Eranse un hombre y una
mujer que habían tenido un hijo. La esposa murió y el hombre se vio obligado a
casarse con otra. Esta segunda mujer no tenía el menor aprecio al muchacho,
pretendía repudiarlo y obligarlo a que se fuera de casa. A diario le decía al
marido:
-¡O desaparece el chico,
o no me quedaré contigo!
¿Qué puedo hacer?,
cavilaba el pobre hombre. Pero como estaba necesitado de mujer, acabó por
plegarse a sus deseos y repudió al hijo que había tenido en sus primeras
nupcias.
Abandonó el muchacho la
casa y se encontró de pronto solo ante el mundo. Camina que camina, no se
detuvo una sola vez a lo largo de todo el día. Lo sorprendió la noche sin que
hubiera encontrado un lugar donde cobijarse. En éstas se encontraba, cuando
descubrió una cueva. Penetró en ella y se echó a descansar. Se encontraba
exte-nuado y no tenía nada que llevarse a la boca, cuando he aquí que apareció
un corzo, pues aquella cueva era su morada.
-¿Qué haces aquí?- le preguntó
el corzo al muchacho.
-Mi padre y mi madrastra
me han echado de casa. No tuve otro remedio que irme a recorrer el mundo. Me
sorprendió la noche y entré aquí.
El corzo sintió tanta
lástima que de sus ojos brotaron dos grandes lágrimas.
-Quédate aquí conmigo,
los dos juntos viviremos estupendamente. Yo iré a cazar y tú me guardarás la
casa- le propuso el corzo.
El muchacho sintió un
gran alivio, tanto que a punto estuvo de desmayarse. El corzo salía a cazar
perdices, codornices y conejos, los llevaba a la cueva y el muchacho los asaba
en el hogar, y así vivían felices comiendo carne de aves y animales salvajes.
Un buen día el corzo
salió al monte a cazar y el joven, como de costumbre, se quedó en la cueva.
Estaba esperando a su compañero cuando apareció el oso.
-¿Dónde esta el corzo?
-Ha ido a cazar al monte.
-Cuando vuelva a casa,
dile que vaya mañana a la Maja da
Grande a pelear conmigo.
El oso tenía la voz
gruesa; era grande, tanto como un olmo. El muchacho sintió gran desasosiego.
Temía que el oso matara al corzo y se echó a llorar. Lloró y lloró sin parar durante
todo el día y tenía la cara envuelta en lágrimas. Cuando llegó el corzo a la
cueva le preguntó:
-¿Qué tienes, por qué
lloras?
-Ha venido un animal
grande como un olmo, que tenía la voz gruesa como un ogro y me dijo: "Dile
al corzo que vaya mañana a la
Majada Grande a pelear conmigo".
Ja, ja, ja -se echó a
reír el corzo.
-Ese era el oso. No quiero
ni oír hablar de él. No te inquietes por tan poca cosaconsoló el corzo al
muchacho. Cuando oyó estas palabras, el joven se limpió las lágrimas y se echó
a reír él también.
Cuando al día siguiente
salió el sol y la luz de la mañana penetró en la cueva, el corzo se levantó y
partió en dirección a la
Majada Grande , encomendándole al muchacho:
-Si ves que pasa
demasiado tiempo y no he vuelto, ten por seguro que me ha vencido el oso. Ponte
entonces en camino y ve hasta la Majada Grande , si me encuentras muerto coge uno
de mis cuernos y lánzalo al aire: allá donde caiga el cuerno habrás de encontrar
gran riqueza.
Partió el corzo hacia la Majada Grande. Al
llegar vio al oso que lo estaba esperando. Se enfrentaron el uno con el otro.
Ambos dieron y recibieron muchos golpes, los dos fueron varias veces derribados
y al final el corzo venció al oso. Pero el combate se prolongó mucho y el
muchacho en la cueva estaba ya muy intranquilo.
¿Qué haré yo si el oso
mata al corzo? ¿Cómo podré vivir solo?, se preguntaba para sus adentros.
Cuando de pronto apareció
el corzo.
-¿Conseguiste vencer al
oso? -le preguntó.
-Lo vencí, y sin mucho
tardar -le respondió el corzo.
No pasaron muchos días y
también el lobo se presentó en la cueva y le preguntó al muchacho:
-¿Dónde está el corzo?
