Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

El joven, el corzo y los galgos


Eranse un hombre y una mujer que habían tenido un hijo. La esposa murió y el hombre se vio obli­gado a casarse con otra. Esta segunda mujer no tenía el menor aprecio al muchacho, pretendía re­pudiarlo y obligarlo a que se fuera de casa. A dia­rio le decía al marido:
-¡O desaparece el chico, o no me quedaré contigo!
¿Qué puedo hacer?, cavilaba el pobre hombre. Pero co­mo estaba necesitado de mujer, acabó por plegarse a sus deseos y repudió al hijo que había tenido en sus primeras nupcias.
Abandonó el muchacho la casa y se encontró de pronto solo ante el mundo. Camina que camina, no se detuvo una sola vez a lo largo de todo el día. Lo sorprendió la noche sin que hubiera encontrado un lugar donde cobijarse. En éstas se encontraba, cuando descubrió una cueva. Penetró en ella y se echó a descansar. Se encontraba exte-nuado y no tenía nada que llevarse a la boca, cuando he aquí que apareció un corzo, pues aquella cueva era su morada.
-¿Qué haces aquí?- le preguntó el corzo al muchacho.
-Mi padre y mi madrastra me han echado de casa. No tuve otro remedio que irme a recorrer el mundo. Me sor­prendió la noche y entré aquí.
El corzo sintió tanta lástima que de sus ojos brotaron dos grandes lágrimas.
-Quédate aquí conmigo, los dos juntos viviremos estu­pendamente. Yo iré a cazar y tú me guardarás la casa- le propuso el corzo.
El muchacho sintió un gran alivio, tanto que a punto es­tuvo de desmayarse. El corzo salía a cazar perdices, codorni­ces y conejos, los llevaba a la cueva y el muchacho los asaba en el hogar, y así vivían felices comiendo carne de aves y animales salvajes.
Un buen día el corzo salió al monte a cazar y el joven, como de costumbre, se quedó en la cueva. Estaba esperando a su compañero cuando apareció el oso.
-¿Dónde esta el corzo?
-Ha ido a cazar al monte.
-Cuando vuelva a casa, dile que vaya mañana a la Maja­da Grande a pelear conmigo.
El oso tenía la voz gruesa; era grande, tanto como un ol­mo. El muchacho sintió gran desasosiego. Temía que el oso matara al corzo y se echó a llorar. Lloró y lloró sin parar du­rante todo el día y tenía la cara envuelta en lágrimas. Cuan­do llegó el corzo a la cueva le preguntó:
-¿Qué tienes, por qué lloras?
-Ha venido un animal grande como un olmo, que tenía la voz gruesa como un ogro y me dijo: "Dile al corzo que vaya mañana a la Majada Grande a pelear conmigo".
Ja, ja, ja -se echó a reír el corzo.
-Ese era el oso. No quie­ro ni oír hablar de él. No te inquietes por tan poca cosa­consoló el corzo al muchacho. Cuando oyó estas palabras, el joven se limpió las lágrimas y se echó a reír él también.
Cuando al día siguiente salió el sol y la luz de la mañana penetró en la cueva, el corzo se levantó y partió en dirección a la Majada Grande, encomendándole al muchacho:
-Si ves que pasa demasiado tiempo y no he vuelto, ten por seguro que me ha vencido el oso. Ponte entonces en ca­mino y ve hasta la Majada Grande, si me encuentras muer­to coge uno de mis cuernos y lánzalo al aire: allá donde caiga el cuerno habrás de encontrar gran riqueza.
Partió el corzo hacia la Majada Grande. Al llegar vio al oso que lo estaba esperando. Se enfrentaron el uno con el otro. Ambos dieron y recibieron muchos golpes, los dos fueron varias veces derribados y al final el corzo venció al oso. Pero el combate se prolongó mucho y el muchacho en la cueva estaba ya muy intranquilo.
¿Qué haré yo si el oso mata al corzo? ¿Cómo podré vivir solo?, se preguntaba para sus adentros.
