Erase que se era un joven
valiente y muy apuesto que no hacía otra cosa que ir de caza por las montañas y
los bosques. Cuando se sentía cansado, se tumbaba al pie de un roble y allí se
acomodaba y dormía. Se hallaba así tendido a la sombra cuando lo vieron tres
Damas Exteriores que acertaron a pasar por allí. Ellas se alegraron mucho al
verlo y una dijo:
-Quiero que este valiente
sea capaz de convertirse en abeja cuando lo desee.
Dijo la segunda:
-Yo le confiero la
facultad de transformarse en halcón cuando se le antoje.
Y la tercera:
-Pues yo le concedo la
capacidad de convertirse en dragón, con la fuerza de los siete dragones,
siempre que quiera.
Cuando las tres se
hubieron ido, despertó el joven y, como había escuchado sus palabras mientras
dormía como si se tratara de un sueño, se dijo para sí:
-Vamos a ver si es verdad
que soy dueño de transformarme cuando lo desee. Y gritó:
-¡Hombre soy y en abeja
me quiero convertir!
No había aún acabado de
pronunciar estas palabras cuando quedó realmente convertido en abeja. Luego quiso
ser halcón y en halcón se transformó, más tarde en dragón y al instante fue
dragón. Todo satisfecho se dijo entonces:
-Ahora he de tomar por
esposa a la hija del rey.
¿Y qué hizo? Cuando el
día comenzaba a morir, se presentó ante la residencia del rey y como su bella
hija se encontrara en la ventana, se quedó allí para contemplarla y gozarla
con los ojos. Ella enrojeció como una amapola al darse cuenta y le dio la
espalda.
Pero él no se ofendió y
le dijo riendo:
Aunque tú aún no me
quieras, mucho te quiero yo.
¡Un día habrás de amarme
sin remisión!
De noche, como un halcón,
voló hasta la ventana en que había visto a la bella joven y después, convertido
en abeja, se introdujo por un orificio en la habitación donde ella dormía. Una
vez dentro recuperó su forma humana y se puso a contemplar con el corazón
palpitante la hermosura de la muchacha. Pero al poco ella despertó y al ver a
un hombre junto a su lecho, se asustó y comenzó a gritar:
-¡Padre, padre!
Su padre acudió corriendo
por ver qué sucedía, pero cuando llegó el arrojado muchacho ya se había
convertido en abeja.
Su hija le dijo entonces:
-Padre, aquí dentro había
un hombre escondido. El rey le contestó:
-¿Cómo es eso posible?
Buscó por todas partes y
al no encontrar a nadie, le dijo a su hija:
-Seguro que lo has
soñado- y se marchó con una sonrisa en los labios.
Idéntico episodio se
repitió tres veces seguidas; hasta que el rey acabó diciéndole a su hija:
-Sin duda es tú corazón
el que te engaña. Cuando llegan a los quince años, las muchachas no hacen más
que soñar con muchachos y laureles.
Diciendo esto, le dio la
espalda y cerró la puerta al salir. El joven recuperó entonces su propia
apariencia y la bella se puso nuevamente a gritar. Pero su padre no la oyó o no
quiso ya oírla. Ella temblaba como un junco y lloraba. Él trató entonces de
consolarla:
-¿Por qué te asustas?
¿Tan repulsivo te parezco? No he venido con malas intenciones. Me ha empujado
hasta aquí el amor que siento por ti.
Y tanto se esforzó y
tanto le dijo que poco a poco ella dejó de llorar, se limpió las lágrimas y
toda la noche se les fue hablando y riendo en grata compañía.
Cuando el gallo se puso a
cantar, el muchacho dijo:
-Ahora tengo que irme.
Ella le respondió:
-Vete con bien, pero no
olvides que estaré esperando con gran ansiedad tu regreso.
Y tal como había entrado,
salió; la joven se asomó a la ventana para gozar unos momentos más con la
visión de su silueta, después se encerró en su habitación diciéndose:
-¡Qué apuesto, qué gentil
es! Bienaventurado. ¡Bienaventurada yo que lo tendré por esposo!
Tal como su corazón le
decía, sucedió. No transcurrió mucho tiempo y ambos se desposaron.
Un día, se hallaban
juntos en el jardín, cuando sopló un fuerte viento y se llevó a la muchacha; el
valiente joven quedó desconcertado y al volver en sí para correr en su busca,
ya ella se encontraba quién sabe donde.
Anduvo y anduvo en pos de
ella hasta quedar exhausto. Ya era de noche y se encontraba en mitad de un
bosque espeso y oscuro. ¿Dónde podría descansar? Temía que alguna serpiente lo
devorara si se quedaba dormido. A lo lejos, entre el follaje de los robles,
divisó una débil luz. Echó a andar de nuevo y llegó ante una choza. Encontró
allí a un viejecito que nada más verlo le preguntó:
-¿Qué andas buscando por
estos parajes, muchacho?
Él le contó cómo el
viento le había arrebatado a su esposa.
-¿Dónde la podré
encontrar?
El viejo le respondió:
-Sigue adelante y
encontrarás a otro anacoreta que es más sabio que yo.
