Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

La mona encantada


105. Cuento popular castellano

Éste era un rey que tenía tres hijos. Un día llamó a sus hijos y les dijo que, como ya era muy viejo, quería dejar su corona a uno de ellos. Y les dijo:
-Quiero que os marchéis por el mundo; y el que mejor rega­lo me presente, se gana la corona.
-Pues, ¿qué regalo quiere usted que le traigamos? -le pre­guntaron.
-Una palangana. El que me presente la mejor palangana se gana la corona.
Y se marcharon los tres. Cada hijo cogió un caballo y se mar­chó cada uno por distinto camino. Los dos mayores la encontra­ron de seguía. Y el más pequeño se le hizo de noche. Y a fuerza de andar vio una luz a lo lejos. Y se acercó a ella, llamó a la puer­ta, y salió a recibirle una mona que era la criada del caserío. Y la dijo:
-¿Me podría hospedar aquí esta noche?
Y al mismo tiempo la mona llamó a la señorita:
-Señorita, que aquí hay un caballero, que si le podemos hos­pedar esta noche.
Y salieron unas cuantas de monas, porque en aquella casa todos eran monos y monas.
-¡Que pase! ¡Que pase! -dijo la señorita. Llamó a los criados y dijo:
-¡Recoger el caballo de ese caballero y lo arreglen ustedes! Y a las criadas las dijo:
-Preparadle la cena.
Y pusieron una rica mesa, elegantemente vestida, con buenos manjares. Dispués de cenar, estuvieron jugando al tresillo. Y cuan­do terminaron de jugar, la señorita dijo a la criada:
-Conducirle a su habitación.
A la mañana siguiente se levantó muy de temprano y le dijo la criada:
-Señorito, ¿cómo se levanta usted tan pronto?
-Porque traigo un encargo y tengo que andar el camino.
-Espere usted que se levanten las señoritas. ¡Señoritas! ¡Que se va el forastero!
-¡Ah! ¡Espere usted que se desayune, señorito! No se vaya usted­
-Traigo un encargo que hacer y tengo que buscarlo.
-Y, ¿qué encargo tiene usted que hacer? Aquí se lo podremos dar.
-Pues, soy el hijo del rey -dice-. Somos tres hermanos. Y nos ha dicho mi padre que el que la mejor palangana le presen­temos, que ganamos la corona.
Entonces la señorita llamó a la criada y la dijo:
-Trae -el bebedero más viejo del corral de las gallinas. Y en­ vuélvesele en unos papeles y dásele al señorito.
Le trajo la criada, y la señorita se le entregó al joven.
-Téngalo usted, caballero, y váyase usted a casa.
Y él, sin decir nada, lo cogió y se marchó. Y marchaba muy triste, pensando en que llevaba el bebedero más viejo de las ga­llinas. Al llegar a una fuente, se bajó de su caballo y, pensando en que llevaba un bebedero tan malo, le desenvolvió. Y vio que era una palangana preciosa, llena de perlas, esme-raldas, rubís, topacios y brillantes. Y al ver que era tan preciosa, montó en su caballo y iba muy contento.
Al llegar a su casa presentó su regalo a su padre y se encontró que sus hermanos habían presentado cada uno una palangana más inferior a la suya. Y le dijo su padre:
-La tuya es la mejor. Pero todavía no te has ganado la corona. Ahora tenéis que traerme una toalla. El que me presente la mejor toalla, se gana la corona.
Y montando de a caballo, como la vez anterior, cada uno se marchó por distinto camino. Y el menor se fue por el mismo ca­mino que antes. Él, que no quería ir por aquel camino; pero el ca­ballo no quería salir de él y siempre iba por el mismo. Y se le hizo de noche, y tuvo que volver por el mismo sitio que la vez anterior, porque el caballo no quería pasar de allí.
Llamó a la puerta, salió la misma criada y dijo:
-¡Señoritas, el señorito del otro día está aquí!
-¡Que pase! ¡Que pase! Y, ¡dile al criado que recoja el caballo y que lo arregle!
-Perdonen ustedes, que el caballo no ha querido ir por otro camino. Y se me ha hecho de noche, y vengo a que me den ustedes posada como el otro día.
Le pusieron la cena como la noche anterior. Y dispués de cenar estuvieron jugando al tresillo hasta acostarse.
Al día siguiente se levantó muy de temprano y le dijo la criada:
