Pues había un rey que tenía un hijo
con catorce años recién cumplidos y ambos tenían la costumbre de ir cada tarde
hasta los jardines de un palacio que se encontraba en estado de abandono. En
esos jardines había una hermosa fuente donde ambos solían sentarse un buen rato
antes de emprender el camino de vuelta. La gente del lugar decía que el palacio
estaba habitado por tres brujas que eran hermanas y que se llamaban Blanca,
Rosa y Celeste, pero ellos nunca las vieron en todas las veces que fueron por
allí.
Una tarde el rey cogió de la fuente
una rosa bellísima, cuyos pétalos parecían de terciopelo, y se la llevó a la
reina.
A la reina le gustó tanto el regalo
que decidió guardar la rosa en una cajita de madera que dejó en la habitación
que antecedía a la alcoba de los reyes.
A medianoche, cuando los reyes
dormían, despertaron al oír una voz que decía:
-¡Ábreme, rey!
El rey se incorporó sorprendido en
el lecho y le preguntó a la reina, que dormía a su lado:
-¿Has dicho algo?
-Yo, no -contestó la reina.
-Pues me pareció que me llamabas
-dijo el rey, y volvió a dormirse. Al poco rato el rey escuchó otra vez:
-¡Ábreme, rey!
Conque se levantó y luego de dar
vueltas por la alcoba se fue a la habitación delantera y abrió la caja de
madera donde estaba la rosa, pues de allí era de donde salían las voces.
Al abrir la caja, la rosa, que era
la misma bruja Rosa del palacio abando-nado, empezó a crecer hasta transformarse
en una princesa y le dijo al rey que tenía que casarse con ella y matar a la
reina.
-Eso no lo puedo hacer -dijo el
rey.
-Pues lo harás -dijo la bruja- o
morirás dentro de una hora.
El rey no quería matar a la reina
por nada del mundo, así que la cogió en brazos y la escondió en un sótano
remoto del palacio. La reina, que se vio encerrada allí, empezó a rezar a san
José pensando que el rey se había vuelto loco y, entretanto, el rey regresó a
su alcoba.
A la mañana siguiente de este
suceso, el príncipe Tomás se levantó y entró, como tenía por costumbre, en la
alcoba de sus padres para darles los buenos días, pero en cuanto vio a la mujer
que dormía junto a su padre, dijo:
-¡Ésta no es mi madre!
Y la mujer se enderezó en el lecho
y le gritó:
-¡Calla o morirás!
Luego la bruja se levantó y anunció
a todos los criados del palacio que ella era la reina Rosa y que
mandaría matar a todo aquel que no la obedeciera.
Tomás se escapó por el palacio,
apesadumbrado y sin saber qué hacer, y cuando caminaba por los sótanos escuchó
unos lamentos que le parecieron de su madre. Entonces buscó sirvién-dose del
oído y, al rato, dio con el sótano remoto donde su madre estaba encerrada;
Tomás vio que no podía abrirle la puerta pero prometió que le llevaría comida y
ella le prometió que le encomendaría en sus oraciones a san José, del que era
devota.
Entretanto, todo el mundo en el
palacio vivía atemorizado por la
reina Rosa.
Un día, la bruja empezó a pensar
que tenía que deshacerse del príncipe Tomás y le mandó llamar.
-¡Tomás! -le dijo-. Ve a traerme
agua de la fuente de los jardines del palacio abandonado.
El príncipe Tomás no tuvo más
remedio que obedecer y, cogiendo un jarro, se puso en camino a la fuente. Y en el camino
le salió al paso un anciano que dijo:
-Tomás, sé lo que te han mandado
hacer y escúchame bien: coge el agua de la fuente sin detenerte ni apearte del
caballo y no vuelvas la vista atrás cuando oigas que te llaman.
Llegó Tomás a la fuente, llenó el
jarro sin bajar del caballo y, como le había dicho el viejo, oyó dos voces de
mujer que le llamaban, pero no les hizo caso y, sin detener su caballo, volvió
grupas y regresó a palacio.
