Había una vez un rey muy
bueno al que le gustaba comer, beber y divertirse, y que amaba a sus súbditos,
aunque no a los egoístas y fanfarrones. Un día, mientras estaba sentado a la
mesa comiendo y jugando a los naipes con su bufón, entró en la sala un
campesino que llevaba en equilibrio sobre la cabeza una enorme calabaza, tan
grande que jamás en el mundo se había visto una igual, y tal vez nunca llegaría
a crecer en el futuro una parecida.
-Buenos días a vos, mi
señor, y a vuestro noble consejo.
-Buenos días, amigo
-respondió el rey. ¿Adónde lleváis esa magnífica calabaza?
-Es para vos, mi noble
señor -respondió el campesino sin timidez. Os la he traído de regalo para que
os hagan un buen puré. Es estupendo el puré de calabaza, os lo aseguro. Pero no
olvidéis advertirle a vuestro cocinero que conserve las pepitas de la calabaza.
Las podréis repartir entre vuestros amigos y darme incluso un puñado a mí, para
el año próximo.
-Gracias, amigo -dijo el
rey al campesino. Id a la cocina y pedid que os den de comer.
El campesino le dio las
gracias y llevó la calabaza a la cocina. Mientras el cocinero le daba de comer
y de beber, el rey se dirigió a su bufón:
-Me cae bien ese hombre y
pienso que me ha traído la calabaza porque tiene buen corazón. ¿Qué puedo
darle a cambio?
El bufón se quedó un
momento en silencio pensando y luego respondió:
-Pongámoslo a prueba,
noble rey. Si no ha venido a sacar tajada, dadle de regalo un buen caballo.
-Está bien -replicó el
rey al bufón y se mantuvo un buen rato pensativo.
Cuando el campesino hubo
comido y bebido hasta la saciedad, el rey lo mandó llamar y le dijo:
-Amigo mío, ¿qué queréis
como recompensa?
-¿Qué quiero, noble
señor? -dijo el campesino. Sólo quiero que me deis un puñado de pepitas de
calabaza cuando vuestro cocinero las haya hecho secar.
-Muy bien, amigo, os daré
en cambio algo mejor -dijo el rey y ordenó que se le entregase al campesino un
buen caballo.
El campesino se lo
agradeció y, muy contento, volvió a su casa a caballo.
Este campesino estaba al
servicio de cierto conde, conocido por su extrema avaricia, que se llamaba
Rácanapiojos. En cuanto el conde Rácanapiojos supo que el campesino había
recibido un regalo del rey, pensó para sus adentros: «Mañana también iré a ver
al rey y le regalaré un buen caballo. Si ha dado un caballo a cambio de una
calabaza, por un caballo me dará al menos el título de príncipe p una tinaja
llena de monedas de oro».
Y eso fue lo que hizo. A
la mañana siguiente, muy temprano, sacó de sus establos el caballo más hermoso
y se encaminó hacia el castillo del rey. El rey aún estaba sentado a la mesa y
comía y jugaba a los naipes con su bufón.
El conde Rácanapiojos
entró en la sala, se inclinó y dijo:
-Buenos días para vos, mi
señor, y para todo este noble consejo.
-Buenos días, amigo
-respondió el rey. ¿Qué deseáis?
-Noble señor, soy el
conde Rácanapiojos. He oído que ayer le disteis a uno de mis siervos un caballo
a cambio de una calabaza, y ahora os he traído otro para sustituir al que
habéis regalado. El caballo está ya en vuestros establos.
-Gracias, amigo -dijo el
rey. Iré a echarle un vistazo.
En cuanto Rácanapiojos
salió, el rey se dirigió a su bufón y le dijo:
-Me cae bien este hombre
y pienso que me ha dado el caballo porque tiene buen corazón. ¿Qué debería
darle a cambio?
-Mi señor, ponedlo a
prueba. Si no ha venido a sacar tajada, regaladle siete condados g el título
de príncipe.
-Está bien -respondió el
rey al bufón y, dirigiéndose a los establos, le dijo al conde: Amigo mío, no
he visto jamás un caballo tan hermoso. ¿Qué queréis como recompensa?
-¿Qué quiero, mi noble
señor? -repuso el conde Rácanapiojos. Quiero que me deis el título de
príncipe y una tinaja llena de monedas de oro.
-Amigo mío, os daré algo
mejor -dijo el rey.
Mandó llamar al cocinero
y le preguntó:
-Mi estimado cocinero,
¿habéis conservado las pepitas de la calabaza?
-Claro, mi señor
-respondió el cocinero.
-Bien -añadió el rey,
ponedlas en dos cucuruchos de papel: uno para el campesino y el otro para su
señoría, el conde Rácanapiojos.
Así, mientras que el
campesino generoso había conseguido un caballo a cambio de una calabaza, el
conde avaro tuvo pepitas de calabaza a cambio de un caballo.
Fuente: Gianni Rodari
120. anonimo (francia)
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