Había una vez una familia
humilde -padre, madre e hija- que vivía en una casa pequeña. La muchacha ya
estaba en edad de casarse pero, a pesar de ser muy fuerte, no tenía ganas de
trabajar. Era inútil que su madre la reprendiese todo el santo día, entre
advertencias y reproches:
-Ya verás, hija mía, ya
verás. Un día tu marido tendrá que enseñarte a trabajar a varazos.
Era como recoger agua en
un colador: la hija se limitaba a encogerse de hombros y seguía tan perezosa
como antes.
Un día, un hermoso joven
fue a su casa y pidió la mano de la muchacha.
-Con mucho gusto -le
respondió la madre, pero, para ser sincera, debo decirte que mi hija tiene un
gran defecto. No le gusta trabajar y hay que sacudirle con la vara para que
haga algo. Querido yerno, te dará mucho quehacer.
Pero el joven respondió:
-No temáis: en casa tengo
una tira de cuero mágica y seguro que aprenderá.
Los padres se sintieron
contentos de oír que su yerno no necesitaría pegarle con la vara y la boda se
preparó rápidamente. Una vez casados, el joven fue con la flamante esposa a su
nueva casa.
A la mañana siguiente, el
hombre se preparó para ir a trabajar y, desde la puerta, dijo:
-Tengo que irme, querida.
Prepara la comida para cuando vuelva y, si te queda tiempo, zúrceme los
calcetines.
A mediodía, el hombre
volvió a casa y vio que la comida no estaba lista y que su mujer descansaba
sentada junto a la ventana con las manos cruzadas sobre el regazo. Sin perder
la calma, mandó a su mujer al desván a buscar una vieja tira de piel de cabra.
Cuando se la trajo, cogió una vara, extendió la tira de cuero en la espalda de
la mujer y comenzó a darle con todas sus fuerzas. Y a cada golpe decía:
-Y ahora, perezosa tira
de cuero, ¿prepararás la comida? Y ahora, perezosa tira de cuero, ¿te decidirás
a zurcirme los calcetines?
La mujer holgazana no se
movió ni habló, aunque no pudo contener las lágrimas que caían por sus
mejillas.
Al día siguiente, se
repitió la historia. Cuando el hombre volvió a casa a mediodía y no encontró
lista la comida en la mesa, golpeó de nuevo la tira de cuero, después de
extenderla en la espalda de su mujer. Y, una vez más, a cada golpe gritaba:
-Muy bien, ¿y ahora
trabajarás, perezosa tira de cuero? ¿Y ahora, perezosa tira de cuero, harás la
comida? ¿Y ahora, holgazana, fregarás el suelo?
Esta vez, la mujer no
aguantó mucho tiempo y se echó a llorar, mientras le preguntaba a su marido
por qué la golpeaba:
-Pero si yo, querida, no
te estoy golpeando. Sólo estoy castigando a esta perezosa tira de piel de
cabra -respondió el hombre y continuó dándole con la vara.
Al tercer día, el hombre
ya no tuvo que recurrir a la vara ni a la tira de piel de cabra. Cuando volvió
a casa, la comida estaba lista y la joven estaba hilando diligentemente un
paño de lino. Y lo mismo ocurrió en los días sucesivos.
Desde aquel día, la vara
quedó abandonada en un rincón y la piel de cabra volvió al desván.
Un tiempo después, el
joven fue a hacer una visita a los padres de su mujer. En cuanto entró en
casa, le preguntaron cómo se compor-taba la hija y si seguía siendo tan
perezosa:
-Oh, no -respondió el
joven, os dije que tenía una tira de cuero milagrosa. ¡Ya no reconoceréis a
vuestra hija! ¡Se ha vuelto muy diligente y trabajadora!
Los padres lloraron de
alegría por haber encontrado a un yerno que había enseñando a trabajar a su
hija, sirviéndose simplemente de una vieja tira de piel de cabra.
¿Os hace falta a vosotros
una tira de cuero semejante?
112. anonimo (italia)
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