-Coge los tres limones sin detener
el caballo ni hacer caso de las voces que te llamen.
Así lo hizo y volvió a palacio con
los tres limones.
Y la reina, al verle, se puso
furiosa y le dijo:
-¡Qué son estos limones que me
traes, si te dije que trajeras naranjas! ¡Vuelve ahora mismo a la fuente y no
vengas sin ellas!
Otra vez volvió a suceder como en
las dos ocasiones anteriores y el anciano le dijo que cogiera las naranjas a la carrera. Conque
volvió con las naranjas y la reina, desesperada con él, le echó del palacio.
Tomás bajó entonces al sótano
remoto a despedirse de su madre, dejó encargo a una criada fiel de que le
llevara regularmente agua y comida y se marchó a recorrer el mundo.
Echó a andar camino adelante y,
cuando llevaba un buen tiempo andando, le salió al paso el anciano de las otras
veces y le dijo que atendiera a sus consejos porque se disponía a ayudarle.
Como primera medida, el anciano le convirtió en un ángel y después le dijo:
-Ahora vamos a ir al palacio
abandonado de las brujas; allí encontraremos a dos mujeres que me dirán que te
deje con ellas para enseñarte el palacio; son Blanca y Celeste, las dos
hermanas de la reina
Rosa. Tú me dirás: «¡Papá, déjame!», y yo te dejaré con
ellas; te enseñarán todo el palacio menos una habitación; tú porfía para que te
la dejen ver y, una vez dentro, actúa como te parezca mejor.
Llegaron al palacio y sucedió como
le había dicho el anciano. Le enseñaron todo excepto una habitación.
Tomás insistió en que le gustaría
verla y ellas le dijeron que dentro no había nada de interés y que además era
muy tarde y tenían que ocuparse de un joven llamado Tomás que habría de venir y
al que debían colgar de un árbol. Pero insistió tanto y con tantos argumentos
el muchacho convertido en ángel, que al fin le franquearon la entrada y vio que
la habitación estaba toda ella cubierta de paños negros; en el centro se
encontraba una mesa sobre la que lucían tres grandes velas encendidas, y eso
era todo lo que había. El príncipe Tomás preguntó a las dos mujeres qué hacían
allí aquellas velas y le dijo Celeste:
-Esta vela es la de mi vida, y la
siguiente es la de la vida de mi hermana Blanca y la última, la de la vida de
mi hermana Rosa, que ahora es reina. Cuando se apaguen estas velas se apagarán
nuestras vidas.
Entonces Tomás apagó de un soplo
las dos primeras velas y allí murieron Blanca y Celeste. Cogió luego la tercera
vela y salió del palacio, donde le esperaba el anciano, que le dijo:
-Has hecho lo que yo esperaba que
hicieras. Ahora vámonos al palacio de tu padre. Has de saber que yo soy san
José, a quien reza tu madre y a cuyas súplicas he acudido para ayudarte.
Volvieron, pues, al palacio y el
príncipe Tomás pidió que llamaran a su padre. Cuando le vio, dijo:
-Padre, ¿qué vida prefiere usted, la de mi madre o la de
El rey contestó:
-Yo quiero la de tu madre.
-Pues déle usted un soplo a esta
vela -dijo Tomás mostrándole la tercera vela.
El rey se acercó presuroso a la
vela y sopló fuertemente y la
reina Rosa murió inmediatamente sin exhalar un quejido.
Después, el rey y Tomás bajaron al
sótano remoto donde el rey la había escondido, para liberar a la reina, pues ya
podía salir a la luz, y los tres se abrazaron y todo el reino se alegró de la
muerte de las tres brujas, muy especialmente de la de la reina Rosa , que era la
que más daño les había hecho de las tres. Luego buscaron por todo el palacio al
anciano para darle las gracias, pero san José había desaparecido sin que nadie
pudiera dar cuenta de él.
003. anonimo (españa)
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