Había una vez en Francia
un rey y una reina que tenían un hijo tan bello como el sol. Al príncipe le
gustaba mucho cazar. Cada mañana salía con setecientos cazadores y setecientos
perros sabuesos. Cazaba en el bosque y volvía de la caza a la hora del crepúsculo,
al son de las trompas y de los cuernos.
Pero un día el caballo
del príncipe volvió solo de la caza. Su jinete, el hijo del rey de Francia, se
había separado de sus compañeros en el corazón del bosque y se había perdido.
Cayó la noche, los lobos
comenzaron a salir de sus guaridas, y no era el mejor momento para dejarse ver.
El hijo del rey de Francia trepó a un árbol y miró cauteloso hacia todos lados.
Pero no logró divisar siquiera una débil luz. No tuvo más remedio que bajar,
prepararse un lecho de hierba y dormirse empuñando la espada.
Cuando se despertó, el
sol ya estaba en lo alto del cielo y los pájaros gorjeaban. El hijo del rey de
Francia se levantó y echó a andar, esperando reconocer el camino de vuelta.
Vagó durante todo el día, adentrándose aún más en el denso bosque. Sació su sed
bebiendo en los manantiales y aplacó su hambre comiendo moras silvestres. Pero
al anochecer no había encontrado aún el camino de vuelta a casa.
Cagó de nuevo la noche,
los lobos comenzaron a salir otra vez de sus guaridas, y no era el mejor
momento para dejarse ver. El hijo del rey de Francia subió a un árbol y miró a
su alrededor. Pero doquiera que mirase no distinguía ninguna luz. Así que no le
quedó más remedio que bajar, prepararse un lecho de hierba y dormirse empu-ñando
la espada.
Cuando se despertó, el
sol ya estaba en lo alto del cielo y los pájaros gorjeaban. El hijo del rey de
Francia se levantó presuroso y una vez más se dedicó a buscar el camino de
regreso. Vagó otra vez durante todo el día y se adentró aún más en el tupido
bosque; sació su sed en las fuentes y se alimentó de moras y hierbas
silvestres. Cuando llegó la noche, aún no había salido del bosque.
Cayó así la tercera noche;
los lobos comenzaron a salir de sus guaridas, y no era el mejor momento para
dejarse ver. El hijo del rey de Francia lo comprendió, trepó a un árbol y miró
hacia todos lados. Y escrutando en la oscuridad, distinguió finalmente, muy a
lo lejos, una lucecita. Bajó enseguida del árbol y se dirigió deprisa hacia la
luz. Caminó mucho hasta que, una hora antes de medianoche, llegó ante un
castillo, en el corazón del bosque.
El hijo del rey de
Francia se acercó a la puerta y golpeó:
-Toc, toc, toc.
Una muchacha, hermosa
como el día, fue a abrir la puerta.
-Buenas noches, hermosa
joven -la saludó el príncipe, soy el hijo del rey de Francia y me he
extraviado. Hace tres días y tres noches que vago por el bosque. ¡Hermosa
joven, te lo ruego, dame algo de comer y déjame dormir aquí esta noche!
-Entra, hijo del rey de
Francia -dijo la hermosa muchacha, entra, come y bebe, pero, en cuanto estés
saciado, debes irte cuanto antes, porque mis padres son el Mago y la Bruja y su manjar favorito
es la carne humana. En este momento están paseando por el bosque, pero
volverán a la medianoche en punto y no querría que te devorasen vivo. ¡Por
ello, buen príncipe, ven, come y bebe, pero luego vete deprisa!
-Sin embargo, hermosa
joven -respondió el príncipe-, no estoy en condiciones de seguir, me siento
demasiado cansado.
-De acuerdo, hijo del rey
de Francia -dijo la hermosa muchacha, de acuerdo. Entra, come y bebe, y
después te esconderé bajo esta tina.
El príncipe siguió el
consejo de la hermosa muchacha. A medianoche en punto volvieron al castillo el
Mago y la Bruja. Y ,
ya desde el umbral, gritaron:
-¡Oh, oh, hermosa Juana,
qué buen olor a carne humana!
-Es imposible, padre; es
imposible, madre. ¿Cómo podría llegar un hombre hasta aquí? -exclamó la hermosa
Juana. Mirad vosotros mismos y ya veréis.
El Mago y la Bruja comenzaron a buscar,
pero fue en vano. No encontraron a nadie.
