El «Cronicón
Maioricense», de Alvaro Campaner, meticuloso rosa-rio de noticias mallorquinas,
contiene una, fechada al 1 de Setiembre de 1413, que dice textualmente así:
«Llegó a Mallorca San Vicente Ferrer, donde ejerció el ministerio de la
predicación en casi todos los pueblos de la Isla con gran aplauso de los fieles, hasta el 22
de Febrero del año siguiente en que se embarcó, llamado por el Rey, para ir a
Zaragoza».
Mallorca sintió pronto
una especial predilección por este varón de Dios hasta el punto de ser
declarado, por votación del General e
Gran Consell, como patrón del Reino, el 6 de Agosto de 1675.
Justo es dejar constancia
aquí del paso del santo que, como es natural, se ve involucrado en el contexto
del las leyendas del país en las que el pueblo le asignó el papel de
protagonista de algunas de ellas.
Por la ciudadana calle de
la Gabella Vella
de la Sal
-hoy del Mar- en el barrio de la
Lonja , andaba predicando un día San Vicente Ferrer. Enterado
por alguien de la poca honestidad comercial de un tabernero, poco amante de
las prédicas del santo, a las que no acudía, quiso éste darle una lección en su
propia casa. Así fue como entró el dominico en la taberna a comprar algo de
vino y, como no llevaba vasija ni recipiente donde verterlo, mandó al
tabernero que lo echara en el faldón de su hábito que previamente había
recogido. Creyó el tabernero que el reverendo le gastaba una broma y, dis-puesto
a seguirla echó sin más dilación el vino donde le mandaban.
Cuál no sería su asombro
al comprobar como la mitad del vino que había vertido, se filtraba por la
estameña del religioso y caía al suelo formando un pequeño charco de agua
clara. La otra mitad, sin embargo, quedó retenida en la bolsa que formara el
fraile con su hábito.
-Que te sirva de lección
-le dijo San Vicente- ante todos los que han podido ver tus trampas. Lo que ha
caído al suelo, como ves, es el agua que añades a tu vino y que luego vendes
como tal. Esto es robar, y robar es pecado.
Quedó corrido el
tabernero ante su habitual parroquia y cuentan que, a partir de entonces, el
vino que se despachaba en su casa era el mejor y más puro de toda la ciudad. Es
de imaginar pues que su escarmiento y consiguiente contricción, supusieron
para el pícaro vinatero un mayor florecimiento de su negocio
A falta, de púlpito y
para poder ser mejor visto y oído por toda la parroquia de vallderriosines que
le seguían, San Vicente Ferrer se encaramó a uno de los milenarios olivos que
pueblan los terrenos de Son Gual,
Mientras ejercía su apostólica misión, una inoportuna lluvia vino a estorbar su
prédica dispersando al atento público que, hasta entonces, seguía silente el
mensaje de su sermón.
Conoció el santo que
aquella lluvia era una provocación de Satanás e, invocando al cielo, impetró su
ayuda contra aquella suerte de demoníaco boicot. No bien hubo acabado su rezo,
cuando otra nube se colocó sobre la asamblea toda y, a modo de techo
protector, resguardó de la lluvia a los que permanecían atentos, mientras que
los demás llegaban empapados al pueblo. Aquel olivo fue desde entonces mirado
con especial cariño por las gentes del lugar hasta que un día el señor de Son Gual ordenó talarlo. Empresa inútil;
las hachas de los leñadores se torcían y llenaban de muescas sin conseguir
hender en el árbol.
Informado el amo de tan
insólito suceso, se trasladó al lugar y, admirado, prometió levantar allí mismo
una capilla dedicada al santo dominico. Seguidamente, unos pocos golpes de
hacha bastaron para talar el conflictivo árbol. Se iniciaron pronto las obras
del prometido oratorio que no llegó a concluirse, quedando arruinada poco
después la familia propietaria de la finca. Lógicamente, este revés de fortuna
fue atribuído por el pueblo a la ira del santo que tomaba así sus represalias
al no haber cumplido con él la promesa que se le hiciera.
Muchos años más tarde, un
gran enamorado de Mallorca, el Archiduque Luis Salvador, fue quien mandó erigir
en aquellos terrenos la capilla dedicada al santo valenciano y en la que una
lápida -«Aquí predicó San Vicente Ferrer, en otoño de 1413»- perpetúa hasta
nuestros días aquellos hechos.
Terminadas sus prédicas
en la isla y reclamado por el rey, marchaba San Vicente a embarcarse en la nave
que le aguardaba junto a la costa. Iba el hombre atravesando un bosque de
encinas cuando divisó a lo lejos la redonda plazoleta de una sitja y arrodillado
sobre ella, a un renegrido mozalbete musitando una salmodia de plegarias.
Acercose el dominico y preguntó al carbonero el motivo de aquellos susurros.
-Estoy rezando -contestó
el muchacho-, siempre lo hago por las mañanas y por las tardes, antes de comer
mis sopas.
-Bien hijo, muy bien
hecho. ¿Y cómo rezas tu? A ver, dime tus oraciones.
-Siempre digo las mismas,
las que aprendí de muy pequeño: «Oh Jesús, mi buen Jesús: si nunca te hubiera
amado y siempre te hubiera ofendido...».
-Pero, ¡como es posible!
-tronó el fraile- eso no es rezar, eso es ofender a Dios. Pero ¿es que no te
das cuenta de lo que dices, infeliz?
-No, -balbuceó el
carbonerillo- así me lo enseñaron y así lo repito.
-¡No, hombre, no! Debes
decirlo al revés así: «Oh Jesús, mi buen Jesús, si siempre te hubiera amado y
nunca te hubiera ofendido». ¿Te acordarás?
-Bueno, supongo que sí.
-Pues queda con Dios,
hijo mío, y no te olvides nunca de rezar.
Y el santo varón siguió
su camino hacia la costa, meneando paternalmente su tonsurada cabeza.
Ya había embarcado el
fraile cuando el muchacho, sin salir aún de su confusión, se dispuso a recitar
las preces del modo y forma como acababan de enseñárselas. Puso buen cuidado en
recordarlas, pero estaba tan aturdido que no sabía ya lo que tenía que decir ni
como hacerlo. Echó a correr en pos del dominico con la intención de rogarle que
le repitiera una vez más la lección. Corrió y corrió hasta llegar al mar y como
viera a lo lejos la galera en la que había embarcado el predicador, siguió
corriendo sobre las olas hasta que le dio alcanse. A los gritos del muchacho
apareció el apóstol en la cubierta y quedó sin palabras al reconocerle.
-¡Vengo a que me repitáis
de nuevo como debo rezar, que ya no me acuerdo!
-Hijo mío -dijo San
Vicente casi sin hablar- hazlo como quieras. Bien es cierto que nunca es tarde
para que un pobre pecador como yo reciba lecciones de humildad.
Y bendijo emocionado al
carbonerillo que, saludando con la mano, echó a correr de nuevo sobre el mar y
no paró hasta llegar de nuevo a su sitja.
Fuentes:
A. Campaner: Cronicón Mayoricense.
Juan Muntaner Bujosa: Recopilación de costumbres, leyendas y otros
temas folklóricos, referentes a Palma. (Inédito).
Juan Muntaner Bujosa: Tradiciones y leyendas de Valldemossa.
(Separata de Revista núms. XLII -
XLVIII. Palma 1948).
Jordi d'es Recó: Rondaies mallorquines.
092. anonimo (balear-mallorca)
No hay comentarios:
Publicar un comentario