Al atardecer, el
acantilado que se interna en el mar, a la izquierda de cala'n Porter, se tiñe de un hermoso color naranja. La pared
rocosa, cortada a plomo, tiene abiertas en el centro, casi, de su perpendicular,
las ventanas de una impresionante cueva natural, bautizada con el apodo de un
hombre. Es la cova d'En Xoroy,
escenario de un episodio -dicen que legendario- enmarcado en una época en la
que el imposible amor vivido por los protagonistas, no podía tener otro
desenlace que la muerte.
Ocurrió en aquel tiempo
en el que, todavía, la palabra moro -moru-
alteraba el ánimo de los isleños, recordando amargas experiencias, todavía
recientes.
La comarca, las casas del
entorno, eran frecuentemente asalta-das. Alimentos, ganado, algún mueble
incluso, constituían el botín, siempre pobre, de aquel ladrón que nadie había
visto jamás.
Eran tiempos difíciles y
los robos no sorprendían ni movilizaban importantes batidas, siempre que lo
sustraído no excediera del convencional límite marcado por el hambre de una
persona.
Sin embargo, el día en
que una doncella de Biniedris no
volvió a las casas, al caer la tarde, cundió la preocupación en la comarca. A
la preocupación siguió la alarma y a la alarma el dolor y el llanto. La
muchacha no regresó y su desaparición quedó envuelta por un halo de misterio
mientras una sospecha que nadie. se atrevía a confesar, quedó flotando en el
aire.
El tiempo, el paso de los
años, no logró borrar el recuerdo de la doncella de Biniedris. Al contrario, los robos se sucedían con mayor
frecuencia y lo robado preocupaba ya seriamente a los payeses.
Fue un invierno
especialmente crudo el que brindó una solución inesperada. La nieve cubría los
campos y sobre ella, las delatoras huellas de unas pisadas, conducían al borde
del acantilado.
Debió ser una proeza para
los perseguidores armados, llegar hasta la cueva abierta en la pared. Desde su
interior alguien se defendía ferozmente, con la rabia de un desesperado, en
un intento de impedir que nadie traspusiera el umbral de aquel reducto.
Desbordado al fin, los
hombres penetraron por la bocana. Allí estaban los enseres robados, la
desaparecida doncella de Biniedris y
el triple fruto de su amor con el hombre que, en aquel instante, cogiendo de la
mano al mayor de sus hijos, se arrojaba al vacío, al mar que se estrellaba,
deshaciéndose en espuma, al pie del acan-tilado.
Alguien alcanzó a ver que
el hombre era xoroy, es decir, que le
faltaba una oreja. Que, además, era moro, nadie lo puso en duda, aunque no se
volviera a saber nunca nada más de él.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear)
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