Había una vez un
campesino que tenía un perro muy viejo.
-¿Qué puedo hacer con
este perro? -murmuraba el campesino. Como perro guardián ya no sirve y no me
parece bien alimentarlo para que no haga nada.
Y así abandonó al perro.
El pobre perro anduvo
vagando por campos y bosques. Tenía hambre y frío, pero lo que más le dolía
era la ingratitud del campesino. Hasta que se encontró con un lobo.
-¿Por qué andas así con
ese aire tan triste y abatido? -preguntó el lobo.
-¿Qué otra cosa podría
hacer, amigo, si mi amo me ha abando-nado? Ya soy viejo, como perro guardián
tampoco sirvo, y nadie quiere darme de comer -respondió el perro.
-No te angusties, tu amo
te recogerá de nuevo -dijo el lobo. Pensemos juntos lo que conviene hacer.
Y prestad atención al
astuto plan que elaboraron.
Era la época de la
cosecha y el campesino había ido al campo a segar el trigo. Lo acompañaban su
mujer y su hijo. La mujer había dejado al niño en la linde del campo y se
había ido a atar las gavillas. El lobo se deslizó según lo planeado, agarró al
niño y huyó con él por el bosque. La mujer chilló desesperada, el campesino
gritó, pero fue en vano. El lobo había desa-parecido. En ese momento apareció el
perro viejo, corrió detrás del lobo, le arrebató al niño y se lo llevó al
campesino y su mujer.
El campesino se avergonzó
por haber echado de su casa a un perro tan fiel, cogió un poco de pan y jamón
de su bolsa y se los ofreció al animal. Y, por la noche, lo llevó a su casa
consigo.
Al llegar, le dijo a su
mujer:
-¡Prepara unos espaguetis
y añádeles bastante panceta!
Cuando la mujer acabó de
preparar los espaguetis, el campesino se sentó a la mesa, hizo que el perro se
sentase junto a él y le acercó un plato lleno de buena comida. Desde aquel día,
el perro comió a la mesa de su amo.
Llegaron los carnavales y
la hija del amo debía casarse. El perro pensó que había llegado el momento de
recompensar al lobo. Fue al bosque y le dijo:
-Ven el domingo por la
noche a nuestro jardín y te haré entrar en la casa. Habrá un festín estupendo.
Ven y tendrás tu parte.
El domingo por la noche
el lobo llegó a casa del campesino. El perro lo hizo entrar y le susurró que se
escondiese bajo la mesa. Estaba oscuro y nadie se dio cuenta de nada. El perro
cogió un trozo de carne y una botella de vino y se los dio al lobo poniéndolos
bajo la mesa. Los comensales querían golpear al perro, pero el amo dijo:
-¡Dejadlo tranquilo! ¡Ha
hecho tanto por mí que nunca se lo podré agradecer bastante!
El lobo pudo comer y
beber en abundancia y comenzó a sentirse muy alegre.
-Bien, ahora cantaré algo
-le dijo al perro.
-No, no cantes, amigo.
Seguro que lo haces muy bien. Pero mejor te daré otra botella de vino -repuso
el perro intentando disuadirlo.
El lobo se la bebió entera
y volvió a farfullar:
-¡Pero es que quiero
cantar, no puedo más de las ganas que tengo!
-Te lo ruego, no lo hagas
-le advirtió el perro; si no, esto acabará mal.
Pero el lobo estaba ya
tan alegre que comenzó a soltar unos aullidos espantosos.
Los comensales,
aterrorizados, se dispersaron por todos lados y algunos, incluso, salieron
fuera de la sala. Otros cogieron bastones para ahuyentar al lobo, pero el perro
se interpuso para defender a su amigo. Mientras tanto, el campesino gritaba:
-No le peguéis al lobo
que le haréis daño también al perro. No os preocupéis, el perro sabrá cómo
arreglárselas con el lobo. Lo echará fuera.
El perro logró que el
lobo saliese y le dijo:
-Bien, amigo. Tú me
hiciste un gran favor y yo te lo he recompensado.
Con estas palabras, los
dos animales se despidieron. El campesino dijo a sus invitados:
-¿Qué os decía? ¿No os
decía que el perro echaría al lobo? Mi perro es viejo, no le tiene miedo a
nada, ni siquiera a un lobo.
Fuente: Gianni Rodari
116. anonimo (ucrania)
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