Una pobre mujer tenía sólo un hijo. Cuando
éste se hizo adolescente, salió por el mundo en busca de un amo y de un trabajo
para poder mantener a su anciana madre. Recién salido de su pueblo natal, se
encontró con el sol.
-¿Adónde vas, jovencito?
-Estog buscando un amo y un trabajo para poder
mantener a mi madre anciana.
-¿No quieres venir conmigo?
-No, no quiero.
El joven siguió su camino y al rato se
encontró con la luna.
-¿Adónde vas, jovencito?
-Estoy buscando un amo y un trabajo para poder
mantener a mi madre anciana.
-¿No quieres venir conmigo?
-No, no quiero.
Recorrido otro trecho del camino, el joven se
encontró con un tercer viandante. Y también éste le preguntó:
-¿Adónde vas, jovencito?
-Estoy buscando un amo y un trabajo para poder
mantener a mi madre anciana.
-¿No vendrías conmigo?
-¿Y tú quién eres?
-Soy la Muerte.
-Entonces me voy contigo -respondió el joven,
tarde o temprano todos deben irse contigo.
Recorrieron juntos una buena parte del camino hasta
que la Muerte le dijo al joven:
-Escúchame bien: quiero hacer de ti un médico.
Cuando te llamen para atender a algún enfermo, iré contigo y debes prestar
atención al lugar en el que yo me sitúe. Si me sitúo junto a la cabecera de la
cama, quiere decir que el enfermo morirá y no debes recetarle ninguna medicina.
Si me coloco, en cambio, a los pies de la cama, significa que el enfermo sanará
y tú puedes recetarle lo que quieras.
El joven se hizo médico. Por esos días, la
hija del rey enfermó gravemente y la muerte envió al joven médico para que
fuese a verla. Cuando el joven entró en la habitación de la princesa, vio que
la muerte estaba a los pies de la cama.
-La princesa sanará -dijo enseguida el médico
y le recetó un caldo de coles.
Dos días después, la princesa había sanado y
el rey, como señal de gratitud, compensó al prodigioso médico con oro y piedras
preciosas.
El joven volvió al pueblo, a casa de su madre,
con todo aquel tesoro.
Allí, sin embargo, nadie quería creer en su
fama.
-¿Que ese pordiosero ha curado a la princesa?
¡Vaya médico! -decía la gente corroída por la envidia.
Todos pensaban que el pobre infeliz se había
vuelto loco. Uno de los habitantes, sin embargo, un mocetón sano y robusto, se
metió en la cama fingiendo estar enfermo y al borde de la muerte. Mandó llamar
al famoso médico.
Cuando el médico llegó, miró a su alrededor y
vio a la muerte en la cabecera de la cama.
-No hay nada que hacer -dijo y regresó de
inmediato a su casa.
Aquellos fanfarrones, naturalmente, se echaron
a reír. Pero la risa se convirtió muy pronto en llanto, porque el mocetón que
se había fingido enfermo murió pocas horas después.
El médico, en cambio, vivió en paz hasta que
la muerte se colocó en la cabecera de su cama.
003. anonimo (españa)
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