Había una vez una vieja
pareja que no tenía hijos y les habría gustado tener, al menos, uno.
Preguntaron a distintas personas y, finalmente, alguien les sugirió que
cogiesen una bolsita y que soplasen en ella durante veinte días y veinte
noches: después de ese período, encontrarían allí dentro un niño.
Los dos viejos
encontraron la bolsita, soplaron en ella durante veinte días y veinte noches y,
finalmente, como les habían dicho, apareció allí dentro un niño. Pero como eran
viejos y no habían podido soplar con mucha fuerza, el niño era pequeñísimo,
del tamaño de una pequeña avellana. Y no creció mucho más, por lo que lo
llamaron Avellanito.
Un día, el viejo le pidió
a Avellanito que fuese a arar el campo con el buey. Avellanito se acomodó en
una oreja del animal, gritó lo más que pudo y el buey comenzó a tirar del
arado.
Tres ladrones, que
pasaban casualmente por allí, vieron maravillados un buey que araba solo el
campo. Decidieron robarlo y, sin pensarlo dos veces, lo desuncieron. Pero en
aquel momento Avella-nito saltó desde la oreja del buey. Al verlo tan pequeño,
los ladrones pensaron que sería buena idea asociarlo a la banda porque,
minúsculo como era, les podría resultar muy útil.
-¿Por qué no? -respondió
Avellanito y aceptó la propuesta.
Los ladrones habían
planeado, justamente, robar en la casa de un rico mercader. Avellanito se metió
por el ojo de la cerradura de la puerta de entrada, la abrió desde dentro y
sus compañeros pudieron llevarse todo lo que cayó en sus manos.
Avellanito se convirtió
en poco tiempo en el jefe de la banda, porque nadie lograba hacerlo mejor que
él.
Una noche, Avellanito y
su banda entraron en una pequeña fábrica. En la mesa había un cuenco con
mantequilla fresca. La mantequilla fresca era la debilidad de Avellanito. No
pudo resistir y trepó hasta el borde del cuenco. Pero perdió el equilibrio y
se cayó dentro del recipiente.
Sus gritos despertaron al
campesino que dormía en el piso de arriba. El hombre bajó a la carrera y lo
sacó del cuenco justo en el último instante, cuando parecía que todo había
terminado para él.
Aquel campesino no era
otro que el viejo padre de Avellanito, quien lo había mandado hacía mucho
tiempo a arar el campo y ya pensaba que no volvería a verlo nunca más.
Avellanito se dio cuenta
de que ser pequeño tenía sus ventajas, pero también sus riesgos. Comprendió
que ayudar a sus viejos padres en el trabajo del campo era mucho más seguro
que vivir del robo, y así vivieron los tres juntos durante muchos años.
Fuente: Gianni Rodari
110. anonimo (albania)
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