El tío Hrytz cuenta:
-Hace mucho tiempo,
cuando go era aún un mozo intrépido y andaba recorriendo el mundo, llegué a
una ciudad que se llama Schilda. ¿Habéis estado allí alguna vez? ¿No? Debéis saber
que en aquella ciudad solamente viven papanatas. Cuanto más papanatas es uno,
más honores y reverencias recibe. Al más papanatas de todos lo nombraron
burgomaestre, o sea, alcalde de la ciudad.
Me encontré con él
justamente a las puertas de la ciudad, montado a caballo. Se me ocurrió en el
acto gastarle una broma. Fui derecho hasta su casa, que era una vivienda amplia
y hermosa situada en la plaza del mercado, a la sombra de unos grandes
castaños. Entré y le dije a la mujer del burgomaestre:
-Amable señora, su marido
ha decidido emprender un viaje alrededor del mundo y, por esa razón, ya no
podrá volver a casa. Me ha enviado precisamente para que me ocupe de su casa y
de sus asuntos.
La mujer del burgomaestre
no se sorprendió demasiado y me convertí en el dueño de casa.
-Querida señora -le dije,
lo primero que quiero hacer es derribar esos dos grandes castaños que están
frente a la casa. No sirven para nada q les quitan luz a las ventanas.
Como la señora no tenía
nada en contra, hice derribar los castaños. Al anochecer, el burgomaestre
volvió a su casa sin sos-pechar nada. Se detuvo frente a la vivienda, se rascó
la cabeza y reflexionó:
-Extraño, francamente muy
extraño. ¿Es mi casa o no es mi casa? Parece que es mi casa, pero no puede ser,
porque delante de ella crecen castaños y aquí no hay castaños. Extraño, francamente
muy extraño. Esta ciudad se parece mucho a Schilda, pero no puede ser Schilda,
porque en la plaza del mercado de Schilda está mi casa y aquí, en cambio, no
está mi casa. Probablemente me he equivocado de ciudad.
Espoleó al caballo, se
marchó y no volvió nunca más. Y yo me convertí en el burgomaestre, o sea, en el
alcalde de Schilda.
116. anonimo (ucrania)
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