Había una vez una tortuga
que estaba tomando el sol a la orilla de un río. De repente se dio cuenta de
que la corriente estaba arras-trando un árbol.
Era un platanero. La
tortuga se arrojó al agua, nadó hacia el tronco y lo llevó hasta la orilla,
porque no lograba sacarlo fuera del agua. El árbol, a causa de las raíces y de
las hojas mojadas, se había vuelto muy pesado. La tortuga fue entonces a buscar
ayuda. La primera persona que encontró fue una vecina supo: la mona.
-Acércate a ver. He
encontrado un platanero -dijo la tortuga. Agúdame a cargarlo, querría
plantarlo en mi jardín.
Pero la mona pretendía
obtener algo a cambio y dijo:
-Vale, te ayudaré, pero
después compartiremos el árbol.
La tortuga aceptó.
Volvieron las dos al río y juntas lograron sacar del agua el árbol y llevarlo
al jardín de la tortuga.
-Ahora haremos un hoyo y
plantaremos el platanero -propuso la tortuga.
Pero la mona no quería
saber nada.
-Pero claro -explicó la
tortuga, lo plantamos aquí, esperamos a que los plátanos estén maduros y
después los repartimos.
-No, no, hace falta demasiado
tiempo -repuso la mona.
Sería mejor hacer el
reparto ahora mismo. Cortamos el árbol en dos: yo me quedo con una parte y tú
con la otra.
Y así, a regañadientes,
la tortuga tuvo que cortar el árbol en dos.
La mona observó bien las
dos partes y, como la que tenía hojas le parecía la mejor, dijo:
-Yo me quedo con la parte
de arriba.
Se aferró a ella sin
esperar respuesta, la llevó a su jardín y allí la plantó. A la tortuga le quedó
la parte más baja, la de las raíces. La plantó con mucho cuidado, afirmando
bien la tierra a su alrededor. Poco tiempo después, la parte superior del
árbol, que no tenía raíces, empezó a amarillear y murió. A la parte de la
tortuga, en cambio, le crecieron muy rápido las hojas, luego las flores y, por
fin, se llenó de plátanos.
Cuando los plátanos
maduraron, la tortuga quería arrancarlos, pero ¿cómo hacerlo si no podía ni
sabía trepar al árbol? Pensó en llamar de nuevo a la mona para pedirle ayuda.
-Te daré unos plátanos
por la molestia -dijo la tortuga.
La mona subió al árbol
deprisa, se acomodó allí y, en vez de lanzarle los plátanos a la tortuga,
empezó tranquilamente a comérselos. La tortuga esperaba debajo y le suplicaba
en vano que le diese algún plátano también a ella.
-¡No, ni uno siquiera!
-replicaba la mona. Tú me engañaste cuando repartimos el árbol; me diste la
parte que no valía nada y ahora los plátanos me los comeré todos yo.
¡Confórmate con unas cáscaras! -y la mona, riendo, le tiraba las cáscaras a la
cabeza.
La tortuga estaba fuera
de sí de indignación. Se internó en el monte, recogió unas zarzas llenas de
espinas y las desparramó por tierra justo bajo el platanero. Luego se escondió.
La mona se comió el
último plátano g se deslizó árbol abajo.
Acabó en medio de las
espinas y comenzó a chillar y a saltar de aquí para allá como si estuviese
bailando. Pero doquiera que apoyaba sus patas había más espinas esperándola.
La tortuga, que
disfrutaba de la escena desde su escondite, estaba a punto de estallar de la
risa. Cuando la mona la oyó, corrió hacia ella y, dándole la vuelta, la dejó
patas arriba. La tortuga, en aquella posición, ya no podía moverse.
-Ahora te castigaré -la
amenazó la mona. ¿Qué puedo hacerte? ¿Golpearte con un palo? ¿O meterte en un
mortero y machacarte hasta que quedes hecha polvo? ¿O tal vez hacer que te
precipites desde la cima de la montaña?
La tortuga, que era
astuta, respondió:
-Mira, haz de mí lo que
quieras. Empújame desde la cima de la montaña, méteme en un mortero y hazme
polvo, pégame con un palo, pero, te lo ruego, ¡no me tires al agua!
Cuando la mona escuchó
estas palabras, se echó a reír:
-¡Pues eso es lo que
haré! Te tiraré al agua y te ahogarás.
Cogió a la tortuga, la llevó
hasta el río y la arrojó en el sitio donde el agua era más profunda, lo que
provocó un torbellino de salpica-duras. ¡Splash! La tortuga desapareció bajo el
agua, con gran regocijo de la mona. Pero, de improviso, la tortuga reapareció
en la superficie. Y mientras se alejaba a nado, alzó la cabeza y dijo:
-¡Gracias, mona estúpida,
gracias! Deberías saber que en el agua me siento como si estuviese en mi casa.
Fuente: Gianni Rodari
093. anonimo (filipinas)
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