Cuando de pronto apareció el corzo.
-¿Conseguiste vencer al oso? -le preguntó.
-Lo vencí, y sin mucho tardar -le respondió el corzo.
No pasaron muchos días y también el lobo se presentó en la cueva y le preguntó al muchacho:
-¿Dónde está el corzo?
-Ha ido al monte a cazar.
-Dile que vaya mañana a la Majada Grande a luchar.
-Dime quién eres, para que pueda decirle yo al corzo quién le reta a pelear.
-Ya sabe él quién soy -le respondió el lobo y se marchó sin decirle una palabra más.
Otra vez se echó a llorar el muchacho. Estaba muy preo­cupado porque pudieran matar al corzo, ¿qué iba a hacer sin él, cómo viviría?
-¿Qué es lo que te ocurre para llorar de ese modo? -le preguntó el corzo al llegar a la cueva.
-Cómo no voy a llorar, ¿por qué no me dejan tranquilos tus enemigos? Otra vez ha venido hoy un bicho, como un perro o como un lobo, qué sé yo lo que era, y también éste me dijo: "Dile al corzo que vaya mañana a la Majada Gran­de a pelear".
Jo, jo, jo. ¡Pero si era el lobo! ¡Yo que he vencido al oso, no voy a poder con el lobo! Nada, no te inquietes por eso­le consolaba el corzo.
Al oír estas palabras, el muchacho se sintió nuevamente aliviado y se convenció de que no había animal en este mundo que fuera superior al corzo. Cuando salió el sol, el corzo se incorporó, se despidió del muchacho y partió hacia la Majada Grande para medirse en combate con el lobo, no sin antes dejarle al joven la siguiente recomendación:
-En caso de que me retrase mucho, debes sacar en con­clusión que el lobo me ha vencido. Dirígete a la Majada Grande y si me encuen-tras muerto, coge uno de mis cuer­nos y lánzalo al aire. Cuando el cuerno caiga al suelo, ha­brás de encontrar una gran riqueza.
Marchó el corzo al lugar establecido, encontró al lobo es­perándolo y comenzaron a pelear y a despellejarse el uno al otro. Toma y dale, se enzarzaron dándose mordiscos en las patas delanteras, pero el corzo era más fuerte, derribó al lo­bo y lo mató. Con el crepúsculo llegó el corzo a la cueva.
-¿Venciste al lobo? -le preguntó el muchacho.
-Lo vencí, lo dejé hecho pedazos en mitad de la Majada Grande - le respondió el corzo.
Tras superar estos dos combates, con el oso y con el lobo, vivían como no hay mejor, bebiendo agua del manantial del hayedo, comiendo carne de aves y otros animales salvajes y durmiendo en lecho de paja.
Para desgracia de ellos, el zorro se levantó cierto día y se dirigió directamente a la cueva del corzo. Tenía la cola larga como un enorme copo, su voz era aguda como un punzón y merodeaba en torno a la cueva como un demonio.
-¿Está el corzo en casa? -le preguntó al muchacho.
-No, no está, ha ido al monte a cazar.
-¡Dile al corzo que vaya mañana a la Majada Grande a pelear!
-Ja, ja, ja... -se echó a reír el joven.
-¡El corzo ha vencido al oso y al lobo y no va a poder contigo que no le sirves ni de desayuno!
Reía aún el muchacho cuando llegó el corzo y le preguntó:
-¿De qué te ríes?
-Ha venido un bicho con las trazas de un gato: tenía la cola tan larga como dos veces su cuerpo; flojucho por la fa­cha, presuntuoso y jadeante. Tenía la voz fina como un punzón. Venía a retarte a duelo y dijo: "¡Dile al corzo que vaya mañana a la Majada Grande a pelear!" Me dieron tan­tas ganas de reír que aún no he podido dejar de hacerlo.
