Había una vez una mujer
que tenía un hijo de nombre Janos. Eran personas humildes y sus únicos bienes
eran una casucha y una vaca. Un día en que ga no les quedaba nada de comer, la
madre le rogó a su hijo:
-Janos, ve al mercado a
vender la vaca de otro modo, nos moriremos de hambre.
Janos se fue con la vaca
al mercado. Y allí se la vendió a un viejo por muy poco, casi por nada. ¿Sabéis
por cuánto? Por una alubia.
-Hijo mío, hijo mío, ¿qué
has hecho? -chillaba la anciana. ¿Para qué puede servirnos una alubia? Ahora sí
que nos moriremos de hambre.
-No temas, madre -dijo
Janos. Ese viejo me ha dicho que plantemos la alubia bajo la ventana y que
estemos atentos a lo que ocurre.
Janos plantó la alubia
bajo la ventana y se fue a dormir. A la mañana siguiente se despertó y no podía
dar crédito a sus ojos. La alubia había crecido mucho, había llegado al cielo.
-Muy bien -dijo Janos-,
quiero subir a ver hasta dónde llega.
Janos trepó, trepó
durante todo el día y, hacia la noche, se encontró en el cielo. En el cielo
había una cabaña, en la cabaña una salita, en la solita una mesa, una silla y
una cama.
«Ya es de noche -pensó Janos,
me quedaré a dormir aquí».
En ese momento se oyó
fuera un estruendo terrible. Janos se deslizó debajo de la cama y a duras penas
le dio tiempo a esconderse. Entró en la cabaña un dragón espantoso que se
sentó en la silla, sacó de su bolsillo una gallina de oro y ordenó:
-¡Ponme un huevo!
La gallina cacareó y puso
enseguida un huevo de oro. El dragón se lo bebió y ordenó por segunda vez:
-¡Ponme un huevo!
La gallina puso un
segundo huevo de oro, luego un tercero, y el dragón los bebió, uno tras otro.
Después se sentó en la cama, cogió un pequeño violín que colgaba de la pared y
comenzó a tocar. Tocó, siguió tocando, hasta que se durmió. Y también la gallina
dormía.
Pero Janos vigilaba.
Salió de debajo de la cama escurriéndose, cogió a la gallina y el violín,
traspuso el umbral de la cabaña y bajó precipitadamente por el tallo de su alubia.
Casi había llegado abajo cuando ogó detrás la respiración del dragón, que lo
perseguía.
Janos saltó a tierra,
cogió un hacha, cortó la planta de la alubia y la derribó junto con el dragón.
Éste, con la fuerza de la caída, se quebró las patas y el hueso del cuello. No
tardó en morir. Janos y su madre se lo pasaron en grande con la gallina en su
casucha. La gallina ponía los huevos de oro, Janos tocaba el violín y su madre
iba al mercado a vender los huevos. Tenían de todo en abundancia. Incluso les sobraba
para ayudar a sus vecinos.
123. anonimo (hungria)
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