Eranse una vez tres
jovencitas, las cuales estaban casi siempre enfermas. Un día, cansadas de tanto
padecer, fueron a pedir consejo a una anciana acerca del medio de recuperar la
salud.
-Si queréis sanar -les
aconsejó la anciana, tenéis que ir a visitar al carnero cuyos cuernos unen el
cielo y la tierra; sin duda él hallará algún remedio para vuestro mal.
Y de este modo se
llegaron hasta el lugar donde se hallaba el carnero y le preguntaron:
-¿Podrías tú ayudarnos a
sanar?
-¡Ah! -exclamó el
carnero.
-¡Pero si yo también
estoy muy enfermo...!
-Está bien, carnero,
dinos entonces, ¿qué podemos hacer para encontrar un remedio tanto para ti como
para nosotras?
Tras reflexionar un
momento, el carnero les reveló:
-Tengo entendido que la
madre del Sol posee el secreto del buen remedio.
-Pero ¿cómo y dónde vamos
a encontrar a la madre del Sol? A no ser que hagas tú de escalera para que
podamos subir hasta allá arriba... Le pediríamos un remedio para nosotras,
pero también para ti... -le dijeron ellas.
Entonces el carnero formó
una escalera con sus cuernos, ascendieron las jóvenes por ella y se
presentaron ante la madre del Sol.
-Habéis sido imprudentes
al venir hasta aquí -observó ella; porque mi hijo el Sol podría devoraros.
-¿Y por qué no nos
escondes tú en algún sitio por aquí?
-Está bien. Metéos dentro
de ese armario.
Al poco tiempo llegó el
Sol y nada más entrar dijo:
-Aprisa, madre, prepárame
algo de comer -y se sentó a la mesa.
-Dime, madre -preguntó al
cabo de unos momentos de silencio.
-¿Cómo es que hay tres
pares de zapatos delante de la puerta?
-Pues verás, hijo mío; en
primer lugar están los zapatos que me pongo para ir al mercado; después los que
llevo cuando voy a visitar a mis amigas y, por último, los que utilizo para
hacer la limpieza en el patio.
-Está bien; pero aquí hay
trazas de que ha entrado alguien extraño.
-No, no, hijo mío,
créeme; ningún humano se atrevería a subir hasta aquí.
El Sol acabó de comer y
se fue a iluminar la tierra. Entonces su madre abrió el armario y salieron de
él las tres jóvenes. Después de escuchar atentamente cual era el objeto de su
visita, recogió los restos de pan que había dejado su hijo sobre la mesa y se
los entregó diciendo:
-Tomad y comed de estas
migas. De este modo sanaréis.
Las jóvenes se lo
agradecieron; pero no se olvidaron del carnero que las había ayudado, y
añadieron:
-Hay un carnero cuyos
cuernos unen el cielo y la tierra, también él está enfermo. ¿Qué podríamos
hacer para curarlo?
-Si quiere restablecerse,
tiene que dejar caer a alguien de la escalera de sus cuernos.
-Y les advirtió:
-¡Pero no se lo digáis
antes de haber descendido vosotras!
Regresaron las tres
jóvenes junto al carnero, quien enseguida les preguntó:
-¿Qué, habéis encontrado
ya el remedio para nuestros males?
-Primero déjanos bajar,
te lo diremos cuando estemos en el suelo.
Y el carnero les tendió
su cuerno escalera para que descendieran.
Una vez en tierra las
tres jóvenes le dijeron:
-Si quieres curarte,
debes hacer caer a alguien de la escalera de tus cuernos.
-¿Y por qué no me lo
habéis dicho antes de bajar vosotras? ¡Yo habría agitado un poco mi cuerno y
así habría recuperado la salud!
Las jóvenes se marcharon
y vivieron felices, mientras el carnero aún espera a alguien que quiera subir
hasta el Sol para hacerle caer desde lo alto y de este modo curar de sus
achaques.
110. anonimo (albania)
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