Palideció nada más oírlo el corzo y su rostro se ensom­breció, luego se echó a llorar:
-Ése es el que habrá de arrancarme la vida. Es pequeño, pero como enemigo es temible. Los grandes peligros suelen proceder de las cosas pequeñas... -y no podía contener las lágrimas, que se derramaban a chorros sobre las piedras y los troncos.
Cuando vio el muchacho al corzo tan desconsolado y en tan gran aprieto, se echó a llorar él también. El infeliz de­rramaba lágrimas a torrentes.
Al salir el sol, el corzo partió en dirección a la Majada Grande a batirse en duelo con el zorro. Antes de marchar le encomendó al joven:
-En caso de que no vuelva antes del anochecer, puedes estar seguro de que el zorro me ha matado; ponte entonces en camino hacia la Majada Grande. Si me encuentras muer­to, coge uno de mis cuernos que tenga muchas ramificacio­nes en forma de palas, lánzalo al aire y pide todo lo que te diga el corazón, pues, cuando caiga al suelo el cuerno, ha­brás de encontrar una gran riqueza.
Esperó el joven durante todo el día y el corzo no regresaba.
Sin duda lo había matado el zorro. Partió finalmente el muchacho y según caminaba iba regando de lágrimas el ca­mino. Al llegar a la Majada Grande, encontró al corzo ten­dido, muerto. Cogió un cuerno ramificado y lo lanzó hacia lo alto. Cuando el cuerno cayó, se formó una gran multitud de ovejas, cabras y vacas. Grande fue el regocijo del mucha­cho, pero se dio cuenta de que no iba a ser capaz de reunir­los todos y llevarlos a casa. Mientras hacía esfuerzos por conducir él solo el rebaño, se presentó ante él un lobo, que le dijo:
-¿Me das tu palabra de que cuando te cases, si te concede el señor un niño, me lo entregarás para que me lo coma, a cambio de que ahora te ayude?
-Sí, te doy mi palabra- respondió él creyendo que podría engañar al lobo.
Echaron a andar, conduciendo el rebaño entre los dos. Cuando entraron en la aldea, el lobo le dijo:
-Yo ahora me doy la vuelta y me marcho al monte, pero tú no olvides la promesa que me has hecho.
-Buen viaje y vete confiado -le dijo el muchacho al lo­bo, mientras decía para sí mismo: "Como te vuelva a ver por aquí otra vez te voy a dejar el lomo más suave que la tripa.
Cuando abrió el portón del corral y metió dentro las ove­jas, las cabras y las vacas, no quedó espacio para nada. Al asomarse la madrastra y el padre y ver al muchacho llegar con toda aquella inmensa fortuna, enseguida acudieron a recibirlo, lo abrazaron cariñosamente y con gran alegría, pues los había sacado de la miseria convirtiéndolos en gran­des hacendados.
El muchacho fue creciendo y madurando, y por fin se hi­zo un hombre. Entonces la madrastra le dijo a su marido:
-¿Cuándo vamos a casar al muchacho? No tenemos más hijo que él.
-Cuando encontremos una familia adecuada.
Y en verdad no pasaron muchos días y al fin le encontra­ron novia, establecieron el plazo, organizaron una gran bo­da y le llevaron la novia a casa. Al año de casarse, el Señor le dio un hijo. Acababa el niño de cumplir tres semanas cuan­do apareció el lobo ante su puerta y llamó al padre:
-¿Recuerdas la promesa que me hiciste?
-¡El niño aún no ha crecido! Apenas ha cumplido las tres semanas; no tienes nada que comer en su cuerpo; tan poca carne se te quedaría entre los dientes. Espera algún tiempo más a que crezca un poco, te doy mi palabra de que te lo entregaré.
Se fue el lobo y el muchacho entró en la casa. Su padre y su madrastra le preguntaron:
-¿Quién te llamaba ahí fuera?
Él les contó con todo detalle cómo había transcurrido su conversa-ción con el lobo.
-¿Pero qué estás diciendo? ¡Eso jamás lo consentiremos!­le ataja-ron al momento el padre y la madrastra.
