El rey Jorge de
Podiebrad, que en paz descanse, como muchos otros soberanos, tenía en su corte
un bufón, encargado de entretenerlo. Este gracioso se llamaba Pulgarcito. Y
como tenía el hábito de tratar de tú a todos, a quienes, además, llamaba «hermanos»,
fuese el rey o el último de los mendigos, lo llamaban Hermano Pulgarcito.
Pero Hermano Pulgarcito
no era sólo un bufón, como otros graciosos de la corte, sino también un hombre
inteligente y justo, por lo que el rey tomaba muy en cuenta sus palabras.
Un día, era un viernes,
el rey Jorge, sus consejeros y cortesanos estaban comiendo pescado al horno.
Hermano Pulgarcito fue a sentarse en el extremo de la mesa, en medio de los
pajes, adonde llegaban unos pececitos muy pequeños o incluso sólo las espinas.
A Hermano Pulgarcito se le ensombreció el semblante, cogió un pececito, le dijo
algo y después lo acercó a su oído.
Lo dejó, cogió otro e
hizo lo mismo. Los pajes comenzaron a reírse y el rey preguntó:
-¿Qué ocurrencia tienes
ahora, Hermano Pulgarcito?
-Ah, Hermano Rey -dijo el
bufón, debo contarte algo. Yo tenía un hermano que trabajaba como pescador y se
murió ahogado. Justamente les estaba preguntando a estos pececitos si habían
oído hablar alguna vez de él.
-¿Y te han dado alguna
noticia?
-En absoluto, Hermano
Rey. Los pececitos dicen que son demasiado jóvenes, que no pueden acordarse de
ese hecho, así que tendré que pedirles noticias a los peces más viejos y más
grandes, que están en el lado de la mesa cercano a ti. Hermano Rey, haz que
traigan alguno a mi lado.
El rey se rió, puso él
mismo en un plato los pescados más grandes y más apetecibles e hizo que se lo
llevasen a Hermano Pulgarcito, que los compartió fraternalmente con los pajes.
121. anonimo (chequia)
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