125. Cuento popular castellano
Éste era un soldado que había estado
en la guerra de Cuba. Estuvo allí cuatro años. Vino a España, y no le pagaban
los haberes de lo que le correspondía. Después de dos años le dice al padre:
-Ya que no puedo vivir aquí, voy a ir
por el mundo a vei lo que da el mundo de sí.
Al bajar un cerro, junto a un pueblo,
se encontró con un individuo que estaba sujetando una piedra, y le pregunta:
-¿Qué haces ahí?
-Pues, sujetando esta piedra. Si me
retiro, se aplasta el pueblo.
-¿Cuánto te pagan por sujetar la
piedra?
-Dos pesetas al día.
Entonces le dice el de los haberes:
-¿Te quieres venir conmigo?
Le dijo que sí. Se retiró, se cayó la
piedra y se aplastó el pueblo.
Siguen los dos más alante, y se encuentran
con uno que estaba arrancando árboles a tirón. Y le preguntan:
-¿Qué haces ahí?
Y dice:
-Arrancando un hacecillo de leña para
llevar a mi madre pa este invierno.
Le preguntan:
-¿Quieres venir con nosotros?
Y los dice que sí. Siguen los tres más
alante y se encuentran a un cazador que estaba apuntando con su escopeta. Y le
preguntan:
-¿Qué hace usted ahí?
-Pues, estoy apuntando, que hay un
caballo corriendo a siete leguas de aquí y le está picando un mosquito, y
quiero matar el mosquito sin tocar el caballo.
-¿Te quieres venir con nosotros? Y los
dice que sí.
Conque siguen un poco más alante y se
encuentran con uno que se estaba tapando el bujero de una nariz. Y le
preguntan:
-¿Qué haces ahí?
-Estoy aquí porque, cuando me desatapo
este bujero de la nariz, muelen cinco molinos a cinco leguas con el viento que
echo de la nariz.
-¿Te quieres venir con nosotros?
Y los dice que sí. Siguen más alante y
se encuentran uno con un sombrero muy grande. Y le dicen:
-¿Qué haces aquí?
-Estoy aquí -dice- porque cuando bajo
las alas de mi sombrero, se hielan cuarenta leguas alrededor de mí con el frío
que echo.
-¿Te quieres venir con nosotros? Dijo
que sí.
Siguen más alante y se encuentran un
andarín, y le preguntan:
-¿Qué haces aquí?
Dice:
-Me estoy atando los pies porque, si
no, corro más que el pensa-miento.
-¿Te quieres venir con nosotros? -le
dicen.
Y los dijo que sí. Conque ya se siguen
todos juntos y van con dirección a Madrid. Al llegar a Madrid encuentran un
edicto, que había puesto el rey, que el que se comprometiera a ir a la Fuente la Teja a por un
cántaro de agua y volver antes que la princesa, se casaba con ella. Entonces le
dice el de los haberes al andarín:
-¿Te comprometes tú?
Y le dijo el andarín que sí. Conque
fueron a hablar con el rey, y quedaron convenidos en la apuesta.
Entonces fue el andarín y salió con la
princesa a un tiempo del palacio. Y al salir dice el andarín:
-Ya estoy en la Fuente la Teja. Y he
llenado el cántaro.
Y entonces el andarín, en vez de decir
que ya estaba en palacio, dijo que a mitad de camino, y se quedó a mitad del
camino. Entonces se puso sobre un palo para esperar a la princesa. Y se quedó
dormido.
Al pasar la princesa y verle dormido,
le tiró el agua del cán
taro. Y la princesa llegó a la fuente
y ya venía cerca del palacio. Entonces el de los haberes le dice al tirador:
-¡Bueno, a ver si das al palo de un
tiro y no le tocas a él! Le tiró, dio en el palo, cayó y se despertó. Al ver
que el cántaro no tenía agua, dijo:
-Ya estoy en la Fuente la Teja. Y he
llenado el cántaro. Ya estoy en palacio.
Y todavía llegó antes que la princesa.
Entonces el rey, que no quería que se casara con la princesa, les dijo que en
vez de casarse con la princesa, que le pidieran lo que quisieran. Y le
pidieron el oro que pudieran llevarse el que estaba sujetando la piedra y el
que estaba arrancando los árboles.
Entonces salieron a Madrid y mandaron
hacer un saco para cada uno. Estuvieron trescientos sastres quince días para
hacer los sacos. Y el rey mandó recoger todo el oro de España. Llevaron veinte
caballerías cargadas, y repartieron diez para cada uno, metiendo caballerías y
todo.
Bueno, les preguntó el rey si llevaban
bastante, y le dijeron que no. Entonces les llevó veinte carretas más, y
metieron diez carretas en cada saco, carretas y todo, cada uno en su saco.
Entonces el rey, indignado porque se
llevaban todo el oro de España, los dijo que les iba a dar un banquete en
agradecimiento. Los preparó una habita-ción de chapas, hueca por abajo, y mandó
que cuando estuviesen comiendo, metiesen fuego por abajo para quemarlos.
Entonces, cuando estaban comiendo,
sentían calor, y le dicen al del sombrero:
-Parece que sentimos calor. Bájate las
alas del sombrero.
Y ahí se quedaron tan frescos.
Conque al poco tiempo fue el rey a
verlos, creyendo que estaban abrasados, y los encontró tan frescos.
-¿Qué tal están ustedes? -les
preguntó.
-Muy bien. Al pronto sentíamos calor;
pero después ha venido un fresco que hemos quedado en la gloria.
No pudiendo conseguir nada, el rey los
dejó marchar; pero no conforme con eso, a las dos o tres horas de que habían
salido de la capital, mandó veinte mil soldados en persecución de ellos, para
quitarles el oro que se llevaban. Al alcanzarlos el oficial, los echó el alto.
Y el de los haberes le contestó:
-¡Alto está!
Dice el oficial:
-Parece que hablas muy despreocupado.
Dice:
-¿No he de hablar? Me están ustedes
abultando poco.
Le mandó desatapar la nariz al del
viento, y en menos de dos minutos los metió a los veinte mil hombres en Madrid
dando candiletas (volteretas).
Y ellos se repartieron el oro, y a mí
me dejaron pobre para contarlo.
Riaza,
Segovia. Narrador
I, 31 de marzo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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