Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

Juan, la verdad sea dicha


Había una vez un joven pobre, de nombre Juan, pero todo el mundo lo llamaba Juan la Verdad sea Dicha, porque nunca en su vida había dicho una mentira. Y, aunque pobre, eso lo hacía dichoso, la verdad sea dicha. Su fama llegó a oídos del rey, que lo mandó llamar y le hizo todo tipo de preguntas. Así pues, como el joven le caía muy bien, lo adoptó como pastor y le con­fió el cuidado de sus rebaños preferidos.
Juan la Verdad sea Dicha debía llevar a pastar los rebaños del rey e informarle cada mañana de su tarea. Juan se acercaba al trono, se quitaba la gorra, hacía una profunda reverencia y decía:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo están mis corderos?
-Están cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis vaquillas?
-Están cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
- Está cada vez más hermoso.
Las cosas siguieron de esta guisa durante un tiempo. El rey estaba cada vez más satisfecho de su pastor y lo elogiaba delan­te de toda la corte.
Pero la envidia comenzó a invadir el corazón de los cortesa­nos del rey y se confabularon para inducir a Juan la Verdad sea Dicha a decir alguna mentira.
Un día, el primer ministro se acercó al rey q le dijo:
-Majestad, estoy seguro de que de un momento a otro Juan os dirá alguna mentira.
-¡Imposible! ¡Es totalmente incapaz de mentir!
-Dejadme que lo ponga a prueba y veréis que también él acabará mintiendo.
-Bien, ponedlo a prueba, si queréis. Pero tened en cuenta una cosa: si triunfáis en vuestro intento, Juan será echado a la calle; pero, si fracasáis, el expulsado seréis vos.
El primer ministro, que no se esperaba esta respuesta, volvió a su casa muy preocupado. Al verlo tan abatido, su mujer le pre­guntó:
-¿Qué te ocurre, querido?
Y tanto insistió que, al fin, le contó lo que había ocurrido.
-No te preocupes, déjalo por mi cuenta -dijo la mujer.
Al día siguiente, sin perder tiempo, fue a la montaña a reu­nirse con Juan y sus animales.
Cuando lo encontró, dijo que quería comprar el torito del rey, pero Juan no quiso siquiera oír hablar del asunto. En vano la mujer le ofreció una gran suma de dinero, le prometió fama y poder. Nada pudo corromper al honrado pastor. Sólo cuando la mujer comenzó a llorar, diciendo que necesitaba el corazón del torito para curar a su marido enfermo, Juan titubeó.
-Pero ¿qué le diré al rey mañana por la mañana, cuando me reúna con él?
-Dile que el torito se escapó, que cayó en un barranco o que lo devoraron los lobos -sugirió la mujer del ministro.
-Vale -respondió Juan, aunque con cierta reserva. Mató al torito, entregó el corazón del animal a la mujer y recibió el dine­ro prometido a cambio.
Una vez solo, Juan se puso a pensar en el rey:
-¿Qué le diré mañana?
Cogió un palo, lo plantó en la tierra, lo vistió con su cha­queta, le puso su gorra, se inclinó ante aquella especie de fanto­che, como si fuese el rey, y dijo:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo están mis corderos?
-Cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis vaquillas?
-Cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
-Se ha escapado no sé adónde...
Pero, en ese momento, Juan la Verdad sea Dicha se inte­rrumpió y suspiró profundamente:
-No, así no está bien.
Cogió de nuevo el palo, lo plantó en la tierra, le puso la cha­queta y la gorra, se inclinó ante el fantoche como si fuese el rey y recomenzó:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo están mis corderos?
-Cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis vaquillas?
-Cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
-Se ha caído en el barranco...
Pero, en ese momento, Juan la Verdad sea Dicha se inte­rrumpió de nuevo y suspiró:
-No, no, así no está bien.
Y por tercera vez cogió el palo, lo plantó en tierra, le puso la chaqueta y la gorra, se inclinó ante el fantoche como si fuese el rey y recomenzó:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo están mis corderos?
-Cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis vaquillas?
-Cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
-Se lo ha comido el lobo...
En este momento, Juan lanzó un suspiro más profundo que nunca:
-No, no, así no está bien.
Y siguió todo el día haciendo pruebas. Sólo cuando llegó el momento de volver, tuvo una idea. Plantó una vez más el palo en tierra, le puso de nuevo su chaqueta y su gorra, se inclinó pro­fundamente, y repitió lo que había decidido decir. Esta vez se quedó satisfecho y regresó muy tranquilo a dormir.
A la mañana siguiente, ensayó de nuevo su respuesta y pensó:
-¡Sí, así está muy bien!
Cuando llegó a palacio, el rey ya lo estaba esperando. El pri­mer ministro le había contado lo ocurrido con el torito y él sen­tía curiosidad por saber qué diría el pastor. Juan se inclinó ante el rey y comenzó:
-Buenos días, Majestad.
-Buenos días a ti, Juan la Verdad sea Dicha. ¿Cómo están mis corderos?
-Cada vez más hermosos.
-¿Cómo están mis vaquillas?
-Cada vez más hermosas.
-¿Cómo está mi torito?
Todos contuvieron la respiración a la espera de lo que res­pondería Juan. Pero Juan no vaciló:
-He matado a tu querido torito por dinero. Aceptaré el cas­tigo pero jamás diré una mentira.
El rey, sin embargo, hizo lo posible por consolarlo:
-¡Claro que no te castigaré, Juan! Te perdono porque no has intentado engañarme. Castigaré, en cambio, a quienes se han es­forzado por convertirte en un mentiroso.
Y de inmediato despidió al primer ministro y designó, en su puesto, a Juan la Verdad sea Dicha.

112. anonimo (italia)

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