Una vez, un asno decidió
salir a correr mundo en busca de fortuna.
-Seguro que no estaré
peor que en la casa de mi amo -dijo, lió sus petates y escapó.
Después de una buena carrera,
llegó a un hermoso prado rodeado de montañas. La hierba era tan alta que le
llegaba a la barriga, el agua del arrogo era límpida y fresca y no había ni
sombra de amos a la vista. Al asno le parecía estar en el paraíso y se puso a
rebuznar de contento a voz en cuello.
El león ogó los rebuznos
y se sorprendió muchísimo. En su vida había oído una voz semejante. Se deslizó
cauteloso hasta el prado para observar a aquel animal desconocido.
En medio del prado
encontró al asno y se asombró aún más. Nunca le había ocurrido encontrarse con
un animal tan corpulento y con las orejas tan largas. ¿Quién podía ser? El
león se acercó al asno y lo saludó cortésmente:
-Buenos días, amigo, ¿de
dónde vienes y cómo te llamas?
-Vengo de muy lejos y me
llamo Archileón -respondió el asno.
-¿Archileón?
-Seguro, Archileón.
-Pero ¿eso significa que
tú eres el reg de todos los leones?
-Claro, ningún animal en
el mundo puede estar a mi altura.
-Si es así, oh, gran
Archileón, unámonos en sociedad y así nos convertiremos en los más poderosos de
todos los animales.
-Muy bien, de acuerdo
-asintió el asno y se asoció al león.
Salieron de caza.
Haciendo camino, llegaron a la orilla de un río. El león pasó de un salto a la
otra orilla. El asno, en cambio, entró en el agua y estuvo a punto de que se lo
llevase la corriente. Con gran esfuerzo, logró finalmente arrimarse a la otra
orilla.
-Qué extraño -comentó el
león: un animal tan fuerte no llega a cruzar un río. ¿Acaso no sabes nadar?
-¿Si yo sé nadar?
-exclamó el asno. Nado mejor que un pez.
-¿Y por qué te has
quedado en el agua tanto tiempo?
-Tú no has visto el pez
gigante que llevaba enganchado a la cola. Imagínate que ha estado a punto de
hundirme. Al final, he tenido que dejarlo escapar para alcanzarte.
El león se sorprendió de
nuevo, pensó que Archileón era un cazador de primera línea y siguió adelante.
Poco después llegaron
frente a un muro bastante alto. El león dio un salto y pasó al otro lado. Al
asno, en cambio, le llevó una media hora larga trepar hasta el borde del muro
y, cuando por fin llegó arriba, no sabía si ir hacia delante o hacia atrás.
-¿Qué haces ahí arriba?
-gritó el león.
-¿No lo ves? -respondió
el asno. Me estoy pesando. Quiero saber si es más pesada mi cabeza o mi cola.
Y al saltar, rodó en
medio del polvo. El león meneó la cabeza y dijo:
-Comienzo a sospechar que
me has engañado y que no eres el gran forzudo que dices ser.
-¿Qué? Entonces veamos
cuál de los dos logra derribar este muro.
El león se lanzó con las
patas y la cabeza contra el muro, pero sólo consiguió hacerse unos chichones y el muro no se movió. El asno, en cambio, se volvió, comenzó a dar coces al muro con las patas traseras y, en un abrir y cerrar de ojos, lo derribó.
-preguntó el asno. Y esto no es nada. Mira aquellos cardos. Seguro que si tú
anduvieses entre de ellos te pincharías. Yo, en cambio, soy tan fuerte que
incluso me los puedo comer.
-¿Estás convencido ahora
de que soy más fuerte que tú?
En efecto, el asno se
acercó a los cardos y se los comió como si fuese lo más sencillo del mundo.
El león se quedó muy
asombrado y admitió:
-Veo, oh, gran Archileón,
que eres verdaderamente más fuerte y más poderoso que yo. Conviértete, pues, en
el rey de los leones.
Al día siguiente, el león
convocó a una asamblea a todos los leones del bosque y el asno fue elegido, en
aquella sesión rey de todos los animales.
Desde aquel día, el asno
vivió como un rey. Y fue un rey bueno, amado por todos porque no hacía daño a
nadie y no obligaba a pagar impuestos. Para alimentarse, le bastaba con unas
hierbas y un manojo de cardos.
La pena es que los reges
tan buenos como él también tengan que morir. Un día, los leones encontraron al
asno muerto en medio del prado. Le hicieron todas las honras fúnebres, le
consagraron una sepultura propia de rey y lo lloraron largamente. Aún hoy,
cuando se acuerdan de aquel buen monarca, los leones gritan y lloran con tanta
fuerza que todos los animales escapan.
120. anonimo (francia-corcega)
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