-Oh, oh, hermosa Juana,
aún se siente ese buen olorcito -excla-maron-. Vayamos a la cama ahora y mañana
miraremos mejor.
El Mago y la Bruja se fueron a la cama.
La hermosa Juana, en cambio, no se fue a dormir. Cogió un puñado de arcilla y
un mechón de sus cabellos, lo mezcló todo bien y preparó una especie de hogaza
que tenía el poder de hablar en su lugar hasta el amanecer.
Cuando terminó, la
hermosa Juana se apoderó de la varita del Mago y de la Bruja , cogió sus botas de
las siete leguas y, muy despacio, fue a despertar al hijo del rey de Francia:
-Levántate, levántate,
hijo del rey de Francia, que debemos huir. De este sitio no se puede esperar
nada bueno -dijo, y escaparon juntos veloces como el viento.
El Mago y la Bruja sospecharon algo y, ya
medio dormidos, gritaron:
-Oye, hermosa Juana, es
hora de que vayas a la cama.
La hogaza de arcilla y
cabellos respondió:
-Ya voy, padre; ya voy,
madre. Me estoy lavando la cara.
El Mago y la Bruja se quedaron
tranquilos, pero no por mucho tiempo. Al rato volvieron a llamar:
-Oye, hermosa Juana, es
hora de que vayas a la cama.
-Ya voy, padre; ya voy,
madre. Me estoy quitando el corpiño -respondió la hogaza de arcilla y
cabellos.
El Mago y la Bruja se quedaron tranquilos
un rato más. Pero después llamaron de nuevo:
Oye, hermosa Juana, es
hora de que vayas a la cama.
-Ya voy, padre; ya voy,
madre. Me estoy lavando la blusa –respondió la hogaza de arcilla g cabellos.
El Mago y la Bruja se conformaron con la
respuesta. Pero después volvieron a llamar:
-Oye, hermosa Juana, es
hora de que vayas a la cama.
-Ya voy, padre; ya voy,
madre. Me estoy desatando los zapatos -respondió la hogaza de arcilla y cabellos.
Y el Mago y la Bruja se quedaron tranquilos
unos instantes más. Pero después volvieron a llamar:
-Oye, hermosa Juana, es
hora de que vayas a la cama.
Pero esta vez la hogaza
de arcilla y cabellos no respondió, porque estaba amaneciendo qya no tenía el poder
de hablar. La Bruja
se incorporó de un salto:
-¡Diablos! ¡Mal rayo los
parta! ¡Juana y ese hombre se han escapado y se han llevado nuestra varita y
nuestras botas de las siete leguas! ¡Deprisa, Mago, persíguelos! En menos de
una hora los detendrás y nos los comeremos vivos.
El Mago cogió otra
varita, se puso las botas de las diez leguas y salió, veloz como un rayo. Poco
después, la hermosa Juana y el hijo del Reg de Francia lo oyeron chillar a sus
espaldas:
-¡Ladrones! ¡Granujas!
Pero la hermosa Juana
tuvo una idea. Transformó al hijo del rey y a sí misma en una pareja de aves.
Se posaron en una rama, junto al camino, y gorjearon:
-Chip, chip, chip...
Cuando el Mago los vio,
se detuvo un instante y preguntó:
-¿Podéis ayudarme,
pajarillos? ¿Habéis visto por casualidad escapar a un joven y a una hermosa
muchacha?
Pero los pájaros
siguieron gorjeando:
-Chip, chip, chip...
El Mago no comprendió lo
que querían decir y volvió u casa. La hermosa Juana y el hijo del rey de
Francia escaparon veloces como el viento.
Cuando el Mago llegó al
castillo, la Bruja
le preguntó:
-Dime, marido mío, ¿has
atrapado a la hermosa Juana y a ese hombre?
-¡Oh, no! No los he
encontrado -respondió el Mago-. Sólo he visto a un pajarillo y su compañera,
posados en una rama junto al camino. Cuando les pregunté si los habían visto,
lo único que me dijeron fue «chip, chip, chip». No comprendí qué querían decir
y por ello he vuelto a casa.
-¡Oh, qué idiota eres!
-chilló la Bruja.
¡Eran ellos dos, evidente-mente! Rápido, síguelos. En menos de una hora los
atraparás y nos los comeremos vivos.
El Mago corrió como un
relámpago y, poco después, la hermosa Juana y el hijo del rey de Francia lo
oyeron chillar a sus espaldas:
-¡Ladrones! ¡Granujas!