-¿Hemos estado esperando ese niño con tanta ilusión para entregárse­lo ahora al lobo? ¡Eso no lo haremos nunca!
Pasados seis meses acudió de nuevo el lobo y llamó a la puerta. Al salir el muchacho a la entrada del jardín, el lobo le dijo:
-¿Mantienes la promesa que me hiciste? El niño ya está crecido. He venido a llevármelo, ya no puedo esperar más­sus dientes crujían mientras hablaba.
-¡Espera otros seis meses hasta que el niño cumpla un año, concédeme esa gracia!
-Intentaba aplazarlo algún tiem­po más con la esperanza de conseguir burlar al lobo.
-Si me haces venir por tercera vez y no me entregas al ni­ño, habré de comerte a ti -le respondió.
Cuando se dio la vuelta y entró en la casa, el padre y la madrastra le preguntaron:
-¿Quién era el que te llamaba?
-El lobo. Reclama al niño para comérselo.
-¡Pero eso es imposible! ¿Cómo vamos a colocar nosotros mismos al niño en los dientes del lobo?
-Si no le entregamos al niño, ha dicho que me comerá a mí.
-Pues márchate a la montaña enseguida y escóndete, no­sotros no te entregamos al niño.
Cuando se cumplió el año, el muchacho no tuvo valor pa­ra esperar al lobo en su casa y se fue a la montaña. Le sor­prendió la noche en mitad del monte y se cobijó en el tronco hueco de un roble. En aquel roble habitaba una anciana mu­jer que era ciega de los dos ojos. El señor le enviaba cada día un cuenco con sopas de leche y una cuchara de madera para comerlas. Le ofreció la vieja al muchacho compartir las sopas y ambos comieron, ella con la cuchara y él con los dedos. Ya tarde, después de la cena, le preguntó la anciana al joven:
-¿Qué es lo que te ha traído por aquí? ¿Qué viento te ha empujado? ¿Cuáles son tus pesares? Cuéntaselo a esta abuela.
Después que el muchacho le hubiera relatado su desgra­cia, la anciana le entregó unas agujas y le dijo:
-Toma, coge estas agujas y cuando estés en aprietos, échalas al mar. Lo que precises, habrás de conseguirlo.
Tomó el muchacho las agujas y partió rumbo al otro lado del mar. Cuando llegó a la orilla, lanzó una aguja y dijo:
-Hazme, señor, un puente que atraviese el mar y que me lleve al otro lado.
En cuanto cayó la aguja al fondo del mar, se formó el puente y el muchacho pasó a la otra orilla.
Una vez allí, construyó una casa y quedó a salvo del lobo, pues sabía que no podía cruzar el mar y venir a devorarlo. Cayó entonces en la cuenta de que debía encontrar el me­dio de ganarse el sustento. Pensó en hacerse cazador, pero necesitaba dos galgos. ¿Qué podía hacer? Cogió las agujas, lanzó una al mar y rogó:
-Señor, concédeme dos galgos.
En cuanto llegó la aguja al fondo del mar, la orilla co­menzó a temblar y al momento aparecieron dos galgos: el uno era ligero, rápido como un pájaro, oía y olía cualquier cosa a enorme distancia; el otro era pesado, muy perezoso, pero también muy fuerte, tanto que la tierra se estremecía bajo sus patas. Se llevó el muchacho los dos galgos a casa y todos los días salía con ellos a cazar perdices, conejos y cor­zos, y nunca se saciaban de comer su sabrosa carne.
El lobo merodeaba todos los días por la otra orilla del mar: ansiaba devorar a aquel muchacho, pero no tenía medio de cruzar las aguas. ¿Qué podía hacer aquel lobo endemoniado para alcanzar su propósito? Le pidió a su hermana que toma­ra apariencia humana. Ella le obedeció, se vistió y se engala­nó, se puso afeites y quedó transformada en una hermosa mujer, entró en el mundo y se acercó a la orilla, permane­ciendo de pie de modo que se la viera desde el otro lado. El muchacho la vio y al instante quedó prendado de ella. Echó una aguja al mar y se formó un puente por el que pasó la her­mana del lobo. El muchacho la tomó y se casó con ella.
