Había una vez un joven
pobre, de nombre Juan, pero todo el mundo lo llamaba Juan la Verdad sea Dicha, porque
nunca en su vida había dicho una mentira. Y, aunque pobre, eso lo hacía
dichoso, la verdad sea dicha. Su fama llegó a oídos del rey, que lo mandó
llamar y le hizo todo tipo de preguntas. Así pues, como el joven le caía muy
bien, lo adoptó como pastor y le confió el cuidado de sus rebaños preferidos.
Juan la Verdad sea Dicha debía
llevar a pastar los rebaños del rey e informarle cada mañana de su tarea. Juan
se acercaba al trono, se quitaba la gorra, hacía una profunda reverencia y
decía:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo
están mis corderos?
-Están cada vez más
hermosos.
-¿Cómo están mis
vaquillas?
-Están cada vez más
hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
- Está cada vez más
hermoso.
Las cosas siguieron de
esta guisa durante un tiempo. El rey estaba cada vez más satisfecho de su
pastor y lo elogiaba delante de toda la corte.
Pero la envidia comenzó a
invadir el corazón de los cortesanos del rey y se confabularon para inducir a
Juan la Verdad
sea Dicha a decir alguna mentira.
Un día, el primer
ministro se acercó al rey q le dijo:
-Majestad, estoy seguro
de que de un momento a otro Juan os dirá alguna mentira.
-¡Imposible! ¡Es
totalmente incapaz de mentir!
-Dejadme que lo ponga a
prueba y veréis que también él acabará mintiendo.
-Bien, ponedlo a prueba,
si queréis. Pero tened en cuenta una cosa: si triunfáis en vuestro intento,
Juan será echado a la calle; pero, si fracasáis, el expulsado seréis vos.
El primer ministro, que
no se esperaba esta respuesta, volvió a su casa muy preocupado. Al verlo tan
abatido, su mujer le preguntó:
-¿Qué te ocurre, querido?
Y tanto insistió que, al
fin, le contó lo que había ocurrido.
-No te preocupes, déjalo
por mi cuenta -dijo la mujer.
Al día siguiente, sin
perder tiempo, fue a la montaña a reunirse con Juan y sus animales.
Cuando lo encontró, dijo
que quería comprar el torito del rey, pero Juan no quiso siquiera oír hablar
del asunto. En vano la mujer le ofreció una gran suma de dinero, le prometió
fama y poder. Nada pudo corromper al honrado pastor. Sólo cuando la mujer
comenzó a llorar, diciendo que necesitaba el corazón del torito para curar a su
marido enfermo, Juan titubeó.
-Pero ¿qué le diré al rey
mañana por la mañana, cuando me reúna con él?
-Dile que el torito se
escapó, que cayó en un barranco o que lo devoraron los lobos -sugirió la mujer
del ministro.
-Vale -respondió Juan,
aunque con cierta reserva. Mató al torito, entregó el corazón del animal a la
mujer y recibió el dinero prometido a cambio.
Una vez solo, Juan se
puso a pensar en el rey:
-¿Qué le diré mañana?
Cogió un palo, lo plantó
en la tierra, lo vistió con su chaqueta, le puso su gorra, se inclinó ante
aquella especie de fantoche, como si fuese el rey, y dijo:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo
están mis corderos?
-Cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis
vaquillas?
-Cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
-Se ha escapado no sé
adónde...
Pero, en ese momento,
Juan la Verdad
sea Dicha se interrumpió y suspiró profundamente:
-No, así no está bien.
Cogió de nuevo el palo,
lo plantó en la tierra, le puso la chaqueta y la gorra, se inclinó ante el
fantoche como si fuese el rey y recomenzó:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo
están mis corderos?
-Cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis
vaquillas?
-Cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
-Se ha caído en el
barranco...
Pero, en ese momento,
Juan la Verdad
sea Dicha se interrumpió de nuevo y suspiró:
-No, no, así no está
bien.
Y por tercera vez cogió
el palo, lo plantó en tierra, le puso la chaqueta y la gorra, se inclinó ante
el fantoche como si fuese el rey y recomenzó:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo
están mis corderos?
-Cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis
vaquillas?
-Cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
-Se lo ha comido el
lobo...
En este momento, Juan
lanzó un suspiro más profundo que nunca:
-No, no, así no está
bien.
Y siguió todo el día
haciendo pruebas. Sólo cuando llegó el momento de volver, tuvo una idea. Plantó
una vez más el palo en tierra, le puso de nuevo su chaqueta y su gorra, se
inclinó profundamente, y repitió lo que había decidido decir. Esta vez se
quedó satisfecho y regresó muy tranquilo a dormir.
A la mañana siguiente,
ensayó de nuevo su respuesta y pensó:
-¡Sí, así está muy bien!
Cuando llegó a palacio, el
rey ya lo estaba esperando. El primer ministro le había contado lo ocurrido
con el torito y él sentía curiosidad por saber qué diría el pastor. Juan se
inclinó ante el rey y comenzó:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo
están mis corderos?
-Cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis
vaquillas?
-Cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
Todos contuvieron la
respiración a la espera de lo que respondería Juan. Pero Juan no vaciló:
-He matado a tu querido
torito por dinero. Aceptaré el castigo pero jamás diré una mentira.
El rey, sin embargo, hizo
lo posible por consolarlo:
-¡Claro que no te
castigaré, Juan! Te perdono porque no has intentado engañarme. Castigaré, en
cambio, a quienes se han esforzado por convertirte en un mentiroso.
Y de inmediato despidió
al primer ministro y designó, en su puesto, a Juan la Verdad sea Dicha.
112. anonimo (italia)
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