Los primitivos tiempos
del cristianismo balear, aquellos en los que la tradición popular -tan bella
como equivocada- hace esconder las imágenes marianas que, siglos después,
extinguida la dominación africana, serán reencontradas por un pastorcillo,
tienen en Menorca resonancias testimoniales. Dejando aparte los vestigios
arqueológicos, antiquísimos restos de edificios destinados al culto, existen
documentos -la carta del obispo Severo, en el siglo v- que dan fe de la
aceptación que aquel cristianismo tenía entre los habitantes de la balear
menor, en aquellos años últimos de la dominación romana en las islas.
De aquellas lejanas
vivencias han quedado en la tradición menorquina numerosas historias, entreveradas
de leyenda y de fan-tasía. Las versiones actuales avaladas por el resbaladizo
testimonio de una generación a otra, son, empero, el exponente de una
religiosidad lejanamente enraizada, en las que la autenticidad hay que buscarla
no en su forma sino en su fondo.
Los resultados de
aquellas historias permanecen -algunos- con vigencia plena y actual. Uno de
ellos podría ser el topónimo de Sant
Esteva, aplicado a una caleta, cerca de Villacarlos y que arrancaría de un
curioso suceso, allá por el año 418, que nos llega adornado con los elementos
suficientes para encuadrarlo de lleno en la leyenda.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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