Había una vez una mujer
tan pobre que su única riqueza era un gallito.
El gallito se pasaba
horas escarbando en el estercolero hasta que un día, después de mucho escarbar,
encontró una cruz de diamantes. Justo en ese momento pasaba por allí el sultán
turco y lo vio.
-Gallito -dijo el sultán,
dame ahora mismo esa cruz de diamantes.
-No te daré nada de nada
-respondió el gallito. Esta cruz de diamantes es para mi ama.
Al sultán le importó muy
poco lo que decía el gallito, le arrebató la cruz de diamantes, se la llevó a
su casa y la guardó en la sala del tesoro.
El gallito montó en
cólera, corrió hasta el palacio del sultán, saltó la verja y gritó:
-Quiquiriquí, sultán
turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán ordenó a sus
servidores que cerrasen las puertas y las ventanas para no oír las voces del
gallo. Pero éste voló hasta la ventana y comenzó a rascar con las patas, a
golpear con el pico y a batir las alas contra los cristales, mientras seguía
gritando:
-Quiquiriquí, sultán
turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a un
esclavo y le ordenó:
-Atrapa a ese gallito y
tíralo al pozo, así se ahogará y dejará de gritar de una vez.
El esclavo cogió al
gallito y lo tiró al pozo. Pero el animal no se ahogó y, en cambio, dijo:
-Agua, agua querida,
entra toda en mi barriga.
Toda el agua del pozo
entró en la barriga del gallito, que voló de nuevo hasta la ventana del sultán
y recomenzó con sus gritos:
-Quiquiriquí, sultán
turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a otro
esclavo y le ordenó:
-Atrapa al gallito y
mételo en el horno encendido.
El esclavo cogió al
gallito y lo metió en un horno muy caliente, pero el gallito no se quemó.
Dijo, en cambio:
-Agua, agua querida, sal
de mi barriga y apaga el fuego.
El agua salió de la
barriga del gallito, se derramó en el fuego y lo apagó. El gallito volvió
enseguida a volar hasta la ventana del sultán y gritó una vez más:
-Quiquiriquí, sultán
turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a otro
esclavo y le ordenó:
-Atrapa al gallito y
mételo en la colmena, así las abejas lo picarán hasta matarlo.
El esclavo cogió al
gallito y lo metió en una colmena, pero el animal gritó:
-Abejitas, queridas
abejitas, escondeos bajo mis alas, escondeos bajo mis plumas.
Las abejas se escondieron
bajo las plumas y bajo las alas del gallito, quien abrió la colmena, voló de
nuevo hasta la ventana del sultán y gritó tanto que podía llegar a romper los
tímpanos de cualquiera:
-Quiquiriquí, sultán turco,
devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán estaba fuera de
sí. Llamó a todos sus criados y a sus esclavos y les ordenó:
-Atrapad a ese gallito
insoportable, quiero meterlo dentro de mis calzones anchos. Después me sentaré
encima y lo aplastaré.
Los siervos y los
esclavos atraparon al gallito, el sultán lo metió dentro de sus calzones e
intentó sentarse, pero el gallito gritó:
-Alitas mías, plumitas
mías, dejad salir a las abejas para que puedan picar al sultán.
Las alas y las plumas
obedecieron y las abejas comenzaron a picar al sultán, que empezó a dar saltos
gritando y lamentándose:
-¡Socorro, socorro!
Esclavos, servidores, coged al gallito, llevadlo a la sala del tesoro y dejad
que coja la cruz de diamantes.
Los esclavos y los
criados cogieron al gallito y lo llevaron a la sala del tesoro. En medio de la
sala había un montón de dinero que llegaba hasta el techo y, encima de ese
montón, estaba la cruz de diamantes. El gallito gritó:
-Barriga, barriguita mía,
guarda todo el dinero que el sultán ha robado.
En cuanto acabó de
hablar, la cruz de diamantes entró en la barriga del gallito y, detrás de ella,
todo el dinero que estaba en la sala, hasta la última moneda. Entonces el
gallito volvió a casa, escupió una montaña de dinero en la habitación de su ama
y, por último, la cruz de diamantes. El dinero era tanto que alcanzó para ser
repartido entre la gente de la aldea y, desde aquel día en adelante, todos
vivieron contentos, comiendo, bebiendo y cantando. Y, si no han muerto, seguro
que siguen cantando y bailando todavía.
123. anonimo (hungria)
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