En cuanto la que había de ser su esposa pasó a la otra ori­lla del mar, el muchacho había hecho que desapareciera el puente, de modo que el lobo no pudiera pasar a aquel lado y comérselo. La mujer resultó ser muy astuta y no le contó que era la hermana del lobo, sino que simulaba ser una es­posa fiel. El muchacho salía todos los días a cazar con sus dos galgos, el ligero y el pesado, y traía perdices, conejos, corzos. La mujer hacía las faenas de la casa.
El lobo le había dicho tiempo atrás a su hermana:
-Escucha, tienes que engañar a tu marido para quitarle las agujas. Deberás conseguir que un día se vaya a cazar al monte sin llevár-selas consigo.
Cierta mañana le dijo ella al marido:
-Esposo, ¿por qué no puedes dejar las agujas en casa? No las lleves siempre contigo, puedes perderlas en el monte y entonces el Señor te abandonará.
Él se dejó engañar y confió en su mujer. Dejó las agujas en casa y se fue al monte a cazar con sus galgos. La mujer las cogió y echó una al mar. Se formó entonces un puente y el lobo pasó a través de él a este lado del mar. Recibió la mujer a su hermano y lo escondió en el cajón de amasar. Cuando regresaba el muchacho a casa, a cien pasos de ella el galgo ligero dijo:
-Hum, huele a lobo, huele a lobo.
-¿No habrá venido por aquí el lobo? -le preguntó el ca­zador a su mujer.
-No, esposo mío, qué lobo, ¿estás soñando o acabas de desper-tar?
-¿Y por qué el galgo huele a lobo?
-¿Qué estás diciendo de los galgos, esposo mío? ¿Cómo va a poder hablarte un perro?
Pero el marido desconfió al ver que el galgo ligero husmea­ba sobre el cajón de amasar, entonces le dijo al galgo pesado:
-Tú duerme sobre el cajón de amasar.
-¿Pero cómo vas a dejar que el perro duerma ahí, hom­bre?
A punto estuvo de desmayarse la mujer temiendo que atraparan a su hermano.
-A mis perros les permito que hagan lo que quieran; en ellos confío mi vida -le replicó él a su esposa.
El lobo lo oyó, se acurrucó en el cajón, y encogido co­mo un higo no osaba siquiera rebullir. El galgo grande se pasó toda la noche gruñendo. Al lobo no paraban de darle temblores por miedo a que lo descubrieran. Se decía a sí mismo: "Ojalá amanezca pronto, pues si esto dura mucho es preferible morirse". Al llegar la mañana, el marido co­gió los galgos y salió a cazar. Sólo entonces salió el lobo del cajón.
-¿No pudiste salir, hermano? -le preguntó ella.
-¡Qué salir ni salir! -le replicó el lobo.
-Pero hermano, ¿por qué me hablas de ese modo?
-Hermana mía, con tanto miedo es imposible continuar viviendo. ¿Cómo se te ocurrió hacerme pasar tan mal rato?
-Tranquilo, hermano. No te inquietes, que no te volveré a meter en el cajón.
-¿Y dónde demonios me vas a meter?
-Haré un hoyo bajo la alfombra donde jamás puedan en­contrarte y te esconderé allí.
Dicho y hecho. Entró el lobo en el hoyo y se cubrió con la alfombra. Al caer la noche volvió el marido de caza con sus perros. El galgo fino empezó a husmear y siguiendo el olor fue directamente al lugar donde se había escondido el lobo. Allí se puso a arañar la alfombra con las patas, como si qui­siera decirle a su dueño que allí estaba el lobo escondido.
-Pues hoy vas a dormir aquí -le ordenó el amo al galgo grande.
-¡Pero por qué, hombre, como vas a dejar a los perros que duerman en la alfombra! Nunca se ha visto que duer­man los galgos en la misma habitación que las personas, eres tú el primero que lo hace.
