerta que tenían. Y les dijo que sí, que se lo haría.
Y cortó la cabeza de la res y se la dio a la hormiga, diciendo:
-Aquí tiene ustez esta cabeza para que no pase ustez frío este invierno y coma bien.
Y luego dice:
-Para el galgo, los huesos... Para el león, la carne magra... Para el águila, las tripas, para que vuele mejor.
Y terminó, y dijeron los animales que estaba bien. Y el chico se marchó otra vez de camino. Y cuando había andado una milla o así, le volvieron a llamar. La dijeron los otros animales al águila:
-Tú que aguantas más, que le alcanzas más pronto, ve a de­cirle que no le hemos dado las gracias, que se vuelva.
Y cuando le alcanzó el águila, le dijo que se volviera, que no le habían dado las gracias, que les llamaría sinvergüenzas. Y el chico la contestó que era igual, que no se volvía. Y dijo el águila que sí, que se tenía que volver.. Y ya volvió otra vez para atrás. Según iba por el camino, iba diciendo el chico:
-Ahora que han terminado con la res, empezarán conmigo.
Y iba con miedo. Y al llegar allí le dijo el león:
-No le hemos dado las gracias. Queremos darle algo en re­compensa de lo que nos ha hecho. Yo, como león... ¡Tenga ustez un pelo!
Y se arrancó un pelo del hocico y se le dio.
-¡Tenga ustez! Cuando diga ustez, «¡Dios y león!», se vuelve ustez un león.
El galgo le dijo:
-¡Tenga un pelo!
Se arrancó un pelo del hocico.
-Cuando diga ustez, «¡Dios y galgo!», se vuelve ustez un galgo. Y el aguilica se arrancó una pluma y se la dio.
-Cuando diga ustez, «¡Dios y aguilica!», se vuelve ustez un águila.
Y la hormiga le dijo:
-Yo no tengo nada que darle; pero le daré una patita, aunque me quede cojita. Cuando diga, «¡Dios y hormiguica!», se vuelve ustez una hormiguita.
El chico les dio las gracias, se despidió de ellos y se fue otra
vez de camino. Y cuando llegó al Monte Sinaí, dijo:
-¡Dios y león!
Y se volvió un león. Y dijo: -¡Dios y hombre!
Y se volvió un hombre. Y dijo:
-¡Dios y galgo! Y se volvió un galgo. Y dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se volvió otra vez hombre. Dijo:
-¡Dios y águila! Y se volvió un águila. Dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se volvió otra vez un hombre. Y dijo:
-¡Dios y hormiga!
Y se volvió una hormiga. Y dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se volvió otra vez un hombre. Y volvió a decir:
-¡Dios y aguilica!
Y se volvió águila y se fue volando hasta el pueblo más próxi­mo. Y al llegar allí dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se volvió otra vez un hombre. Y fue a pedir posada en casa de un pastor. Y le preguntó el pastor que qué andaba haciendo por ahí. Y le dijo que se encontraba sin trabajo. Y le dijo el pas­tor si se quería poner a servir en su casa. Le contestó el chico que sí. Y le dijo el amo, el pastor, que no tenía que ir por el Monte Sinaí, que allí había una serpiente que le cogería y le mataría.
Como era la que él buscaba, al día siguiente se marchó al Monte Sinaí. Y al llegar al Monte, metió las ovejas en la hierba verde. Y ya, cuando se llenaron la barriga las ovejas, las iba diri­giendo para casa. Y se encontró con la serpiente. Y dijo:
-¡Dios y león!
Y se volvió un león. Y empezaron a luchar. Y ya, rendidos, dice la serpiente:
-Si yo tuviera un pan caliente y una copa de aguardiente, ¡yo te daría a ti la muerte, león valiente!
Y contestó el león:
-Si yo tuviera un pan caliente y una copa de aguardiente y el beso de una doncella, ¡yo te daría a ti la muerte, serpiente fiera!
Y ya, cansados de estar luchando, cada uno se retiró a un lado. Y dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se convirtió otra vez en hombre.
Y al llegar en casa del pastor, le preguntó que dónde había es­tado con las ovejas. Y le dijo el chico que metía las ovejas entre el trigo -y comían la hierba y dejaban el trigo. Y ya, después de encerrarlas, se acostó.
Y ya al día siguiente por la mañana se fue otra vez al mismo sitio con las ovejas. Y el pastor tenía dos hijas. Y la dijo a una que se fuera detrás del chico a ver dónde las metía, que se escon­diera entre los trigos y hierbas para que no la viera.
Y después de estar por allí un rato el chico con las ovejas, ya se iba para casa, cuando se encontró con la serpiente, y dijo:
-¡Dios y león!
Se convirtió en león, y estuvieron luchando también como el día anterior. Y cansados ya de estar luchando, dijo la serpiente:
-Si yo tuviera un pan caliente y una copa de aguardiente, ¡yo te daría a ti la muerte, león valiente!
Y contestó el león:
-Si yo tuviera un pan caliente y una copa de aguardiente y el beso de una doncella, ¡yo te daría a ti la muerte, serpiente fiera!
Y ya, cansados de luchar, cada uno se retiró a un lado. Y dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se convirtió otra vez en hombre.
Y la chica, que lo estaba oyendo, fue corriendo y se lo contó a su padre, que el pastor que tenían se convertía en león y andaba peleando con la serpiente del Monte Sinaí; y que decía que:
«Si yo tuviera un pan caliente y una copa de aguardiente y el beso de una doncella, ¡yo te daría a ti la muerte, serpiente fiera! »
Y aquel día estaban cociendo, y el padre la dijo a la hija:
-Pues, mañana, cuando estén en la pelea, vas, coges un pan de éstos que estamos cociendo, le das a morder un cacho, le das una copa de aguardiente y le das tú un beso, a ver si es verdaz que la mata.
Y al día siguiente vuelve el chico con las ovejas al Monte Si­naí. Y la chica se fue escondiendo entre los trigos. Cuando esta­ban otra vez en la pelea el león y la serpiente, dijo la serpiente:
-Si yo tuviera un pan caliente y una copa de aguardiente, ¡yo te daría a ti la muerte, león valiente!
Y dijo el león:
-Si yo tuviera un pan caliente y una copa de aguardiente y el beso de una doncella, ¡yo te daría a ti la muerte, serpiente fiera!
Llegó la chica por detrás, le dio a morder un cacho de pan caliente, la copa de aguardiente y le dio un beso. Y cayó la ser­piente muerta. Y dijo entonces el león:
-¡Dios y hombre!
Y se convirtió otra vez en hombre. Y dirigió a las ovejas hacia el pueblo. Y al llegar en casa del pastor le dijo:
-Me entrega ustez la cuenta, que yo mañana no puedo estar más aquí..., que yo mañana me tengo que marchar a mi tierra.
Y le dijo el amo que no se fuera, que le casaría con la hija que más quisiera..., que le daría todas sus ovejas. Pero el chico le dijo que no podía ser. Y se marchó.
Y volvió al Monte Sinaí y abrió la serpiente, y salió una corza corriendo. Y dijo:
-¡Dios y galgo!
Y se convirtió en galgo. Y, ¡venga a correr!... Y corrió detrás de ella hasta que la alcanzó. La cogió y la abrió, y salió una palo­ma blanca volando. Y dijo:
-¡Dios y aguilica!
Y se convirtió en águila. Y empezó a volar detrás de la paloma hasta que la cogió y la abrió. Y la sacó un huevo de oro.
Entonces empezó a volar hasta llegar al jardín donde había dejado a la princesa encantada. Al llegar a un árbol se puso allí encima. Y la princesa encantada, que estaba allí, al verla, dijo que sería él, porque allí no había aves de ninguna clase.
Y se hizo de noche, y se entraron el gigante y la princesa en­cantada dentro a dormir. Y dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se convirtió en un hombre. Y dijo:
-¡Dios y hormiguica!
Y se convirtió en una hormiga y entró por las randijas de la casa. Y al llegar a la cama de la princesa, dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se convirtió en hombre. Y dijo:
-¡María! -que así se llamaba la princesa.
La princesa se asustó y empezó a gritar. Se levantó el gigante y la dijo:
-¡Si me vuelves a llamar, te mato!
Y cuando se marchó, volvió a decir el chico:
-María, ¿pero no me conoces?
Y volvió otra vez a gritar la princesa. Y se levantó otra vez el gigante. Y empezó a mirar por todos los sitios; pero el chico se había convertido otra vez en hormiga, y el gigante no le veía por ninguna parte. Y la volvió a decir:
-¡Si me vuelves a llamar, te corto el pescuezo!
Y se volvió a acostar otra vez el gigante. Y el chico dijo:
-¡Dios y hombre!
Y se convirtió en hombre, y la dijo a la princesa:
-Pero María, ¿no me conoces? Si soy aquel del huevo de oro, que me encargaste que te le trajese.
Y dice la princesa:
-¡Ah, sí! ¡Recuerdo!
Y dice:
-Mira: vas a subir allá arriba, y vas a mirar por aquella ven­tana. Si ves al gigante que está con los ojos abiertos, está dormi­do; si está con los ojos cerrados, está despierto. Y tienes que de­jar caer el huevo sobre la frente. Si no le pegas en la frente, esta­mos perdidos los dos.
Y el chico subió a la ventana y vio al gigante con los ojos abier­tos. Y le dejó caer el huevo sobre la frente. Y el gigante dio un rugido y cayó muerto. Y el chico se lo fue a contar a la princesa, y la princesa dijo:
-Mañana saldremos de aquí y nos casaremos. Y así termina.

Vega de Valdetronco, Valladolid. Narrador XVI, 30 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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