Una vez, un caminante llamó a la puerta de un
molino y pidio alojamiento por una noche. El molinero era un bromista, pero
también un hombre de buen corazón: hizo entrar al caminante y lo invitó a
cenar. Después de disfrutar de la cena, el caminante se acostó y le pidió al
molinero que lo despertase temprano, porque le quedaba mucho camino por hacer.
Finalmente se durmió como un tronco.
A la mañana siguiente, el molinero se levantó
temprano y fue a despertar a su huésped. Pero al inclinarse sobre él, le dieron
ganas de reírse: el viajero dormía con la gorra en la cabeza. Al molinero se le
ocurrió una broma y cambió la gorra del caminante por la suya. Después lo
despertó y le deseó buen viaje.
El viajero se puso en marcha a buen paso pero,
después de dos kilómetros de caminata, sintió mucha sed. En el borde de la
carretera había una fuente, así que se agachó para beber agua y tuvo un
sobresalto. Desde el espejo del agua lo miraba un hombre con una gorra de
molinero.
-¡Pero qué molinero tan tonto! -protestó el caminante.
Anoche le dije que me despertase temprano, porque tenía prisa, y ese borrico se
ha despertado a sí mismo. Tengo que volver enseguida para cantarle las cuarenta
y despertarme.
Y, sin beber siquiera, volvió corriendo al
molino.
084. anonimo (persia)
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