Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

Avellanito, el ladrón


Había una vez una vieja pareja que no tenía hijos y les habría gustado tener, al menos, uno. Preguntaron a distintas personas y, finalmente, alguien les sugirió que cogiesen una bolsita y que soplasen en ella durante veinte días y veinte noches: después de ese período, encontrarían allí dentro un niño.
Los dos viejos encontraron la bolsita, soplaron en ella du­rante veinte días y veinte noches y, finalmente, como les habían dicho, apareció allí dentro un niño. Pero como eran viejos y no habían podido soplar con mucha fuerza, el niño era pequeñísi­mo, del tamaño de una pequeña avellana. Y no creció mucho más, por lo que lo llamaron Avellanito.
Un día, el viejo le pidió a Avellanito que fuese a arar el cam­po con el buey. Avellanito se acomodó en una oreja del animal, gritó lo más que pudo y el buey comenzó a tirar del arado.
Tres ladrones, que pasaban casualmente por allí, vieron ma­ravillados un buey que araba solo el campo. Decidieron robarlo y, sin pensarlo dos veces, lo desuncieron. Pero en aquel momen­to Avella-nito saltó desde la oreja del buey. Al verlo tan pequeño, los ladrones pensaron que sería buena idea asociarlo a la banda porque, minúsculo como era, les podría resultar muy útil.
-¿Por qué no? -respondió Avellanito y aceptó la propuesta.
Los ladrones habían planeado, justamente, robar en la casa de un rico mercader. Avellanito se metió por el ojo de la cerra­dura de la puerta de entrada, la abrió desde dentro y sus compa­ñeros pudieron llevarse todo lo que cayó en sus manos.
Avellanito se convirtió en poco tiempo en el jefe de la ban­da, porque nadie lograba hacerlo mejor que él.
Una noche, Avellanito y su banda entraron en una pequeña fábrica. En la mesa había un cuenco con mantequilla fresca. La mantequilla fresca era la debilidad de Avellanito. No pudo re­sistir y trepó hasta el borde del cuenco. Pero perdió el equilibrio y se cayó dentro del recipiente.
Sus gritos despertaron al campesino que dormía en el piso de arriba. El hombre bajó a la carrera y lo sacó del cuenco justo en el último instante, cuando parecía que todo había terminado para él.
Aquel campesino no era otro que el viejo padre de Avellani­to, quien lo había mandado hacía mucho tiempo a arar el cam­po y ya pensaba que no volvería a verlo nunca más.
Avellanito se dio cuenta de que ser pequeño tenía sus venta­jas, pero también sus riesgos. Comprendió que ayudar a sus vie­jos padres en el trabajo del campo era mucho más seguro que vi­vir del robo, y así vivieron los tres juntos durante muchos años.

Fuente: Gianni Rodari

110. anonimo (albania)

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