Un día, el león, el
leopardo, la hiena y el asno se encontraron y comenzaron a lamentarse por los
malos tiempos que estaban viviendo. Hacía meses que no llovía y ni los hombres
ni los animales encontraban ya nada de comer.
-¿De quién será la culpa?
-se preguntaban.
-Tal vez alguno de
nosotros ha cometido un terrible pecado y por eso ya no llueve.
-Ya, seguro que es por
eso.
-El pecador deberá
confesar, así podremos castigarlo. Y de ese modo, tal vez, volverá a llover.
Los animales se pusieron
de acuerdo en que así debía hacerse y el primero en confesarse fue el león.
-Pobre de mí, soy
culpable de una muy mala acción. No hace mucho tiempo, descubrí un ternero
cerca del pueblo: me abalancé sobre él y me lo comí.
Los otros miraron al
león, observaron sus patas temibles y sus robustas garras y, finalmente,
sacudieron la cabeza:
-No, no, ése no es un
pecado grave.
El leopardo fue el
segundo en hablar:
-Yo sí soy culpable de
una mala acción. No hace mucho tiempo, en el valle, me encontré con una cabra
que se había perdido, la hice pedazos y me la comí.
Los otros animales
miraron al leopardo, observaron sus miembros ágiles y fuertes, sacudieron la
cabeza y dijeron:
-No, no, ése no es un
pecado grave.
La tercera en hablar fue
la hiena:
-Yo sí que soy culpable
de una mala acción. No hace mucho tiempo robé una gallina y me la comí.
Los animales sacudieron
la cabeza:
-No, tampoco ése es un
pecado grave.
Por último, habló el
asno:
-No sé si realmente se
trata de una mala acción: lo cierto es que el otro día, mientras mi amo
charlaba con un amigo, arranqué un manojo de hierbas del borde de la
carretera.
Los animales lo miraron
en silencio un momento y después sacudieron tristemente la cabeza:
-Ése sí que es un pecado
tremendo. Tú eres, pues, el culpable de todos nuestros males.
Se echaron sobre él y se
lo comieron.
170. anonimo (etiopia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario