En los tiempos antiguos,
brillaban en el cielo dos soles. Cuando se ponía uno, salía el otro y en la Tierra siempre era de día.
Los rayos ardientes atormentaban a los hombres y el calor quemaba todo asomo de
vida. Los campos eran áridos como la piedra y, si algo brotaba de la tierra
quemada, los seres humanos debían proteger la cosecha cubriéndola con toldos.
Pero esto no es todo.
También el cielo en aquel entonces era diferente del de hoy. Era tan bajo que
los hombres, cuando molían el trigo, lo golpeaban con sus varas.
Ocurrió una vez que un
hombre hizo cerveza con mijo. Acabado su trabajo, le quedó un poco de agua
caliente en la olla. Cogió la olla con ambas manos, la levantó y la arrojó
lejos de allí. Sin embargo, por no prestar atención, derramó el agua en la cara
de uno de los soles. El agua hirviendo quemó al sol. El sol se enfermó, perdió
su esplendor y se convirtió en la luna. Desde aquella época tenemos día y
noche.
Además, ahora el cielo
está más alto. Un día, los seres humanos se armaron de todas sus fuerzas y lo
empujaron hasta colocarlo donde se encuentra actualmente. Desde aquel tiempo,
el cielo ya no recibe golpes de vara y la gente puede trabajar sin mayores
inconvenientes.
171. anonimo (taiwan)
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