-Ha ido al monte a cazar.
-Dile que vaya mañana a la Majada Grande a
luchar.
-Dime quién eres, para
que pueda decirle yo al corzo quién le reta a pelear.
-Ya sabe él quién soy -le
respondió el lobo y se marchó sin decirle una palabra más.
Otra vez se echó a llorar
el muchacho. Estaba muy preocupado porque pudieran matar al corzo, ¿qué iba a
hacer sin él, cómo viviría?
-¿Qué es lo que te ocurre
para llorar de ese modo? -le preguntó el corzo al llegar a la cueva.
-Cómo no voy a llorar,
¿por qué no me dejan tranquilos tus enemigos? Otra vez ha venido hoy un bicho,
como un perro o como un lobo, qué sé yo lo que era, y también éste me dijo:
"Dile al corzo que vaya mañana a la Majada Gran de a pelear".
Jo, jo, jo. ¡Pero si era
el lobo! ¡Yo que he vencido al oso, no voy a poder con el lobo! Nada, no te
inquietes por esole consolaba el corzo.
Al oír estas palabras, el
muchacho se sintió nuevamente aliviado y se convenció de que no había animal en
este mundo que fuera superior al corzo. Cuando salió el sol, el corzo se
incorporó, se despidió del muchacho y partió hacia la Majada Grande para
medirse en combate con el lobo, no sin antes dejarle al joven la siguiente
recomendación:
-En caso de que me
retrase mucho, debes sacar en conclusión que el lobo me ha vencido. Dirígete a
la Majada Grande
y si me encuen-tras muerto, coge uno de mis cuernos y lánzalo al aire. Cuando
el cuerno caiga al suelo, habrás de encontrar una gran riqueza.
Marchó el corzo al lugar
establecido, encontró al lobo esperándolo y comenzaron a pelear y a
despellejarse el uno al otro. Toma y dale, se enzarzaron dándose mordiscos en
las patas delanteras, pero el corzo era más fuerte, derribó al lobo y lo mató.
Con el crepúsculo llegó el corzo a la cueva.
-¿Venciste al lobo? -le
preguntó el muchacho.
-Lo vencí, lo dejé hecho
pedazos en mitad de la
Majada Grande - le respondió el corzo.
Tras superar estos dos
combates, con el oso y con el lobo, vivían como no hay mejor, bebiendo agua del
manantial del hayedo, comiendo carne de aves y otros animales salvajes y
durmiendo en lecho de paja.
Para desgracia de ellos,
el zorro se levantó cierto día y se dirigió directamente a la cueva del corzo.
Tenía la cola larga como un enorme copo, su voz era aguda como un punzón y
merodeaba en torno a la cueva como un demonio.
-¿Está el corzo en casa?
-le preguntó al muchacho.
-No, no está, ha ido al
monte a cazar.
-¡Dile al corzo que vaya
mañana a la Majada
Grande a pelear!
-Ja, ja, ja... -se echó a
reír el joven.
-¡El corzo ha vencido al
oso y al lobo y no va a poder contigo que no le sirves ni de desayuno!
Reía aún el muchacho
cuando llegó el corzo y le preguntó:
-¿De qué te ríes?
-Ha venido un bicho con
las trazas de un gato: tenía la cola tan larga como dos veces su cuerpo;
flojucho por la facha, presuntuoso y jadeante. Tenía la voz fina como un
punzón. Venía a retarte a duelo y dijo: "¡Dile al corzo que vaya mañana a la Majada Grande a
pelear!" Me dieron tantas ganas de reír que aún no he podido dejar de
hacerlo.
Palideció nada más oírlo
el corzo y su rostro se ensombreció, luego se echó a llorar:
-Ése es el que habrá de
arrancarme la vida. Es pequeño, pero como enemigo es temible. Los grandes
peligros suelen proceder de las cosas pequeñas... -y no podía contener las
lágrimas, que se derramaban a chorros sobre las piedras y los troncos.
Cuando vio el muchacho al
corzo tan desconsolado y en tan gran aprieto, se echó a llorar él también. El
infeliz derramaba lágrimas a torrentes.
