Había una vez una vieja que un día, mientras
barría la iglesia, encontró una moneda.
-¿Qué me podré comprar con este dinero?
-murmuró. Si me compro una zanahoria, tendré que quitarle las hojas; si me
compro castañas, tendré qué tirar las cáscaras. Lo mejor es que compre harina y
prepare una buena tarta.
Así fue como compró harina y preparó una tarta
deliciosa. La puso en la mesa para que se enfriase un poco, dejó la ventana
abierta y volvió a la iglesia. Cuando estaba fuera, su cabra comenzó a rondar
la casa, olió aquel rico aroma, saltó por la ventana y se comió la tarta.
Poco después, la vieja volvió a casa a comer,
pero no podía entrar. La cabra se había colocado detrás de la puerta y no
quería dejarla pasar. ¿Qué podía hacer la pobre vieja? Se sentó en el umbral y
allí lloraba y se lamentaba de tal modo que era capaz de partirle el corazón a
cualquiera que la oyese. Pasó un asno, la vio y le preguntó:
-Viejecita, viejecita, ¿por qué lloras como
para partirle el corazón a cualquiera que te oiga?
-Porque la cabra no me deja entrar en mi casa.
-No llores, yo la echaré -dijo el asno y fue a
golpear la puerta: toc, toc.
-¿Quién es? -preguntó la cabra detrás de la
puerta.
-Soy el asno.
Soy la cabra y tengo cuernos,
cuernos hay en mi cabeza:
te haré sentir su dureza.
El asno se asustó y salió pitando.
¿Qué podía hacer la pobre vieja? Seguía
sentada en el umbral y allí lloraba y se lamentaba de tal modo que era capaz de
partirle el corazón a cualquiera que la oyese.
Pasó por allí un perro. Vio a la vieja y le
preguntó:
-Viejecita, viejecita, ¿por qué lloras como
para partirle el corazón a cualquiera que te oiga?
-Porque mi cabra no me deja entrar en casa.
-No llores, yo la echaré -dijo el perro y fue
a golpear la puerta: toc, toc.
-¿Quién es?
-Soy el perro.
Soy la cabra y tengo cuernos,
cuernos hay en mi cabeza:
te haré sentir su dureza.
El perro se asustó y salió pitando.
¿Qué podía hacer la pobre vieja? Seguía
sentada en el umbral y allí lloraba y se lamentaba de tal modo que era capaz de
partirle el corazón a cualquiera que la oyese.
Pasó un carnero, vio a la vieja y le preguntó:
-Viejecita, viejecita, ¿por qué lloras como
para partirle el corazón a quien te oiga?
-Porque mi cabra no me deja entrar en casa.
-No llores, la echaré yo -dijo el carnero y
fue a golpear la puerta: toc, toc.
-¿Quién es?
-Soy el carnero.
Soy la cabra y tengo cuernos,
cuernos hay en mi cabeza:
te haré sentir su dureza.
El carnero se asustó y salió pitando.
¿Qué podía hacer la pobre vieja? Seguía
sentada en el umbral y allí lloraba y se lamentaba de tal modo que era capaz de
partirle el corazón a cualquiera que la oyese.
Y, mientras lloraba y se lamentaba de ese
modo, pasó un ratoncito, vio a la vieja y le preguntó:
-Viejecita, viejecita, ¿por qué lloras como
para partirle el corazón a quien te oiga?
-Porque mi cabra no me quiere dejar entrar en
casa.
-No llores, la echaré yo.
-El asno quería echarla, pero no la echó. El
perro quería echarla, pero no la echó. El carnero quería echarla, pero no la
echó. ¿Cómo vas a echarla tú, que eres el más pequeño de todos ellos?
Pero el ratoncito no le hizo caso y fue a
golpear la puerta: toc, toc.
-¿Quién es? -preguntó la cabra detrás de la
puerta.
-Soy el ratoncito.
Soy la cabra y tengo cuernos,
cuernos hay en mi cabeza:
te haré sentir su dureza.
Así dijo la cabra, pero el ratoncito no se
asustó para nada y le respondió:
Yo de los ratones soy el rey:
si no te vas, dura será mi ley.
Esta vez fue la cabra la que se asustó, saltó
por la ventana y salió pitando. El ratoncito entró en la casa con la vieja y,
como se cayeron bien, se casaron sin más ni más, y vivieron juntos, felices y
contentos.
112. anonimo (italia)
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