Continuó caminando y en
el interior de una gruta halló a un anciano viejísimo que permanecía sentado
delante del fuego. El muchacho lo saludó con respeto y le besó la mano y,
cuando el otro le preguntó qué andaba buscando por aquellos parajes solitarios,
con voz temblorosa le refirió también a él lo que le había sucedido.
El anciano lo escuchaba
con gran atención sin mover un solo músculo. Su barba era blanca como la nieve
y asimismo sus cabellos, que le caían sobre los hombros. Su cuerpo era
arrugado y seco como un tocón viejo, pero sus ojos brillaban como ascuas.
Cuando el muchacho calló,
dijo el anciano:
-Por ahora quédate,
descansa y bebe un cuenco de leche, pues debes de estar rendido y mañana tienes
un largo camino que recorrer. Tu esposa se encuentra en un lugar rodeado
enteramente por el mar, donde impera el Diablo, el hijo del Gran Satán. Si eres
capaz de llegar hasta allí y hablar con tu bella muchacha, de sus propios
labios sabrás lo que debes hacer para salvarla.
Al alba, cuando apenas
comenzaba a clarear el día, le mostró el camino que debía tomar y le dio su
bendición. El valiente oven partió y en cuanto llegó a la orilla del mar se
transformó en halcón y voló hasta la torre del palacio del Diablo. Allí
encontró llorando a su amada, vestida de negro de pies a cabeza, con la larga y
dorada cabellera desordenada. Cuando apareció ante ella, su corazón se
regocijó. Se abrazaron y se besaron y luego ella le dijo:
-¡Tienes que salvarme!
Y él:
-No sé cómo hacerlo...
-Averiguaré el medio de
labios del propio Maligno, que me retiene aquí junto con muchas otras.
Así hablaban cuando
oyeron el ruido de los pasos del Príncipe de las Tinieblas que se dirigía hacia
allí.
A toda prisa el valiente
se convirtió en abeja y se escondió entre los cabellos de su amada, quien bajó
la cabeza y simuló echarse a llorar.
El diablo, al acercarse a
ella, olfateó el aire diciendo:
-¡Carne de hombre, aroma
excelente!
¡Lo devoraré en cuanto lo
encuentre!
La muchacha se echó a
temblar. Él se dio cuenta y le preguntó recelando:
-¿Quién ha estado aquí
contigo?
Ella alzó los ojos entre
sollozos y le respondió:
-¿Quién crees tú que
puede atreverse a venir hasta este lugar?
El diablo intentó
abordarla con buenas maneras.
-Enjuga esas lágrimas,
señora. Vamos. No llores más que el llanto agosta la hermosura. ¿Aún tienes
esperanzas de escapar de mi morada? Es inútil. ¿A qué viene llorar entonces?
Mejor será que te consueles. ¿Qué te falta aquí? Olvida al marido que tuviste.
Olvídalo. ¿Qué vale él comparado conmigo? Nada de nada. Y aunque así fuera,
¿crees tú que un pobre mortal puede medirse con el que nunca ha de morir? Te
aconsejo y te ruego que seas razonable y no eches a perder entre llantos toda
tu juventud.
La bella le dijo
entonces:
-¿Por qué insultas a mi
esposo? ¡Claro que él no se parece a ti! Tú eres brutal y él es amable, aunque
mucho más fuerte que nadie; él es hermoso y lleno de encanto, tú eres abominable,
ladrón y careces de honor... Pretendes ser inmortal y te ufanas de ello. Pero
quien come y bebe tiene que morir. Yo te digo que si mi esposo te tuviera entre
sus manos te arrancaría el alma sin remisión. Hablas mucho y con jactancia
porque sabes que él no está aquí para poder oírte.
El otro se echó a reír,
mostrando sus dientes escasos, afilados, renegridos y sucios; después le dijo:
-¡Tendré paciencia
contigo en honor a tu hermosura!... Tienes razón al decir que quien come y bebe
ha de morir; entérate de lo que es necesario para que yo muera: Un hombre
valiente debe atrapar una paloma volando; ha de apretarla y estrujarla hasta
que salgan de ella dos huevos. Uno de ellos deberá estrellarlo en la frente del
Gran Satán, que morirá a consecuencia de ello. Entonces yo caeré gravemente
enfermo y perderé la vida a mi pesar si ese valiente consigue romperme en la frente
el otro huevo. ¿Te parece cosa sencilla? Y aunque fuera fácil ¿quién conoce
este secreto? Como no lo cuentes tú, que no tienes con quien hablar... ¡No
hablo en vano, pues, cuando digo que soy inmortal!
Oculto en los cabellos de
su esposa, el arrojado joven lo escuchó todo y, cuando el Diablo salió de la
estancia, recuperó nuevamente su apariencia humana; dio gracias a su mujer, le
besó en las dos mejillas y le dijo:
-No tengas más temor,
porque dentro de poco serás libre unto con todas tus bellas compañeras.
Así le habló y se
convirtió en halcón, echó a volar y fue a posarse en lo alto de una colina.
