La legendaria lluvia de
pan celestial, caída sobre Menorca con motivo de la masiva conversión de la
judería mahonesa, en el lejano siglo V, tiene curiosas connotaciones con otras
leyendas, nacidas mucho tiempo después, en las que el maná -o sus sucedáneos-
es, de una u otra forma, protagonista.
Es el caso de Son Manná, humilde alquería en el camino
de Binicossig, cerca de Torrauba.
En una ocasión -cuentan-
un peregrino llegó hasta el predio mendigando algo que llevarse a la boca. La
familia era numerosa y los recursos más bien pocos; sólo un pequeño pan
tenían, por todo alimento, para la siguiente jornada y las posibilidades de
obtener más eran dudosas. Sin embargo, no fueron capaces de negarle al
peregrino aquel mísero socorro y el buen hombre, sentándose a la mesa, despachó
con apetito el pan, dejando tan sólo un mendrugo.
Al clarear el día se
levantaron los payeses. El peregrino había partido ya y, sobre la tosca mesa de
la cocina, el solitario mendrugo era observado con desaliento por la concurrencia.
La madona vertió en las escudillas el
miserable caldo de una olla y fue desmigando en ellas el mendrugo. Cuando
todas estuvieron llenas a rebosar, la mujer tenía todavía en sus manos el
minúsculo pedazo de pan, sin poderse explicar aquello que no podía ser otra
cosa que un milagro.
La opinión de todos fue
que el cielo les compensaba con el santo maná, por su desinteresado socorro al
peregrino. El hecho se repitió, día a día, hasta la siguiente cosecha, que fue
abundosa y rica.
Nunca más en Son Manná supieron lo que era el hambre
y por las noches, al llenar de sopas sus tazones, los payeses tuvieron siempre
un recuerdo agradecido para la persona del misterioso peregrino.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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