Había una vez un
campesino que mandó a su hijo que llevase a pastar las ovejas.
El chico inició el camino
hacia la colina, guiando al rebaño. Pero a los pocos minutos volvió atrás, casi
sin aliento, y dijo:
-Papá, papá, coge deprisa
tu escopeta: he visto en la colina una liebre tan grande como nuestro caballo.
-¿Una liebre tan grande
como un caballo? No puede ser.
-Vale, tal vez no tan
grande como un caballo -precisó el muchacho, pero sin duda era como un potro.
-¿Una liebre tan grande
como un potro? No puede ser.
-Vale, tal vez no tan
grande como un potro, pero sin duda era como un ternero.
-¿Una liebre tan grande
como un ternero? No puede ser.
-Vale, tal vez no tan
grande como un ternero, pero sin duda era como una oveja.
-¿Una liebre tan grande
como una oveja? No puede ser.
-Vale, tal vez no tan
grande como una oveja, pero sin duda era como un cordero.
-¿Una liebre tan grande
como un cordero? No puede ser.
-Vale, tal vez no tan
grande como un cordero, pero sin duda era como un gato.
-¿Una liebre tan grande
como un gato? Eso podría ser. Pero ¿no estás exagerando?
-Vale, tal vez no tan
grande como un gato, pero sin duda era como un ratón.
-¿Una liebre tan grande
como un ratón? No puede ser.
-Vale, tal vez no tan
grande como un ratón, pero sin duda era como una mosca.
-¿Una liebre tan grande
como una mosca? Se me ocurre, hijo mío, que no has visto nada.
Y le ordenó otra vez a
semejante embustero que se ocupase de las ovejas.
120. anonimo (francia)
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