Una tarde lluviosa, una
mona y una tortuga se refugiaron bajo un árbol, quejándose del frío:
-¡Brrr! -decía la mona
tiritando.
-¡Achís! ¡Achís!
-estornudaba la tortuga.
Finalmente decidieron, de
común acuerdo, que a la mañana siguiente derribarían un árbol y con su corteza
se harían unos buenos abrigos bien calentitos.
Pero a la mañana
siguiente salió el sol y comenzó a hacer un calorcito tan agradable que la mona
trepó a la copa de una palmera para disfrutarlo mejor, y la tortuga se acomodó
en su rincón preferido.
A mediodía, la mona bajó
del árbol, se dirigió hacia su amiga la tortuga y le preguntó:
-Hola, querida, ¿cómo
estás?
-Muy bien, me siento
estupendamente bien -respondió la tortuga con satisfacción.
-Pero, dime, ¿y los
abrigos? ¿Los vamos a hacer tal como decidimos anoche?
-¡Qué idea! ¡No me hables
de abrigos! -replicó la tortuga. ¿Para qué los queremos? Ahora estamos bien
así, ¿no te parece?
Y disfrutaron apaciblemente
del sol durante todo el día.
Lamentablemente, el día
pasó y, al ponerse el sol, volvió a llover. Como el día anterior, la mona y la
tortuga se refugiaron bajo un árbol quejándose del frío:
-¡Brrr! -decía la mona
tiritando.
-¡Achís! ¡Achís!
-estornudaba la tortuga.
Por segunda vez, se
pusieron de acuerdo en que al día siguiente, muy temprano, derribarían un
árbol y se harían unos abrigos calentitos con su corteza. Pero por la mañana
el sol brillaba de nuevo y hacía un calor tan agradable que la tortuga dijo:
-¡Qué idea! ¡No me hables
de abrigos! ¿Para qué los queremos? Ahora estamos bien así, ¿no te parece?
Y la mona, naturalmente,
estuvo de acuerdo.
Y así siguieron esas dos
perezosas un día tras otro, y así siguen. Cuando llueve por la noche, tiemblan
del frío bajo un árbol, quejándose y estornudando, y deciden que lo antes
posible se harán unos abrigos para no pasar frío. Y cuando llega la mañana,
con el sol y el calor, las domina la pereza y no hacen nada.
159. anonimo (java)
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