Había una vez dos
hermanos. El menor era un tontaina, se casó y fue a vivir por su cuenta en una
humilde casita, mientras que el mayor y más avispado se quedó viviendo en la
casa de sus padres. Muerto el padre, se repartieron la herencia.
La mujer le dijo al
tontaina:
-Ve a ver a tu hermano y
dile que te dé tu parte.
El tontaina fue a ver a
su hermano y le dijo:
-He venido para que
hagamos el reparto.
-De acuerdo -dijo el
mayor. Hemos heredado siete vacas y un ternero. Llevémoslos al prado y
dejémoslos libres. Los que entren en tu establo serán tuyos; los que entren en
mi establo serán míos.
El tontaina dijo que le
parecía bien.
Llevaron los animales al
prado y, naturalmente, todas las vacas volvieron al establo del hermano mayor,
como solían hacer. Sólo el ternero, después de haber correteado de aquí para
allá, se metió en el establo del tontaina.
El tontaina cogió el
ternero y se fue con él a arar. Pero ¿acaso puede un ternero tirar del arado?
El tontaina se enfadó tanto que cogió una garrota y lo golpeó hasta darle
muerte. Le quito la piel y colgó su carne de las ramas de un peral que crecía
junto al seto.
-Un momento, un momento
-gritó el tontaina. Esta carne no es vuestra. Pero, si la queréis comprar, os
la vendo.
-Craa, craa -graznaron
los cuervos.
-He comprendido, estáis
de acuerdo. Pero ¿cómo me la pagaréis? Seguro que no tenéis dinero.
-Craa, craa -graznaron de
nuevo los cuervos.
-Ah, no, estimados
amigos, no puedo venderos la carne. Salvo que el compadre peral os sirva de
aval.
En ese momento, el viento
sopló y el peral se inclinó con todas sus ramas.
-De acuerdo, ya que el
peral os avala, coged la carne y coméosla -dijo el tontaina, y volvió a su
casa, donde contó a su mujer que había vendido la carne del ternero a los
cuervos y que el peral los había avalado.
-Eres francamente un
tontaina -se enfureció su mujer. Querría que me explicases cómo hará el peral
para pagar por los cuervos.
-Ése es asunto suyo, yo
no me quiero romper la cabeza pensando en ello -dijo el tontaina, y se fue a
dormir.
A la mañana siguiente,
fue a ver el peral. Del ternero pa sólo quedaba el esqueleto y quién sabe
adónde se habían ido los cuervos volando.
-¿Dónde está el dinero?
-le gritó el tontaina al peral. La carne se la han comido. Sabe Dios adónde
han ido. Tú les has servido de aval. Ahora paga.
El peral movió unas pocas
ramas, pero no mostraba la menor intención de pagar.
-¡Eres un embustero!
-gritó el tontaina y, aferrando el hacha, comenzó a asestarle golpes al peral
para cortarlo.
Bastaron unos pocos
golpes para hacerlo caer, porque el peral era viejo y estaba vacío por dentro.
¿Y qué encontró el tontaina en su cavidad? Una olla llena de monedas de oro.
-Lo que siempre he
pensado -concluyó el tontaina: hoy no se consigue nada por las buenas.
Cogió la olla llena de
oro y se la llevó a su casa.
167. anonimo (macedonia)
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