El menorquín sencillo, el
buen hombre del campo o la marina, despacha rápidamente la edad de unas piedras
viejas, de una caverna o de una construcción megalítica, de manera
terminante: aixó és des temps des morus,
dirá, como queriendo dar a entender que no cabe en la historia de su isla,
época más lejana que aquella, tan relativamente próxima, de la dominación
sarracena. Es evidente la impronta que los moros, es morus, dejaron en la balear menor -avezada, por otra parte, a
sufrir cuantiosas y dispares dominaciones- patente en su tradición, en su
folklore y en su leyenda. Clapers de
morus, capades de morus, son, en lenguaje doméstico, definiciones aplicadas
a los talayots, abundantes en toda la isla, o a esas pequeñas cavidades -como
resultado de cabezazos en la roca- que servían, en opinión de algunos, de
hornacinas funerarias para cadáveres infantiles o para las urnas con los
huesos o cenizas de algún antepasado.
Sin embargo, Menorca, ese
paraíso del arqueólogo, ese importantísimo museo a cielo abierto, ve cómo su
historia se prolonga mucho más allá de la dominación agarena, hasta épocas
lejanas en las que, según las leyendas, la isla estuvo habitada por portentosos
gigantes. Ellos nos legaron su obra ciclópea, el testimonio megalítico y gran-dioso
de su existencia de la que, aún hoy, viejas consejas mantienen vivo su recuerdo.
Éstas son algunas de
ellas.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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