Allí volvió a recuperar su propio aspecto y cuando vio un rebaño de vacas, se
acercó y le preguntó al pastor si lo aceptaba como vaquero. El otro lo observó
bien, midiéndolo de la cabeza a los pies, y debió de agradarle pues, sin más
palabras, lo aceptó a jornal.
Por la mañana, cuando le
entregó el rebaño de vacas, le aconsejó que no las dejara entrar en los pastos
del Gran Satán, y le mostró cuales eran. Pero fue en vano, ya que el valiente
las condujo directamente a aquellos prados, donde la hierba era más alta y más
tierna, y se sentó junto a una peña a tocar la flauta.
El Viejo Maldito oyó
aquella música y apareció encolerizado diciendo:
¡Carne de hombre, aroma
excelente!
¡Lo devoraré en cuanto lo
encuentre! Entonces le gritó el muchacho:
-Mira dónde me tienes...
¡Ven pues, si es que te atreves a intentarlo!
El Demonio dejó escapar
un bramido que sonó como un trueno y se abalanzó sobre él, quien de hombre se
convirtió en dragón con la fuerza de los siete dragones.
Trabaron feroz combate,
pero no consiguió vencer ni el uno ni el otro. Finalmente, agotados los dos, el
Viejo le dijo:
-¡Eres fuerte en verdad,
pero si tuviera un poco de agua de mi manantial te despellejaría en un momento
como a una rana y te devoraría de un bocado!
Y el valiente a él:
-Si yo tuviera un poco de
pan y unos huevos, ahora mismo te haría pedazos y se los echaría a los perros.
Cuando regresó con las
vacas al establo, al ver el vaquero que tenían las ubres muy hinchadas de
leche, le dijo:
-No las habrás llevado a
los pastos del Diablo...
-No te lo puedo ocultar.
-No vuelvas a atreverte,
pues de ello puede resultarnos un gran mal.
Pero al joven estas
palabras le entraban por un oído y por el otro le salían.
Al amanecer del día
siguiente, condujo allí las vacas de nuevo y de nuevo se enzarzó con el
terrible viejo, aunque con idéntico resultado al de la jornada precedente. Al
tercer día, permanecía sentado ante la choza donde solía dormir, esperando a
que amaneciera para sacar las bestias. No había conseguido pegar ojo en toda la
noche. ¿Qué estaría haciendo ella?... ¿Qué pensaría al ver que no regresaba?
¿Cuándo volvería a verla? ¿Y si lo abandonaba todo y corría junto a ella? ¡Ah, no!
Había empeñado su honor en que sólo regresaría a aquella morada como
triunfador... Pero le sangraba el corazón con sólo imaginar que su enemigo
llegara a enterarse de que se encontraba en aquellas tierras. ¿Y si por un
azar alcanzaba a saberlo? Ah... entonces su amada estaba perdida.
Mientras esto pensaba,
desconsolado y poseído por la desesperación, vio pasar volando una paloma. A
toda velocidad se transformó en halcón, se abalanzó sobre ella como un rayo,
la atrapó y se la llevó a la choza. Allí la apretó y la estrujó entre sus manos
hasta que dejó caer dos huevos, que se guardó en la bolsa. Después fue a
despertar a un criado del establo, le entregó un barrilete lleno de vino y un
pan y le dijo:
-Ven conmigo allá donde
llevo las vacas a pacer; cuando yo te pida el vino y el pan, habrás de dármelos
al momento.
Llegaron y poco después
apareció el Gran Satán. Esta vez el combate se desarrolló con mayor violencia
que los días anteriores. Cuando, agotados, decidieron tomarse un respiro para
descansar, el valiente muchacho cogió de manos de su compañero el pan y el
vino. Comió y bebió a toda prisa y se lanzó nuevamente sobre su adver-sario; lo
derribó por tierra asestándole repetidos golpes en la cabeza y, tras comprobar
que había quedado aturdido, le partió el huevo en la frente y el otro murió. Al
punto, su hijo cayó enfermo y compren-dió que había llegado su última hora.
Gemía y hacía rechinar los dientes:
-¡Ay, pobre de mí,
infeliz! Ella es la culpable. ¡Ella fue quien desveló mi secreto! Era la única
que lo conocía. ¡Traédmela aquí, quiero beberme su sangre!
Se tambaleaba como un
toro herido; todo retumbaba con sus alaridos y la casa entera se estremecía
hasta los cimientos. Echaba espuma por la boca y trataba inútilmente de
alzarse del lecho, cuando el valiente, convertido en halcón, entró por la
ventana con gran arrojo y allí mismo adoptó de nuevo su apariencia original.
El diablo quedó como
petrificado al verlo y sus ojos apagados se desorbitaron mientras temblaba de
miedo:
-¿Quién eres tú? ¿Qué has
venido a hacer aquí?
El otro se adelantó sin
decir palabra y le estrelló el huevo en la frente.
De este modo murió el
diablo y el valeroso joven liberó a su bella esposa y a todas las muchachas que
el Maligno tenía secuestradas en aquella morada maldita.
110. anonimo (albania)
No hay comentarios:
Publicar un comentario