Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 5 de agosto de 2012

Xoroy, el moro

Al atardecer, el acantilado que se interna en el mar, a la izquierda de cala'n Porter, se tiñe de un hermoso color na­ranja. La pared rocosa, cortada a plomo, tiene abiertas en el centro, casi, de su perpendicular, las ventanas de una impre­sionante cueva natural, bautizada con el apodo de un hom­bre. Es la cova d'En Xoroy, escenario de un episodio -dicen que legendario- enmarcado en una época en la que el impo­sible amor vivido por los protagonistas, no podía tener otro desenlace que la muerte.
Ocurrió en aquel tiempo en el que, todavía, la palabra moro -moru- alteraba el ánimo de los isleños, recordando amargas experiencias, todavía recientes.
La comarca, las casas del entorno, eran frecuentemente asalta-das. Alimentos, ganado, algún mueble incluso, consti­tuían el botín, siempre pobre, de aquel ladrón que nadie ha­bía visto jamás.
Eran tiempos difíciles y los robos no sorprendían ni mo­vilizaban importantes batidas, siempre que lo sustraído no excediera del convencional límite marcado por el hambre de una persona.
Sin embargo, el día en que una doncella de Biniedris no volvió a las casas, al caer la tarde, cundió la preocupación en la comarca. A la preocupación siguió la alarma y a la alarma el dolor y el llanto. La muchacha no regresó y su desapari­ción quedó envuelta por un halo de misterio mientras una sospecha que nadie. se atrevía a confesar, quedó flotando en el aire.
El tiempo, el paso de los años, no logró borrar el recuer­do de la doncella de Biniedris. Al contrario, los robos se su­cedían con mayor frecuencia y lo robado preocupaba ya se­riamente a los payeses.
Fue un invierno especialmente crudo el que brindó una solución inesperada. La nieve cubría los campos y sobre ella, las delatoras huellas de unas pisadas, conducían al borde del acantilado.
Debió ser una proeza para los perseguidores armados, lle­gar hasta la cueva abierta en la pared. Desde su interior al­guien se defendía ferozmente, con la rabia de un desespera­do, en un intento de impedir que nadie traspusiera el um­bral de aquel reducto.
Desbordado al fin, los hombres penetraron por la bocana. Allí estaban los enseres robados, la desaparecida doncella de Biniedris y el triple fruto de su amor con el hombre que, en aquel instante, cogiendo de la mano al mayor de sus hijos, se arrojaba al vacío, al mar que se estrellaba, deshaciéndose en espuma, al pie del acan-tilado.
Alguien alcanzó a ver que el hombre era xoroy, es decir, que le faltaba una oreja. Que, además, era moro, nadie lo puso en duda, aunque no se volviera a saber nunca nada más de él.

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear)

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