Al salir el sol, el corzo
partió en dirección a la
Majada Grande a batirse en duelo con el zorro. Antes de
marchar le encomendó al joven:
-En caso de que no vuelva
antes del anochecer, puedes estar seguro de que el zorro me ha matado; ponte
entonces en camino hacia la
Majada Grande. Si me encuentras muerto, coge uno de mis
cuernos que tenga muchas ramificaciones en forma de palas, lánzalo al aire y
pide todo lo que te diga el corazón, pues, cuando caiga al suelo el cuerno, habrás
de encontrar una gran riqueza.
Esperó el joven durante
todo el día y el corzo no regresaba.
Sin duda lo había matado
el zorro. Partió finalmente el muchacho y según caminaba iba regando de lágrimas
el camino. Al llegar a la
Majada Grande , encontró al corzo tendido, muerto. Cogió un
cuerno ramificado y lo lanzó hacia lo alto. Cuando el cuerno cayó, se formó una
gran multitud de ovejas, cabras y vacas. Grande fue el regocijo del muchacho,
pero se dio cuenta de que no iba a ser capaz de reunirlos todos y llevarlos a
casa. Mientras hacía esfuerzos por conducir él solo el rebaño, se presentó ante
él un lobo, que le dijo:
-¿Me das tu palabra de
que cuando te cases, si te concede el señor un niño, me lo entregarás para que
me lo coma, a cambio de que ahora te ayude?
-Sí, te doy mi palabra-
respondió él creyendo que podría engañar al lobo.
Echaron a andar,
conduciendo el rebaño entre los dos. Cuando entraron en la aldea, el lobo le
dijo:
-Yo ahora me doy la
vuelta y me marcho al monte, pero tú no olvides la promesa que me has hecho.
-Buen viaje y vete
confiado -le dijo el muchacho al lobo, mientras decía para sí mismo:
"Como te vuelva a ver por aquí otra vez te voy a dejar el lomo más suave
que la tripa.
Cuando abrió el portón
del corral y metió dentro las ovejas, las cabras y las vacas, no quedó espacio
para nada. Al asomarse la madrastra y el padre y ver al muchacho llegar con
toda aquella inmensa fortuna, enseguida acudieron a recibirlo, lo abrazaron
cariñosamente y con gran alegría, pues los había sacado de la miseria
convirtiéndolos en grandes hacendados.
El muchacho fue creciendo
y madurando, y por fin se hizo un hombre. Entonces la madrastra le dijo a su
marido:
-¿Cuándo vamos a casar al
muchacho? No tenemos más hijo que él.
-Cuando encontremos una
familia adecuada.
Y en verdad no pasaron
muchos días y al fin le encontraron novia, establecieron el plazo, organizaron
una gran boda y le llevaron la novia a casa. Al año de casarse, el Señor le dio
un hijo. Acababa el niño de cumplir tres semanas cuando apareció el lobo ante
su puerta y llamó al padre:
-¿Recuerdas la promesa
que me hiciste?
-¡El niño aún no ha
crecido! Apenas ha cumplido las tres semanas; no tienes nada que comer en su
cuerpo; tan poca carne se te quedaría entre los dientes. Espera algún tiempo
más a que crezca un poco, te doy mi palabra de que te lo entregaré.
Se fue el lobo y el
muchacho entró en la casa. Su padre y su madrastra le preguntaron:
-¿Quién te llamaba ahí
fuera?
Él les contó con todo
detalle cómo había transcurrido su conversa-ción con el lobo.
-¿Pero qué estás
diciendo? ¡Eso jamás lo consentiremos!le ataja-ron al momento el padre y la
madrastra.
-¿Hemos estado esperando
ese niño con tanta ilusión para entregárselo ahora al lobo? ¡Eso no lo haremos
nunca!
Pasados seis meses acudió
de nuevo el lobo y llamó a la puerta. Al salir el muchacho a la entrada del
jardín, el lobo le dijo:
-¿Mantienes la promesa
que me hiciste? El niño ya está crecido. He venido a llevármelo, ya no puedo
esperar mássus dientes crujían mientras hablaba.
-¡Espera otros seis meses
hasta que el niño cumpla un año, concédeme esa gracia!
-Intentaba aplazarlo
algún tiempo más con la esperanza de conseguir burlar al lobo.
-Si me haces venir por
tercera vez y no me entregas al niño, habré de comerte a ti -le respondió.
Cuando se dio la vuelta y
entró en la casa, el padre y la madrastra le preguntaron:
-¿Quién era el que te
llamaba?