Pero la hermosa Juana
tuvo una idea. Transformó al hijo del rey de Francia y a sí misma en una pareja
de patos. Se zambulleron en un lago junto al sendero y comenzaron a parpar:
-Cua, cua, cua...
Cuando el Mago los vio,
se detuvo y preguntó:
-¿Podéis ayudarme,
patitos? ¿Habéis visto por casualidad esca-parse a un joven y a una hermosa
muchacha?
Pero la pata y el pato
siguieron en el lago parpando:
-Cua, cua, cua...
El Mago no comprendió qué
querían decirle y volvió a su casa. Y enseguida la hermosa Juana y el hijo del
rey de Francia se marcha-ron rápidos como el viento.
Cuando el Mago llegó al
castillo, la Bruja
le preguntó:
-Dime, marido mío, ¿has
conseguido esta vez atrapar a la hermosa Juana y a aquel hombre?
-¡Oh, no! Tampoco los he
encontrado esta vez. He visto solamente una pareja de patos que nadaban en un
lago junto al sendero y, cuando les pregunté si los habían visto, me respondieron
«cua, cua, cua». No comprendí qué querían decirme y he vuelto a casa.
-¡Oh, qué estúpido eres!
-dijo la Bruja ,
irritada. ¡Eran ellos dos, evidente-mente! Rápido, sal tras ellos. En menos de
una hora los atraparás y nos los comeremos vivos.
El Mago salió corriendo
como un relámpago y, poco después, la hermosa Juana y el hijo del rey de
Francia lo oyeron gritar a sus espaldas:
-¡Ladrones! ¡Granujas!
Pero la hermosa Juana
tuvo una idea. Transformó al hijo del rey de Francia y a sí misma en un rebaño
de ovejas y en una graciosa pastorcilla. Las ovejas se pusieron a pastar al
borde del camino, como en un día de verano, balando:
-Beeee, beeee, beeee...
Cuando el Mago las vio,
se detuvo un instante y preguntó:
-Pastorcilla, ¿podrás
ayudarme? Ovejitas, ¿podréis ayudarme? ¿Habéis visto por casualidad escapar a
un joven y a una hermosa muchacha?
Pero las ovejas siguieron
pastando y balaban:
-Beeee, beeee, beeee...
El Mago no comprendió que
querían decir y volvió a casa. Y enseguida la hermosa Juana y el hijo del rey
de Francia se marcharon veloces como el viento.
Cuando el Mago volvió al
castillo, la Bruja
le preguntó:
-Oh, marido mío, ¿cómo te
ha ido? ¿Has logrado por fin capturar a la hermosa Juana y a aquel hombre?
-¡Oh, no! No he podido
-respondió el Mago. Me encontré con un rebaño de ovejas y una hermosa
pastorcilla. Pero cuando interrogué a las ovejas, sólo me respondieron: «beeee,
beeee, beeee ». No comprendí qué querían decir y por eso he regresado.
-¡Mira que eres tonto!
-chilló la Bruja.
¡Eran ellos dos, evidentemente! Rápido, síguelos, maridito. En menos de una
hora los atraparás y nos los comeremos vivos.
El Mago salió corriendo,
veloz como el viento, pero la hermosa Juana y el hijo del rey de Francia ya
estaban tan lejos que no llegó a alcanzarlos.
Después de siete días y
siete noches, ambos llegaron al castillo del rey de Francia. El hijo del rey
abrazó a sus padres y dijo:
-¡Buenos días, rey de
Francia! ¡Buenos días, reincide Francia!
-Buenos días, hijo
-respondieron el rey y la reina. Buenos días y bienvenido a casa. ¡Creíamos que
ya te habíamos perdido para siempre!
-Queridos padres -dijo el
príncipe, realmente he estado al borde de la muerte. Y, si no hubiese sido por
la hermosa Juana, el Mago y la
Bruja me habrían comido vivo. Queridos padres -concluyó el
hijo del rey de Francia, amo a la hermosa Juana más allá de lo que alcanzan a
decir las palabras. Permitidme que me case con ella. Si os negáis, me iré en un
barco y no volveré jamás.
-Oh, querido hijo -dijeron
el rey y la reina de Francia, ¡no te vayas en un barco! ¡Claro que puedes
casarte con la hermosa Juana!
Así, el hijo del rey de
Francia se casó con la hermosa Juana y vivieron felices, en riqueza y en
prosperidad, hasta el fin de sus días.
120. anonimo (francia)
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