86. Cuento popular castellano
Éste era un matrimonio que tuvieron un
hijo. Y tan contentos estaban con él que no sabían a quién elegir de padrino.
Decía el marido:
-Onque se presentase San Pedro, no le
quería de padrino para nuestro hijo, porque ése repartió muy mal el capital. A
unos dejó mucho, y a otros no nos dio nada. A nadie buscaría de madrina más que
a la muerte, que nos ha hecho a todos iguales.
Ellos que estaban hablando esto,
cuando se presentó la muerte y les dice:
-Yo vengo a ser madrina de tu hijo.
Fue madrina la muerte. Y le prometió
al ahijao que no se moriría nunca mientras no rezase un padrenuestro. Además,
les mandó- a los padres que estudiase el hijo la carrera de médico -que hiciese
que la estudiaba, que onque no la supiese, que era lo mismo, que ella le diría
el modo de curar.
Fue creciendo el chico. Y cuando ya
tenía conocimiento, le dijeron los padres lo que le había pronosticao la
muerte, que no moriría mientras no rezase un padrenuestro.
El chico se fingió médico, y se le
apareció la muerte y le dijo:
-Mira, cuando vayas a visitar a un
enfermo, si me ves a mí a los pies, receta cualquiera cosa, una purga, una taza
hierbabuena, en fin, cosas que no tengan importancia, porque el enfermo no
muere. Y si me ves a la cabecera, es inútil que recetes, porque el enfermo se
muere. Pero guárdate bien de desobedecerme en lo que yo te digo; entonces,
¡tiembla!
Sucedió que se puso mala una hija del
rey, y habían llamao ya a todos los médicos del reino, prometiéndoles que el
que curase a su hija se casaría con ella. Llegaron a palacio los rumores de
ese médico tan bueno que todo lo curaba, y el rey le mandó a llamar, y le dijo:
-Si ustez cura a mi hija, se la daré
por mujer.
Entonces el médico entró a visitar a
la enferma, y ¡oh, sorpresa!, cuando vio a la muerte a la cabecera de la
joven. El médico temblaba al ver allí a la muerte, y al ver a aquella joven
tan hermosa que se moría sin remedio. Entonces el médico desobedeció y, como
nadie le vía, coge a la muerte y la cambea de la cabecera a los pies. Entonces
la muerte se puso irritada y le dijo que muy pronto se las había de pagar, que
aquella misma noche le llevaría con ella.
El pobre médico se encontraba
perplejo; pero como la muerte no se meneó de los pies de la enferma, el médico
pudo recetar a la joven, y nada más darle la medicina que le dispuso, azto continuo
la joven empezó a mejorar.
El rey estaba loco de contento. Le
hizo «protomedicato», y el médico se casó con la hija del rey nada más ponerse
ella buena. Pero la muerte estaba furiosa y no hacía más que perseguirle, y le
decía:
-No lograrás vivir con tu esposa. Por
desobediente, el mismo día de la boda vas a morir.
Se prepararon las bodas, y el médico
se acordó de la promesa que le había dicho la muerte, que mientras no rezara un
padrenuestro nunca se moriría.
Se casaron sin que de la boca del
médico saliese una oración.
Por la tarde, el día de la boda,
salieron la princesa y el médico a dar un paseo por un jardín que tenían a las
afueras del palacio. La muerte, que siempre estaba en acecho y que no quería
nada más que atraparle, en el camino por donde iban ellos se fingió de un pobre
que se había muerto en el camino. Y entonces, al llegar allí la princesa y el
médico, se asustaron y dice la princesa:
-¡Pobre hombre! Vamos a rezar un
padrenuestro.
Y entonces él no se acordó de la
promesa de la muerte y se puso con su esposa a rezar el padrenuestro. Nada más
que terminar de rezarle, se levanta la muerte y le dice:
-Ha llegao tu hora. Ya te dije,
«¡Tiembla el día que me desobedezcas!» Me desobedecistes y ahora en este
momento ya no eres nadie.
Y el pobre médico se quedó muerto en
el instante.
Morgovejo,
Riaño, León. Narrador
LXV, 21 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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