Había una vez un leñador muy pobre. Preparaba
en el bosque los haces de leña que su mujer iba a vender a la ciudad. Así
ganaban lo suficiente para no morirse de hambre. Un día en que el leñador
volvía de su trabajo, la hachuela se le escapó de las manos y cayó en las
torrentosas aguas de un río. El desdichado estuvo un rato en la orilla
lamentándose sin saber qué hacer.
De repente, asomó en la superficie del río un
viejo de barbas blancas, que le preguntó:
-¿Por qué te lamentas, hombre?
-Se me ha caído la hachuela en el río y sin
ella estoy perdido.
-Quiero ayudarte. Soy el espíritu de este río
y recuperaré tu hacha.
El viejo se sumergió en las aguas y reapareció
poco después con una hachuela en la mano. Pero no era una hachuela común: era
toda de oro.
-¿Es ésta tu hachuela?
-No, la mía era de hierro y tenía un mango de
madera.
El viejo se sumergió de nuevo y volvió a la
superficie poco después con una hachuela, toda de plata, en la mano.
-¿Es ésta tu hachuela?
-No -respondió el leñador, la mía era de
hierro y tenía el mango de madera.
El viejo se sumergió por tercera vez y, cuando
volvió a la superficie, empuñaba una hachuela de hierro con mango de madera.
-Ésa sí es mi hachuela -exclamó el leñador muy
contento. Te lo agradezco de todo corazón.
-Eres un hombre honrado -dijo el espíritu del
río, y para recompensarte te daré también la hachuela de oro y la de plata.
Y antes de que el leñador pudiese
agradecérselo, ya había desaparecido en las aguas del río.
El leñador cogió las tres hachuelas y volvió a
casa. Vendió la de oro y la de plata y obtuvo tanto dinero que su miseria se
acabó para siempre.
Cuando su vecino se enteró de lo que había
pasado, cogió también él una hachuela, fue hacia el río y la tiró al agua. Después
se sentó en la orilla a esperar.
Al rato asomó en la superficie el espíritu del
río y le preguntó:
-¿Qué estás haciendo aquí, hombre?
-Se me ha caído la hachuela en el río.
-Yo te ayudaré -dijo el viejo.
Se zambulló en el agua y, poco después, volvió
a la superficie con una hachuela toda de oro en la mano.
-¿Es ésta tu hachuela?
-¡Sí, sí, gracias, es justamente ésa!
-¡Embustero! -gritó el viejo encolerizado,
cogió al pobre infeliz y lo arrastró bajo el agua.
Nadie lo ha vuelto a ver.
169. anonimo (vietnam)
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