Había una vez un viejo y
una vieja que tenían dos hijos. El mayor se llamaba Toivo, era un buen
muchacho, muy trabajador, pero estaba siempre triste y pensativo. No se reía
nunca, no cantaba nunca y fumaba siempre en pipa. Iba a pescar y no decía una
palabra, iba a cortar árboles, iba a esquiar, y se mantenía siempre callado.
El hijo menor se llamaba
Matti. Él también era un buen muchacho, pero de carácter alegre, le gustaba
bromear y divertirse. Cada vez que se ponía a trabajar, entonaba una canción y,
cuando iba al río, reía con todas sus ganas. Cuando tocaba el violín, todos se
ponían a bailar.
Un día, Toivo fue al
bosque a cortar leña. Se fue con su trineo y se detuvo cuando encontró un
lugar resguardado. Entonces encendió su pipa, eligió un buen pino y se dispuso
a comenzar su trabajo. Los golpes resonaban por todo el bosque y del hacha se
desprendían chispas.
No lejos del pino estaba
la gruta de un oso, y los golpes lo despertaron.
-¿Quién está hacheando
con tanta fuerza que no me deja dormir? -refunfuñó el oso deslizándose fuera de
la gruta.
Cuando Toivo lo vio, dejó
caer el hacha, montó en el trineo, huyó a través del bosque como un conejo
despavorido y llegó a casa sin leña ni hacha.
En casa hacía frío y no
había ni un leño para encender el fuego. Entonces Matti se fue al bosque. Guió
su trineo hasta un rincón resguardado, bajó y miró a su alrededor. Vio un
espléndido pino cortado por la mitad y, junto a él, un hacha.
«Éste debe de ser el
lugar donde Toivo estaba cortando leña», pensó Matti «Acabaré de cortarlo yo.
¡Pero antes que nada quiero tocar un poco el violín! ».
Cogió el violín y comenzó
a tocar. Y de repente resonaron en el bosque alegres notas. El oso, que estaba
allí cerca, se despertó de nuevo, se puso de pie y comenzó a bailar. Y,
después de mucho bailar, le gritó a Matti:
-Jovencito, enséñame a
tocar el violín. Así tocaré yo también y mis oseznos aprenderán a bailar.
-¿Por qué no? Adelante,
prueba -rió Matti.
El oso cogió el violín e
intentó tocar. Pero, por mucho que rascara, sólo le salían unos sonidos
horribles. Matti volvió a coger el instru-mento y dijo:
-Tienes los dedos
demasiado gruesos, amigo. Es necesario que se vuelvan un poco más delgados.
Cogió el hacha, la hundió
en un tronco, metió una cuña en la hendidura y le dijo al oso:
-Ahora mete aquí tus
patas y déjalas allí hasta que yo te lo diga.
El oso metió sus patas en
la hendidura, Matti sacó la cuña con el hacha y la hendidura se cerró apretando
las patas del oso.
-Ay, qué dolor -protestó
en voz muy alta el oso.
-No sirve de nada
lamentarse -repuso Matti. Si quieres tocar el violín, antes debes sufrir.
-Entonces no quiero tocar
el violín -aulló el oso. Déjame libre.
-Muy bien -respondió
Matti. Pero deberás dejar de asustar a la gente y de hacerla huir por el
bosque.
-Sí, sí, pero ahora
déjame libre.
Entonces Matti liberó al
oso, que se fue como alma que lleva el diablo, desapareció del bosque y ya no
volvieron a verlo por allí.
Fuente: Gianni Rodari
158. anonimo (karelia)
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