Había una vez una pareja de ancianos. Tenían
un nieto llamado Serafín, que vivía con ellos en una pequeña casa en medio del
bosque.
Todas las mañanas, el anciano iba a cortar
leña, mientras su mujer recogía fresas, frambuesas o setas, según la estación,
y el pequeño Serafín se quedaba solo en casa todo el día.
Su abuela siempre le decía:
-No salgas de casa y no le abras la puerta a
nadie.
Y el pequeño Serafín no salía siquiera al
jardincito que había delante de la casa ni le abría la puerta a nadie. Por otra
parte, nadie llamaba nunca a esa puerta.
Un día pasó por allí la zorra, miró por la
ventana y vio al pequeño Serafín, que en ese momento estaba comiendo su papilla
dulce. Sintió de pronto mucha hambre. Golpeó la ventana y dijo:
-Serafín, déjame comer un poco de tu papilla.
A cambio, te llevaré de paseo sobre mi cola.
Serafín le habría dejado de buena gana un poco
de su papilla a la zorra, porque qa estaba satisfecho. E incluso le habría
gustado dar un paseo sobre la cola del animal, pero se acordó de lo que le
había dicho su abuela y respondió:
-No es posible, señora zorra. Mi abuelita me
ha dicho que no le abra la puerta a nadie.
-Yo no te digo que me abras la puerta. Ábreme
la ventana, sólo un poco; yo entraré y después te dejaré pasear todo el día
sobre mi cola.
-Eso es verdad -pensó Serafín. La abuela me ha
prohibido que abra la puerta, pero no ha dicho una sola palabra sobre la
ventana.
Y como tenía muchas ganas de pasear sobre la
cola de la zorra, abrió la ventana y el animal entró en la habitación. Lo
primero que hizo fue chupar toda la papilla que había quedado en el plato y
finalmente dijo:
-Ahora monta en mi cola, Serafín, te haré dar
un buen paseo.
Serafín montó en la cola de la zorra, que
primero trotó de un lado al otro de la habitación; después saltó al banco, del
banco saltó a la ventana y por fin saltó al exterior, y Serafín con ella. La
zorra corrió derecho hasta la vieja encina, bajo la cual estaba su madriguera.
Al principio, a Serafín le pareció divertido
andar de paseo sobre la cola de la zorra, pero cuando ésta saltó por la ventana
comenzó a sentir miedo y, cuando ya se encontró en la madriguera, se puso a
llorar amargamente.
-No llores, Serafín -lo consoló la zorra.
Tengo dos hijas, dos hermosas zorritas. Jugarás con ellas y verás cómo te
divertirás.
Y francamente, Serafín se divirtió mucho
jugando con las dos zorritas.
La zorra hizo que montasen los tres en su cola
y se lo pasaron muy bien.
Después llegó la noche y Serafín quería volver
a casa de sus abuelos.
-No es posible, querido Serafín -dijo la
zorra. Solo no sabrías volver, está demasiado oscuro, y yo no puedo
acompañarte. Espera hasta mañana.
Pero Serafín sentía mucha nostalgia de su
abuela y de su abuelo y lloraba repitiendo que quería volver a su casa. Las
zorritas intentaron consolarlo, pero fue en vano. Tampoco sirvió de nada que la
zorra le prometiese que a la mañana siguiente lo acompañaría a su casa ella
misma; Serafín lloraba y chillaba como si lo estuviesen matando.
Mientras tanto, los dos ancianos habían vuelto
a casa. La ventana estaba abierta, Serafín había desaparecido, y ambos se
asustaron muchísimo.
-¿Qué puede haberle ocurrido a nuestro
Serafín? -se lamentaban.
En ese momento, pasó por allí la urraca, que
todo lo ve, todo lo sabe y todo lo cuenta, y les dijo:
-La zorra se ha llevado a Serafín a su
madriguera.
-Qué barbaridad -dijo el anciano y cogió su
violín.
La mujer, a su vez, cogió el tamboril y se
dirigieron a la encina bajo la cual la zorra tenía su madriguera. Una vez allí,
comenzaron a tocar y a cantar esta canción:
Violín sin sirisín, sin sirisín,
tam tam tam el tamboril,
tres zorras viven aquí,
con ellas está Serafín.
En cuanto terminaba la canción, volvían a
comenzar desde el principio, siempre con la misma música. La zorra los oyó y se
enfadó mucho:
-¿Qué significa este alboroto? Me duele un
montón la cabeza. Zorrita, ve a decirles a esos músicos que se vayan con la
música a otra parte.
Salió una de las dos zorritas, pero el anciano
ya estaba alerta con una bolsa, metió dentro al animal y volvió a ejecutar la
canción con su mujer:
Violín sin sirisín, sin sirisín,
tam tam tam el tamboril,
dos zorras viven aquí,
con ellas está Serafín.
-¡Parece que no quieren dejar de tocar! -se
enfureció la zorra y le ordenó a la segunda zorrita que saliese a echar a los
músicos.
Pero el viejo la metió también a ella en la
bolsa y reanudó la canción junto con su mujer:
Violín sin sirisín, sin sirisín,
tam tam tam el tamboril,
doña Zorra vive aquí,
con ella está Serafín.
La zorra, esta vez, montó en cólera y salió
ella misma para echar a los músicos, pero acabó también dentro de la bolsa.
Entonces, el abuelo y la abuela se asomaron a la madriguera y dijeron:
-Serafín, Serafín, sal de ahí. Somos nosotros,
tus abuelos.
Serafín salió corriendo y fue para todos una
gran alegría volver a estar juntos.
Después, el abuelo abrió la bolsa, dejó que se
fuesen las dos zorritas, que no tenían la culpa de nada y habían sido muy
amables con Serafín, y dio varios bastonazos a la zorra en el lomo, golpes que
ella no olvidaría durante el resto de su vida.
También Serafín, de todos modos, recibió su
castigo, para que aprendiese en el futuro a ser más obediente.
121. anonimo (chequia-bohemia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario