Tres alegres amigos
recorrían juntos el mundo. En una ocasión, la noche los sorprendió cerca de
una casa solitaria. Llamaron a la puerta, pensando pedirle al dueño algo de
comida y un rincón para descansar.
Pero el amo de la casa
era tremendamente avaro. Se negó incluso a escuchar lo que querían decirle los
tres jóvenes y los echó amenazándolos con un garrote.
Los tres amigos tuvieron
que pasar la noche a la intemperie y con el estómago vacío. Al amanecer, se
dirigieron hambrientos y tiritando de frío a la ciudad vecina, donde había
mercado.
De repente oyeron un
campanilleo, se volvieron y vieron al avaro que los había echado la noche
anterior. También él se dirigía a la ciudad; a lomos de un burro, tiraba de
una cabra, que llevaba atada detrás, con una esquila colgada al cuello.
El campesino no reconoció
a los tres alegres amigos, que se escondieron detrás de un arbusto; el primero
de ellos dijo:
-Debemos castigar a este
avaro. Le robaré la cabra.
-Yo le robaré el burro
-dijo el segundo.
-Y yo le robaré su ropa
-dijo el tercero.
Y se pusieron manos a la
obra. Cuando el campesino pasó delante de ellos, el primero salió del arbusto,
se acercó muy sigiloso a la cabra, cortó la cuerda y ató la esquila a la cola
del burro.
El campesino no
sospechaba de nada. Seguía oyendo el tintineo de la esquila y estaba seguro de
que la cabra iba tras él dócilmente. Pero la cabra quién sabe ya dónde estaba,
guiada por el primer ladrón.
El segundo joven salió a
su vez del escondite, siguió al campesino y de lejos comenzó a gritarle:
-Eh, tú, ¿te has vuelto
loco? ¿Cómo se te ocurre atar la esquilo a la cola del burro, en lugar de al
cuello?
El campesino se volvió,
comprendió lo que había ocurrido y comenzó a lamentarse:
-La esquila estaba atada
al cuello de mi cabra. Alguien me la ha robado, le ha quitado la esquila y la
ha atado a la cola del burro para despistarme. ¿No has visto tú a nadie con una
cabra?
-Sí, he visto a alguien
-respondió el segundo burlón. Ha desaparecido entre los árboles hace poco.
El campesino bajó del
burro, le entregó las riendas al burlón y le dijo:
-Cuídame el burro, que
saldré en busca del ladrón.
En cuanto lo vio
desaparecer entre los arbustos, el segundo joven montó en el burro y se alejó
en la dirección opuesta.
El campesino regresó poco
después con las manos vacías y se encontró con que nadie lo esperaba: ni el
burro ni el ladrón.
-Ay, ay, pobre de mí -se
lamentaba, corriendo en busca del burro, fuera de sí. ¡Antes me robaron la
cabra y ahora mi borriquito!
El tercer amigo, mientras
tanto, había avanzado un buen trecho. Estaba junto a un pozo, al borde de la
carretera, y cuando vio llegar al avaro comenzó a lamentarse como si le hubiese
ocurrido quién sabe qué desgracia.
El campesino se detuvo,
ganado por la curiosidad, y le preguntó:
-¿Por qué te lamentas,
buen hombre?
-Ah, si lo supieses
-respondió el tercer burlón. Tenía un cofrecito lleno de piedras preciosas,
por un valor de cerca de cien mil ducados, y se me ha caído en este pozo. Si me
ayudas a sacarlo, te daré con mucho gusto cincuenta ducados.
El avaro se alegró
pensando:
-Cincuenta ducados
equivalen a diez burros y diez cabras.
Para no perder el tiempo
hablando, se quitó la ropa y se introdujo en el pozo.
-¡Cuídame, por favor, la
ropa! -gritó desde abajo, mientras buscaba el cofrecito lleno de piedras
preciosas.
Naturalmente no encontró
nada y, cuando salió del pozo, ya no encontró tampoco su ropa, que había
desaparecido con el tercer ladrón.
Sólo había quedado, en el
suelo, su bastón. El campesino lo recogió y, desnudo como un pez, corrió hasta
su casa atravesando el pueblo. Si a alguien se le ocurría acercarse, lo
amenazaba con el bastón y se desgañitaba gritando:
-Apártate o te mato.
La gente se quedaba
atónita y no sabía qué pensar.
-Eh, tú, ¿has perdido la
cabeza?
-No -respondió el avaro,
a la carrera, pero me lo han robado todo, y ahora tengo miedo de que alguien
me robe también a mí.
084. anonimo (persia)
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