-No me discutas más, mujer. Ya te he dicho una vez que sin ellos yo no viviría.
El galgo grande se echó a dormir en la alfombra, justo encima de donde estaba escondido el lobo y lo tuvo toda la noche aplastado. Cuando salió el sol por la mañana, el hombre se fue como de costumbre a cazar acompañado de sus galgos. Al salir el lobo de su escondrijo estaba casi re­ventado, pegados tenía la tripa con el lomo debido al enor­me peso del perro. Le preguntó su hermana:
-¿Has conseguido dormir, hermano, o no pudiste?
-Creí que jamás volvería a ver la luz del día, hermana de­sagra-decida. Pero ¿cómo se te ocurre hacérmelo pasar tan mal? A punto he estado de no volver a salir. Ese maldito galgo es pesado como una roca. Un poco más y me revienta las tripas.
-Calma hermano, sosiégate y no te apresures que acaba­remos por encontrar el medio. No pararé hasta conseguir que este marido mío muerda el polvo.
Después de cenar, cuando estaban ya acostándose, le dijo la mujer a su marido:
-¿No podrías salir mañana a cazar sin los galgos? Puedes ir tú primero, mirar en qué parte hay más conejos o corzos y venir después a por los galgos. Déjalos descansar por un día, también ellos tienen alma, los pobres. Los estás matan­do con eso de llevarlos todos los días por ahí. Me dan lásti­ma. Aunque ellos no se quejen nunca y estén siempre dispuestos, es una pena forzarlos demasiado.
-¡Tienes toda la razón, mujer! Haré caso de lo que me di­ces- le respondió el marido sin recelar nada.
Al día siguiente el cazador dejó los galgos en la casa y salió solo al monte. Enseguida corrió la mujer a encerrar los perros en el desván, le echó a la puerta siete candados, cada uno más fuerte que el otro, y dejó suelto a su herma­no en el monte. El lobo fue buscando por la montaña hasta que consiguió encontrar al muchacho. Le dijo al verlo:
-Llevo mucho tiempo persiguiéndote. Pero hoy no tienes escapa-toria, ni aunque te subas a un roble.
-Sólo te pido que me concedas unos momentos, lo bas­tante para tocar por última vez la flauta.
-Toca la flauta todo lo que quieras, hoy no tienes salva­ción, bastante me has hecho correr ya- le respondió el lobo, seguro de su triunfo.
El muchacho se encaramó rápidamente a un roble, sacó la flauta y se puso a tocarla tristemente, mientras el lobo es­peraba al pie del roble. Los galgos estaban tristes desde que aquella mujer los hubiera encerrado y no hacían más que llo­rar, derramando lágrimas sin descanso. Pero con tanto senti­miento tocaba la flauta su amo que al oír su triste música el galgo ligero le dijo al otro:
-Calla un momento, me parece que esa es la flauta de nuestro amo. Seguramente está en un aprieto y nos está lla­mando para que acudamos en su ayuda.
Detuvieron un momento sus llantos y se pusieron los dos a escuchar. El muchacho no cesaba de tocar la flauta. En­tonces el galgo fino le dijo al más grande:
-Tú pesas mucho y eres muy fuerte; arremete enseguida contra la puerta y rómpela con la cabeza.
-Espera un momento y verás como la hago trizas, tene­mos que encontrar a nuestro amo sin perder un momento.
Y embistió contra la puerta, la hizo pedazos y ya libres echaron los dos a correr hacia el monte. El galgo ligero era rápido como las moscas, volaba como un pájaro y llegó a la montaña en un abrir y cerrar de ojos. Recuperó el animo al verlo llegar su amo, que ya estaba atemorizado creyendo que el lobo lo iba a devorar sin remedio. Pero en cuanto vio aparecer a sus galgos renació su valor y gritó:
-¡Atrapad al lobo!
