Hace mucho tiempo, cuando
Adán aún vivía en el Paraíso, reunió a todos los animales y les habló así:
-¡Queridos animales! No
podéis seguir viviendo eternamente ociosos. Cada uno de vosotros debe aprender
a hacer algo útil. ¡Dentro de un mes os llamaré de nuevo y deberéis mostrarme
lo que habéis aprendido!
Los animales se alejaron
y cada uno de ellos comenzó a aprender un oficio. Las abejas aprendieron a
hacer miel, las hormigas a construir casas y galerías, el gallo a anunciar el
día, el pájaro carpin-tero a agujerear la madera. Pero la cigüeña y la carpa
no aprendieron nada.
Transcurrió el mes y Adán
convocó de nuevo a los animales y les preguntó qué habían aprendido. El león
fue el primero en dar un paso adelante y rugió majestuosamente.
-Has aprendido a rugir de
un modo impresionante y terrible -dijo Adán. Por ello serás el rey de los
animales. No hace falta que aprendas nada más. Ahora, vosotros, mostradme qué
sabéis hacer.
La abeja comenzó a hacer
miel, la hormiga construyó una casa, el pájaro carpintero agujereó un leño, el
gallo anunció el día. Adán estaba muy satisfecho.
-¿Y vosotras? -preguntó,
dirigiéndose a la cigüeña y a la carpa, que se habían escondido detrás de los
otros animales.
La cigüeña, perpleja, no
sabiendo qué decir, hizo sonar su pico.
-La verdad es que no has
aprendido mucho -observó Adán, pero golpeas graciosamente el pico y así lo
seguirás haciendo siempre.
Pero la carpa no tenía
pico y, por tanto, no podía hacerlo sonar. Por ello, se quedó sentada en
silencio, esperando a ver qué pasaba.
-No sabes nada de nada
-dijo bruscamente Adán. Por eso estás callada. Muy bien: ¡te quedarás para
siempre callada y no quiero volverte a tener ante mi vista!
Y desde entonces la carpa
se quedó muda y vive en el fondo del agua, de modo que nadie pueda verla.
120. anonimo (francia)
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