Campanet, poble cristiano,
du dins sa sang per herència
sa fè amb sa vostra clemència:
gran mártir San Victoriano.
Así canta uno de los
muchos gozos en honor del santo cuyo cuerpo incorrupto, regalado por Pío VI al
cardenal mallorquín Antonio Despuig, se conserva y venera en la iglesia
parroquial del pueblo. Para Campanet, el soldado romano martirizado y exaltado
a los altares, no es un santo más; es el Sant
Nou cuya presencia entre el pueblo, a partir de su primera instalación en
el oratorio de Ullaró se hacía necesario aureolar inmediatmente de un
legendario hallazgo, para completar así su carismática imagen a los ojos de la
feligresía.
Habida cuenta de la
filiación romana del santo y de la remotísima presencia de los soldados
imperiales en nuestra isla, no existían impedimentos aparentes para que la
invención popular viera en Victoriano uno de aquellos legionarios y situara
aquí su martirio, su muerte y su inhumación, bajo uno de los muchos clapers, montones de piedras que en
Campanet son testimonio de las etapas prehistó-ricas de la cultura mallorquina.
Vós qui essent soldat romano,
un traidor vos va matiz.
Dins un claper vos posà
oh mártir San Victoriano!
Y en el indeterminado tiempo
en el que los pastores mallorquines empezaron a hallar, todas o casi todas
cuantas imágenes marianas se veneran aquí, uno de ellos, el de Son Garreta -muy cerca de Ullaró-
descubrío un rosal con tres hermosas rosas, emergiendo de un montón de piedras.
El muchacho cortó las flores y, asombrado, vio como del tallo de la de en
medio se escurrían unas gotas de sangre. A la noche siguiente, llegose de nuevo
el pastor hasta el claper. El rosal y sus tres flores habían brotado otra vez
y nueva-mente, al cortarlas el niño, la del centro derramó en su mano una
sangre caliente y espesa.
En su aturdimiento, el
pastor creyó ver extraños destellos del cielo posándose sobre el claper mientras unas bellísimas melodías
sonaban en la placidez de la noche. Una aroma suave, como el que salía del
incensario de plata los días de oficio en la parroquia, le fue acompa-ñando
hasta el pueblo, donde contó a todos su extraña vivencia.
El día siguiente no quedó
nadie en Campanet. Todos estaban congregados junto a las piedras, con la vista
fija en las tres hermosas rosas del misterioso rosal que el muchacho cortó, mostrando
a todos lo sangre que rezumaba de una de ellas.
Entre todos deshicieron
el montón y bajo él, como dormido, apareció el incorrupto cuerpo de San
Victoriano.
* * *
El oratorio de San
Miguel, uno de los más antiguos de Mallorca, marca el emplazamiento inicial
del primitivo Campanet hasta que una riada obligó a los vecinos a buscar un
lugar más seguro sobre una loma próxima. Allá quedó el oratorio, escasamente
retocado a través de los siglos, con su eremítica pobreza y la elemental
esbeltez de su gótico austero.
Adosado a la capilla, un
pequeño cementerio de tumbas de tierra, sombreado por añosos árboles, es un
delicioso remanso de paz, donde el tiempo se detuvo un día. En la no muy alta
tapia, unas cerámicas que los años han respetado y hasta diríase que embelle-cido,
perpetúan nombre y fechas repitiendo, una y otra vez, sonoros apellidos de
ancestrales resonancias en la cabecera de las sepulturas.
Una de ellas,
identificable por una lápida de mármol blanco, es la de Isabel. Tenía sólo
veintiún años cuando murió trágicamente al caer sobre ella -según testimonios
no muy precisosla balaustrada del coro de la parroquia. Campanet sintió la
muerte de la joven pero no tanto como Matías, su prometido, que le dedicó la
lápida y cuidó de que no faltaran nunca, sobre su tumba, unas rosas rojas en
recor-danza de una pasión prematuramente truncada.
La historia de Matías e
Isabel, anónimos y lejanos amantes, no alcanzaría jamás la celebridad literaria
y universal de otras. Sin embargo, no por menos espectacular deja de ser tan
auténtica y sentida. El tiempo, los siglos que en esta ocasión no han empañado
su recuerdo, se han encargado de ir revistiéndolo, poco a poco, con las galas
de la leyenda. Porque no es raro encontrar sobre la olvidada tumba de Isabel
una rosa roja, recién cortada, que no falta jamás la víspera del día de
Difuntos.
Nadie sabe qué mano la
corta. Nadie conoce al que, con su anónimo homenaje, ayuda a la muchacha a
soportar la larga espera, hasta el día en que retome el camino de su
interrumpida historia...
Fuentes:
José Mascaró Pasarius: 30 excursiones en coche por Mallorca.
Goigs de San Victoriano.
Gabriel Maten Mayrata.
092. anonimo (balear-mallorca-campanet)
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