-¿Cómo se levanta usted tan pronto, señorito?
-Porque tengo que hacer un encargo y tengo que buscarlo.
-Pues aquí se lo darán las señoritas, como el otro día.
-No, señora, no es cosa que ustedes me puedan dar. Es cosa más pesada.
-¡Señoritas, que se va el señorito! Y salieron y le dijeron:
-Pues, ¿qué encargo tiene usted que hacer? ¿Qué desea usted? Aquí lo encontrará usted todo.
-Una toalla que le tenemos que presentar a mi padre para ganar la corona: Nos ha dicho que el que presente la mejor toalla se gana la corona.
Llamaron a la criada, y la dijo la señorita:
-Trae la rodilla más sucia que hay en la cocina.
Se la trajeron y se la envolvieron en unos papeles. Se la entre­gó la señorita, diciéndole:
-Téngala usted, señorito, y váyase para casa.
Y él, muy pensativo, se iba para casa. Al llegar a la fuente, se bajó de su caballo y, pensando en que llevaba una rodilla sucia, desenvolvió los papeles. Y se encontró con que era una toalla de damasco preciosísima.
Volvió a montarse a caballo y, al llegar a casa, enseñó la toalla a su padre. Y era mucho mejor que la de los hermanos mayores. Y le dijo el padre:
-La tuya es la mejor. Pero todavía no te has ganado la corona. Ahora el que mejor novia traiga, se casará con ella y ganará la corona.
Montaron de a caballo al día siguiente, y cada uno se marchó por distinto camino. Y el menor se fue por el mismo camino que antes, porque... él no quería ir por allí, pero el caballo no quería salir de aquel camino. Al llegar al mismo sitio, llamó, y salió la criada:
-¡Señoritas, el señorito del otro día!
-¡Dile que pase! ¡Y di al criado que recoja el caballo y que lo arregle! Y, ¡que pase!
Pusieron la mesa como las noches anteriores. Cenaron, juga­ron al tresillo y le recibieron en la misma habitación que las no­ches anteriores. En toda la noche pudo dormir, pensando en que era cosa más pesada que las otras.
Al día siguiente se levantó más temprano que los días anterio­res, y le dijo la criada:
-¿Por qué se levanta usted tan pronto, señorito?
-Porque traigo hoy una cosa más pesada que las de los días anteriores.
-Pues espere usted a que se levanten las señoritas. ¡Señoritas, que se va el señorito!
-¡Que espere un momento, que vamos ahora mismo! Bajaron al poco tiempo.
-¿Cómo se va usted tan pronto?
-Porque traigo una cosa muy pesada y tengo que andar el camino.
-Pues, nos diga usted, que aquí lo encontrará usted todo.
-¡Ay, no, señora! ¡No, señora! Usted perdone, pero eso no puede ser.
-¡Sí, sí! ¡Dígalo usted, que aquí lo encontrará usted todo! Pues, ¿qué? ¿No les han gustado a ustedes los regalos de los días anteriores?
-Sí, señora, han sido los mejores. Pero éste es muy pesado.
-Pues, ¡dígalo usted!
-Pues, nos ha dicho -dice- que el que mejor novia llevemos, nos casare-mos con ella y nos ganaremos la corona.
La señorita llamó a la criada y la dijo:
-Llama a la mona más fea que haya en la casa. Y se presentó la más fea. Y dijo a los criados:
-Aparejar nuestros carruajes, y montarnos todos para ir a celebrar las bodas.
Todos eran monos y monas. El joven cogió su caballo y volvía con ellos. Y allí iba muy disgustado. Pero al llegar a la fuente, se pararon a merendar. Y se volvieron coches y señoritas, todos muy elegantes y muy majos, todos muy bonitos.
Cuando llegaron a palacio, los dos hermanos mayores ya esta­ban allí. Y se creían que no las habría más bonitas que las suyas. Y al subir por las escaleras, el joven la subía del brazo, y, detrás, subían todas las señoritas muy elegantemente vestidas, muy majas, muy bonitas todas. Y cuando el rey vio a la princesa que venía con él, le dijo:
-Tú te has ganado la corona por haberme presentado los me­jores regalos y la mejor novia. Te casarás con ella, y ella será la reina.
Se casaron, vivieron felices y comieron perdices, y a mí no me dieron porque no quisieron.

Tordesillas, Valladolid. 2 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)



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