Se lanzó el galgo ligero al cuello del lobo y lo derribó por el suelo. El galgo grande llegaba corriendo pesadamente, haciendo temblar la tierra bajo sus zarpas, mientras le grita­ba a su compañero:
-Sujétalo, aguanta un poco más y no lo sueltes, ensegui­da me encargo yo de darle su merecido.
Y cuando por fin llegó, se echó encima del lobo, lo hizo pedazos a dentelladas y lo dejó destrozado en el suelo. Bajó entonces el amo del roble y lleno de regocijo y agradeci­miento abrazó a los perros con todas sus fuerzas. Se fue con ellos luego, cazó cuantos animales salvajes quiso y juntos re­gresaron los tres a casa. Al llegar, la mujer salió a esperarlos a la puerta del jardín.
-¿Por fin has vuelto, esposo mío? -le dijo.
-Aquí estoy, mujer, vivo aún, pero a punto ha estado de devorar-me el lobo.
-¿Y lo habéis matado?
-Hecho pedazos como migas lo han dejado mis perros. De no haber sido por ellos, habría sido el lobo quien me hubiera despe-dazado a mí como si fuera un sapo.
-Menos mal, menos mal que te has salvado, esposo mío­y aunque se le rompía el corazón de dolor por la muerte de su hermano, se guardaba bien de mostrarlo.
Cuando, después de la cena, se echaron a dormir el hom­bre y los dos perros, la mujer se fue a la montaña en mitad de la noche, encontró a su hermano despedazado, cogió uno de sus dientes y al regresar a la casa puso el diente sobre la almohada junto a la cabeza de su marido. El diente del lobo se introdujo en el oído del hombre y lo mató. Cuando los galgos despertaron por la mañana, vieron que su amo no se levantaba. Le lamieron por un lado, le empujaron por el otro, pero continuaba sin moverse. Empezaron a darse cuenta de que había muerto y se pusieron a aullar desespe­rados. Mientras, la mujer no decía una palabra sabiendo que si los galgos se enteraban de que había sido ella quien había matado a su amo, la despedazarían allí mismo. Así que permanecía quieta y callada en el diván juntó al cadá­ver, limitándose a observar. Estaban los dos galgos llorando y gimiendo, cuando un pájaro se puso a cantar en el patio una canción que decía en su lengua:
-Pío, pío, si me rompes el cuello y le metes una gota de mi sangre en el oído, el muerto se levantará en un momento.
El galgo ligero lo entendió enseguida y le dijo a su com­pañero:
-¡Calla, escucha! ¿Qué es lo que dice ese pájaro?
El pájaro no paraba de entonar su canción:
-Pío, pío, si me rompes el cuello y le metes una gota de mi sangre en el oído, el muerto se levantará en un momento.
El galgo ligero se arrastró lentamente, una pata después de la otra, caminando de puntillas sin hacer el menor ruido, salió al patio, saltó sobre el pájaro y lo atrapó; le partió el cuello y derramó una gota de su sangre en el oído del amo. Enseguida revivió el muchacho y al levantarse dijo:
-¡Uf, cuánto he dormido!
-No estabas dormido, que estabas muerto -le dijeron los galgos.
Vio entonces a su mujer que se había arreglado y vestido, toda pintada y perfumada como si fuera la fiesta del bajram. En ese instante se dio cuenta de que todo aquello había sido obra suya y azuzó a los perros contra ella diciendo:
-¡Cogedla y destrozadla, hacedla pedazos, es la hermana del lobo! Ella fue la que os encerró bajo nueve candados en el desván; ella soltó al lobo en el monte para que me devo­rara; ella fue a coger el diente del lobo y me lo puso en la al­mohada para matarme. ¡Despedazadla, desgarrarla como a un sapo, su maldad no tiene límites!
Se le echaron los galgos encima y la destrozaron como a un sapo; y así fue como ella acabó encontrando el mismo fin que su hermano el lobo.
Y en adelante el muchacho vivió cazando con sus dos galgos.
¡Cuentos en la escalera, oro en la mollera!

110. anonimo (albania)

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