Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

Cómo pagó sus deudas el pobre giufà


El pobre Giufà era conocido a lo largo y a lo ancho de Sicilia. Siempre andaba todo andrajoso y nunca tenía nada para comer, pero siempre estaba alegre y de buen humor. Un día, sin embar­go, Giufà se cansó de ir mal vestido y decidió comprarse un tra­je decente:
-El hábito hace al monje -se dijo- y, si uso mejores ropas, sin duda las cosas me irán mucho mejor.
Así que se fue de compras. Pasó por la zapatería, por la sas­trería, por la sombrerería, y se compró todo lo que le hacía fal­ta. Pero no pagó un céntimo:
-Pagaré mañana -dijo-, cuando haya recibido el dinero que me corresponde.
El buen Giufà volvió de las compras muy elegante, con pan­talones nuevos, camisa y chaqueta nuevas, y, lo mejor de todo, un estu-pendo sombrero rojo. Estaba francamente contento con su ropa. Pero al día siguiente comenzó a preocuparse: ¿cómo ha­ría para pagar toda aquella ropa si no tenía un céntimo?
Obsesionado por este pensamiento, el pobre Giufà decidió darse por muerto. Se tumbó en la cama, cerró los ojos, juntó sus manos, apuntó los dedos de los pies hacia el techo. Parecía real­mente un cadáver.
Por la mañana temprano, los acreedores fueron a su casa, uno tras otro: el zapatero, el tendero, el sastre, el sombrerero, en el mismo orden en el que Giufà los había visitado el día en que salió de compras. Viéndolo yacer con una cruz sujeta entre sus manos, cada uno de ellos suspiró y dijo:
-Pobre Giufà, me debes dinero. ¡Qué idiota he sido al darte crédito! Pero es inútil llorar, ga no hay remedio: lo hecho, hecho está. ¡Que conste que desde ahora me olvido de tu deuda!
Finalmente, llevaron a Giufà como un cadáver a la iglesia. Según la costumbre, tenía que permanecer toda la noche en un ataúd abierto.
De improviso, hacia la medianoche, se abrieron las puertas y entró en la iglesia una banda de ladrones. Volvían de un atraco y querían repartirse en paz el botín. Se sentaron en el suelo, el oro sonó y volvió a sonar, hasta que se repartieron amistosa­mente todos los ducados robados. Pero había sobrado uno, y los ladrones estaban a punto de llegar a las manos para decidir a quién le correspondía. Pero su jefe señaló a Giufà, que yacía en silencio en el ataúd, y dijo:
-¡Quien consiga darle en la nariz al cadáver a diez pasos de distancia tendrá el ducado!
Todos desenfundaron sus pistolas. Como podéis imaginar, Giufá sintió que se le helaba la sangre, pero se armó de valor, se incorporó cuan alto era en el ataúd y aulló con voz cavernosa:
-¡Espíritus de ultratumba, levantaos y acudid a defenderme!
¡Fue como si un rago hubiese fulminado a los ladrones! Ate­rrorizados, escaparon y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, olvidando sus ducados.
Pero no los olvidó Giufà. Con mucha calma los recogió to­dos, dejando sólo el que sobraba, y volvió a casa. A la mañana siguiente, muy temprano, fue a ver a sus acreedores y pagó todas sus deudas, ¡incluso la que había contraído para comprarse el sombrero rojo!

112. anonimo (italia)

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