Había una vez una
gallina, blanca como la nieve, con una cresta que parecía de oro puro q que
brillaba como el sol de mediodía. La gallina, a decir verdad, estaba mug pagada
de sí misma por su belleza y pensaba que sólo un rey era digno de convertirse
en su esposo.
Un día, mientras
escarbaba en un montón de desperdicios, encontró un diamante grande y más
resplandeciente que la luz del sol. Al verlo, la gallina se sintió feliz:
«Lo llevaré a palacio, se
lo entregaré al rey, que, cuando me vea, se enamorará inmediatamente de mí y me
pedirá como esposa».
La gallina preparó un
canastillo de hierba muy pequeño, pero gracioso y elegante. Guardó allí el
diamante, se colgó el canastillo del cuello y se dirigió a palacio.
Cuando los otros animales
vieron a la gallina de la cresta reluciente como el oro dispuesta a salir de
viaje, acudieron a admirarla y le preguntaron:
¿Adónde vas, de todas la más bella,
con tu cresta que parece una estrella?
Y la gallina respondió orgullosa:
Al rey esta joya llevaré
y mañana reina seré.
Todos los animales, del
primero al último, se inclinaron con respeto ante su compañera y le desearon
buen viaje y buena suerte en su cometido. Todos esperaban que llegase a ser
reina, menos el malvado lobo. Éste salió de lo profundo de la selva, que
incluso en pleno día está oscura como si fuese de noche, se interpuso en su
camino y gritó con voz ronca:
¿Adónde vas, gallina sin pareja,
que no eres mejor que una corneja?
La gallina respondió amablemente:
Al rey esta joya llevaré
y mañana reina seré.
El lobo repuso aullando
con voz aún más ronca:
¡A fe mía, no te casarás,
en mis fauces acabarás!
Pero la gallina sacó
deprisa el diamante del canastillo y se lo mostró al lobo. En cuanto miró la piedra,
el lobo se volvió pequeño, cada vez más pequeño, hasta ser poco más grande que
una pulga. La gallina lo guardó enseguida en el canastillo y siguió su camino.
Al atravesar el bosque, se encontró con un árbol enorme, tan alto que casi
tocaba el cielo con sus ramas, tan grueso que no habrían podido rodearlo con
sus brazos cien hombres juntos. Era el rey de las encinas, que pronto comenzó a
gritar con voz semejante al trueno:
¿Adónde vas, gallina sin pareja,
que no eres mejor que una corneja?
Y la gallina respondió amablemente:
Al rey esta joya llevaré y mañana reina seré.
Y la encina repuso con
voz aún más atronadora:
¡A fe mía, no te casarás,
bajo mis ramas acabarás!
Pero la gallina cogió
deprisa del canastillo el diamante y se lo mostró al rey de las encinas. En
cuanto el rey de las encinas miró la piedra, se volvió pequeño, cada vez más
pequeño, hasta ser poco más grande que una brizna de hierba. La gallina lo
guardó enseguida en el canastillo y retomó su camino sin titubear. Poco
después se encontró con un río torrentoso y no había ni barcas ni puentes para
cruzarlo. La gallina se detuvo y dijo:
Río, amable río, déjame pasar,
que con el rey me debo casar.
Pero el río se puso más
furioso que nunca y dijo:
¡No me puedo detener ni un instante:
el mar todavía está distante!
La gallina extrajo
entonces del canastillo el diamante y se lo mostró al río, que, en cuanto miró
la piedra, se volvió pequeño, cada vez más pequeño, hasta hacerse poco más
grande que una gota de rocío. La gallina lo cogió con el pico y lo guardó en el
canastillo, retomando pronto su camino hacia el palacio del rey.
Después de siete días y
siete noches de andar sin descanso, la gallina llegó finalmente a palacio.
Intentó entrar, pero la detuvo un guardián que pretendía hacerla desandar el
camino. La gallina sacó entonces el diamante del canastillo y se lo mostró al
guardián diciendo:
Al rey esta joya llevaré
y mañana reina seré.
Y el guardián la dejó
entrar inmediatamente. En medio del aposento real, la gallinita se encontró con
el paje del rey, a quien no impresionó en absoluto la blancura de sus plumas ni
el esplendor de su cresta de oro. Pensó que era una de las gallinas del rey
que se había escapado del gallinero, y ordenó a un sirviente que la atrapase y
la encerrase otra vez. Pero la gallina protestó:
Al rey esta joya llevaré
y mañana reina seré.
El paje cogió el diamante
y se lo llevó al rey:
-¿Quién me envía esta
joya preciosa? -preguntó el rey.
-Una ridícula gallina,
Majestad -respondió el paje.
-Decidle que se la
agradezco de corazón y llevadla al gallinero del que ha salido.
Los sirvientes cogieron a
la gallina p la encerraron junto con las otras. En cuanto la vieron, los gallos
y las gallinas del gallinero real se abalanzaron sobre la recién llegada a picotazos.
Pero la gallinita, acordándose del lobo, lo llamó presurosa:
¡Sácame, lobo, de este
espantoso sitio,
si quieres que yo te
libere del hechizo!
En cuanto dijo estas
palabras, el lobo saltó fuera del canastillo, tan grande como era antes, y se arrojó
contra gallos y gallinas. Y en menos que canta un gallo, resolvió el litigio
dejando viva solamente a la gallina de la cresta de oro.
Comenzaba a amanecer
cuando la gallina corrió hacia el palacio y se puso a andar de aquí para allá
con empaque por los aposentos del rey. Los sirvientes la vieron y acudieron a
advertir al rey de que la gallina se había escapado de nuevo del gallinero.
El rey montó en cólera y
dijo:
-¡Por esta insolencia,
que la lleven al calabozo!
Los sirvientes
obedecieron y encerraron a la pobre gallinita en la celda más oscura de la
prisión.
La prisión tenía muros
tan altos y gruesos como siete carruajes puestos uno al lado del otro, y la
celda era tan angosta que a duras penas la gallina lograba moverse, y tan
oscura que parecía ser siempre de noche.
La prisionera, entonces,
sacó de su canastillo la brizna de hierba y dijo:
¡Vuelve a ser, querida
encina, la que eras
para librarme de esta
oscura celda!
La encina recuperó de
inmediato sus raíces y comenzó a crecer tan deprisa que, en un abrir y cerrar
de ojos, se volvió más alta que la más alta torre, haciendo que se derrumbasen
los muros de la prisión y la mitad del propio palacio.
Cuando el rey se dio
cuenta de lo que había ocurrido, fue una vez más presa de cólera y ordenó que
metiesen a la gallinita en un horno. Justo había uno encendido en ese momento,
porque los cocineros estaban horneando una hogaza para el desayuno del rey.
Los sirvientes atraparon
a la gallina y la metieron en el horno abierto. Entonces la pobre sacó de su
canastillo la gota de rocío y dijo:
¡Sácame, río, de este
espantoso sitio,
si quieres que yo te
libere del hechizo!
E inmediatamente la gota
de rocío comenzó a crecer hasta que se transformó en un tempestuoso torrente
que apagó el fuego, inundó todo el palacio real y empujó cuanto encontraba a
su paso arrastrándolo hacia el mar.
El rey logró salvarse a
duras penas. Y como no podía hacer nada contra la gallina pensó que lo mejor
era casarse con ella.
La boda se celebró con
gran pompa y los dos vivieron durante muchos años juntos, felices y contentos.
Tuvieron también numerosos hijos, porque la gallinita ponía un huevo al día y
todos los varoncitos llegaron a convertirse en reyes.
Fuente: Gianni Rodari
003. anonimo (españa)
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