Había una vez en Francia
un rey, rico como el mar, valeroso como un león y puro como el oro. A pesar de
todo, este rey no era feliz. Tenía una sola hija, hermosa como el día y sabia
como un libro, pero tan triste, tan triste, que no había sonreído ni una sola
vez en su vida. Por ello la llamaban la Princesa Triste.
Pero eso no era todo. El
rey de Francia tenía también otro pensamiento que lo entristecía. En sus
establos había setecientos espléndidos caballos negros como la noche, pero su
predilecto era su único caballo blanco. Y este caballo blanco era tan espantadizo
y salvaje que los mejores herreros y herradores del reino no habían llegado a
clavarle las herraduras. Y por ello lo llamaban Cascahierro. Y así el rey de
Francia siguió durante un tiempo atormentado a causa de su hija y de su
caballo, hasta que un día no aguantó más e hizo llamar al pregonero de la
capital.
Cuando apareció en su
presencia, el rey le dio cien ducados y le dijo:
-Pregonero, estos cien
ducados son tuyos. Pero debes recorrer todo el país, de ciudad en ciudad, de
aldea en aldea, y comunicar a sus habitantes que quien logre hacer sonreír a la Princesa Tris te y
sea capaz de herrar al caballo Cascahierro se convertirá en yerno y heredero
del rey de Francia.
El pregonero dio unos
redobles de tambor y dijo:
-Tataratatá, Majestad,
haré lo que me pides.
Y se puso en marcha y fue
de ciudad en ciudad, de aldea en aldea, de campo en campo, para dar a conocer a
todos la voluntad del rey de Francia.
De los cuatro puntos
cardinales comenzaron a llegar al castillo real los pretendientes, dispuestos
a hacer sonreír a la Prince sa
Triste y a herrar al caballo Cascahierro. Muchos llegaron y otros tantos
desandaron el camino con las manos vacías.
En aquel tiempo vivía en
una aldea francesa, en casa de su madre anciana, un joven y valeroso herrero.
Una noche, después de cenar, le dijo a su madre:
-Mañana por la mañana
quiero ir a la corte para hacer sonreír a la Princesa Triste y
para herrar al caballo Cascahierro. De ese modo, me convertiré en yerno y
heredero del rey de Francia.
-Ve, pues, hijo
-respondió su madre, y que Dios te acompañe. Lleva para el viaje estas cuatro
monedas de plata y esta moneda de oro, herencia de tu santo padre.
La mujer se fue a dormir,
pero su hijo no. Cogió las cuatro monedas de plata y la moneda de oro y, en vez
de meterlas en la bolsa, comenzó a modelarlas en el yunque. Con las cuatro monedas
de plata hizo cuatro herraduras de caballo de plata, y con la moneda de oro
hizo veintiocho clavos, siete por cada herradura. Después se fue a dormir
satisfecho por su tarea.
Al día siguiente se
despidió de su madre y emprendió su viaje hacia el castillo del rey. Llevaba
puesta una gorra, una vara en la mano y, en el morral, el martillo, las cuatro
herraduras de plata, los veintiocho clavos de oro, un trozo de pan y una
botella de vino.
Cuando ya había hecho la
mitad del camino, sintió hambre. Se sentó en el borde de la carretera, abrió el
morral y comenzó a comer. En el campo vecino vivía un grillo tan negro como la
pez. En cuanto vio al herrero, se le acercó q le dijo:
-Cri, cri, buenos días,
herrero.
-Buenos días, grillo.
¿Qué quieres?
-Cri, cri, quiero saber
adónde vas.
-Voy al palacio real para
hacer sonreír a la
Princesa Triste y para herrar al caballo Cascahierro. Así me
convertiré en yerno y heredero del rey de Francia.
-Cri, cri, llévame
contigo. Tal vez pueda serte útil.
-¿Por qué no, grillo?
Ven, acomódate en mi barba.
El grillo dio un salto,
se acomodó en la barba del herrero y éste se puso en marcha.
Después de media jornada
de camino, el herrero sintió hambre de nuevo y se detuvo a cenar al borde de
la carretera. En el campo vecino vivía un ratón. En cuanto vio al herrero, se
le acercó y le dijo:
-Cuic, cuic, herrero,
buenos días.
-Buenos días, ratoncito.
¿Qué quieres?
-Cuic, cuic, herrero,
quiero saber adónde vas.
-Voy al palacio real para
hacer sonreír a la
Princesa Triste y para herrar al caballo Cascahierro. Así me
convertiré en el yerno y heredero del rey de Francia.
-Cuic, cuic, herrero,
llévame contigo. Tal vez pueda serte útil.
-¿Por qué no, ratoncito?
Ven, acomódate en mi gorra.
El ratoncito dio un
salto, se acomodó en la gorra del herrero y éste retomó su camino.
Al anochecer, se detuvo
en una posada a dormir. Al rogar el alba, sintió una picadura en la nariz y se
despertó:
-Levántate, herrero,
deprisa. ¡Ya has dormido bastante, gandul!
El herrero tuvo la
impresión de que esa vocecita salía de su propia nariz. Muy sorprendido, exclamó:
-¿Quién eres? Te oigo
hablar pero no te veo.
-Herrero, yo soy la madre
de todas las pulgas y me he instalado en la punta de tu nariz. Quiero saber
adónde vas.
-Voy al palacio real para
hacer sonreír a la
Princesa Triste y para herrar al caballo Cascahierro. Así me
convertiré en el yerno y heredero del rey de Francia.
-Llévame contigo, tal vez
pueda serte útil.
-Ven, pues -dijo el
herrero y se puso una vez más en marcha, con el grillo en la barba, el ratón en
la gorra y la madre de las pulgas en la punta de la nariz.
Tres horas después de la
salida del sol, se sentó en el banco de piedra, justo al lado del portón del
palacio real.
Acudieron los criados y
le preguntaron riendo:
-Herrero, ¿qué estás
buscando?
El herrero no se dejó
amilanar y dijo:
-Buena gente, he venido
para tener un encuentro con el reg de Francia y con la Princesa Triste.
-Eres afortunado: en este
momento están saliendo de la iglesia.
En efecto, el rey estaba
saliendo de la iglesia junto con la Princesa Triste.
El herrero, sin ningún
temor, fue a su encuentro y les dijo:
-Buenos días, Princesa
Triste. He venido para hacerte reír y así poder casarme contigo. Buenos días,
Majestad, he venido para herrar tu caballo Cascahierro; así me convertiré en tu
yerno y tu heredero.
Cuando la Princesa Triste vio
aquel pretendiente con un grillo en la barba, un ratón en la gorra y la madre
de todas las pulgas en la punta de la nariz, se le escapó la risa y rió con
muchas ganas.
El herrero dijo sin
vacilar:
-Majestad, he hecho la
mitad de mi trabajo. La
Princesa Tris te se ha reído por primera vez en su vida.
-Tienes razón, herrero
-dijo el rey de Francia. Pero ahora debes acudir a la cuadra y herrar a mi
caballo blanco Cascahierro.
Sin ningún temor,
respondió el herrero:
-¡Rey de Francia, a tus
órdenes!
Y los tres se dirigieron
a la cuadra. El herrero sacó de su morral las cuatro herraduras de plata y los
veintiocho clavos de oro. El rey de Francia y la Princesa Triste lo
miraron con los ojos desorbitados.
-Herraduras y clavos como
éstos no se encuentran en ningún lugar del mundo.
-Ya lo creo, yo no soy un
herrero cualquiera, querida Princesa Triste. Verás lo que sé hacer. No soy un
herrador cualquiera, rey de Francia. Verás lo que sé hacer.
El caballo Cascahierro no
tenía la menor intención de someterse tan fácilmente. En cuando vio al herrero
comenzó a dar coces, a encabritarse y a relinchar, tanto que podían oírlo a
varias leguas de allí. Pero el herrero no se amedrentó y dijo:
-¡Grillo, ratoncito,
madre de las pulgas, manos a la obra!
El grillo saltó hasta una
de las orejas del caballo y comenzó a cantar; el ratón saltó a la otra oreja g
comenzó a chillar; y la madre de todas las pulgas se entretuvo en sus ollares.
El pobre caballo no resistió mucho ese tormento y al fin, con tal de librarse
de aquellos bicharracos, se dejó poner las herraduras en los cascos.
El herrero puso las
herraduras, martilló bien los clavos, ensilló el caballo y, sin temor alguno,
lo montó.
-¡Hop, hop! -gritó el
herrero y, después de trotar montado en el caballo dando varias vueltas por el
patio, concluyó: Majestad, ya he cumplido con la segunda parte de mi tarea. Tu
Cascahierro tiene las herraduras puestas en sus cuatro cascos, así que ya
puedo ser tu gerno y tu heredero.
-Tienes razón, herrero
-dijo el rey de Francia. Hoy mismo, la Princesa Triste
será tu mujer. Canciller, ve a llamar a los testigos. Y vosotros, criados y
camareras, preparad un buen banquete de bodas, el mejor que jamás se haya
visto en el mundo.
El canciller fue a llamar
a los testigos. Criados y camareras prepararon el banquete y se celebraron las
nupcias, las más espléndidas que en el mundo han sido. Invitaron a todos los
habitantes de la ciudad, y también estuvo presente la madre del herrero, que
fue traída desde su aldea. Y no olvidaron tampoco al grillo, al ratón y a la
madre de todas las pulgas. El grillo ejecutó unas cuantas melodías, hasta que
se rompieron las cuerdas de su violín; el ratón se dio un atracón de tarta, y
la madre de todas las pulgas bebió tanto vino que se emborrachó.
Así fue como el joven
herrero se convirtió en yerno y heredero del rey de Francia.
120. anonimo (francia)
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