Una vez, en la linde del bosque, un leñador
estaba cortando un tronco de árbol con una cuña de hierro. Un mono lo observaba
oculto entre el follaje. Aquel trabajo, pesado y difícil, a él le parecía un
juego de niños.
-También podría hacerlo yo -se decía, y hasta
mejor que él, porque yo tengo cuatro manos y él sólo tiene dos.
A mediodía, el leñador se fue a comer.
Entonces, el mono bajó del árbol, ansioso por probar.
Se colocó a horcajadas sobre el tronco, alzó el
martillo y dio un gran golpe sobre la cuña, con todas sus fuerzas. La cuña
saltó del corte, la hendidura se volvió a cerrar y el mono lanzó un grito de
dolor: en la hendidura le había quedado atrapada la cola y no había forma de
sacarla de allí.
Después de comer, el leñador volvió a su
trabajo. Al ver al mono con la cola metida en el tronco, se imaginó enseguida
lo que había ocurrido. Por ello cogió una vara y, entre golpes y reproches, le
dio al mono una lección:
-Así aprenderás que para cortar leña no basta
con las manos; hace falta algo que tú no tienes.
Cuando estuvo seguro de que el mono había
asimilado la lección, colocó de nuevo la cuña en el tronco, abrió la hendidura
y el mono pudo sacar la cola de allí y salir pitando. Se internó en el bosque
y, desde aquella vez, no volvió a ocurrírsele la peregrina idea de hacerse el
leñador.
166. anonimo (siria)
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