-El lobo. Reclama al niño
para comérselo.
-¡Pero eso es imposible!
¿Cómo vamos a colocar nosotros mismos al niño en los dientes del lobo?
-Si no le entregamos al
niño, ha dicho que me comerá a mí.
-Pues márchate a la
montaña enseguida y escóndete, nosotros no te entregamos al niño.
Cuando se cumplió el año,
el muchacho no tuvo valor para esperar al lobo en su casa y se fue a la
montaña. Le sorprendió la noche en mitad del monte y se cobijó en el tronco
hueco de un roble. En aquel roble habitaba una anciana mujer que era ciega de
los dos ojos. El señor le enviaba cada día un cuenco con sopas de leche y una
cuchara de madera para comerlas. Le ofreció la vieja al muchacho compartir las
sopas y ambos comieron, ella con la cuchara y él con los dedos. Ya tarde,
después de la cena, le preguntó la anciana al joven:
-¿Qué es lo que te ha
traído por aquí? ¿Qué viento te ha empujado? ¿Cuáles son tus pesares?
Cuéntaselo a esta abuela.
Después que el muchacho
le hubiera relatado su desgracia, la anciana le entregó unas agujas y le dijo:
-Toma, coge estas agujas
y cuando estés en aprietos, échalas al mar. Lo que precises, habrás de
conseguirlo.
Tomó el muchacho las
agujas y partió rumbo al otro lado del mar. Cuando llegó a la orilla, lanzó una
aguja y dijo:
-Hazme, señor, un puente
que atraviese el mar y que me lleve al otro lado.
En cuanto cayó la aguja
al fondo del mar, se formó el puente y el muchacho pasó a la otra orilla.
Una vez allí, construyó
una casa y quedó a salvo del lobo, pues sabía que no podía cruzar el mar y
venir a devorarlo. Cayó entonces en la cuenta de que debía encontrar el medio
de ganarse el sustento. Pensó en hacerse cazador, pero necesitaba dos galgos.
¿Qué podía hacer? Cogió las agujas, lanzó una al mar y rogó:
-Señor, concédeme dos
galgos.
En cuanto llegó la aguja
al fondo del mar, la orilla comenzó a temblar y al momento aparecieron dos
galgos: el uno era ligero, rápido como un pájaro, oía y olía cualquier cosa a
enorme distancia; el otro era pesado, muy perezoso, pero también muy fuerte,
tanto que la tierra se estremecía bajo sus patas. Se llevó el muchacho los dos
galgos a casa y todos los días salía con ellos a cazar perdices, conejos y corzos,
y nunca se saciaban de comer su sabrosa carne.
El lobo merodeaba todos
los días por la otra orilla del mar: ansiaba devorar a aquel muchacho, pero no
tenía medio de cruzar las aguas. ¿Qué podía hacer aquel lobo endemoniado para
alcanzar su propósito? Le pidió a su hermana que tomara apariencia humana.
Ella le obedeció, se vistió y se engalanó, se puso afeites y quedó
transformada en una hermosa mujer, entró en el mundo y se acercó a la orilla,
permaneciendo de pie de modo que se la viera desde el otro lado. El muchacho
la vio y al instante quedó prendado de ella. Echó una aguja al mar y se formó
un puente por el que pasó la hermana del lobo. El muchacho la tomó y se casó
con ella.
En cuanto la que había de
ser su esposa pasó a la otra orilla del mar, el muchacho había hecho que
desapareciera el puente, de modo que el lobo no pudiera pasar a aquel lado y
comérselo. La mujer resultó ser muy astuta y no le contó que era la hermana del
lobo, sino que simulaba ser una esposa fiel. El muchacho salía todos los días
a cazar con sus dos galgos, el ligero y el pesado, y traía perdices, conejos,
corzos. La mujer hacía las faenas de la casa.
El lobo le había dicho
tiempo atrás a su hermana:
-Escucha, tienes que
engañar a tu marido para quitarle las agujas. Deberás conseguir que un día se
vaya a cazar al monte sin llevár-selas consigo.
Cierta mañana le dijo
ella al marido:
-Esposo, ¿por qué no
puedes dejar las agujas en casa? No las lleves siempre contigo, puedes
perderlas en el monte y entonces el Señor te abandonará.
Él se dejó engañar y
confió en su mujer. Dejó las agujas en casa y se fue al monte a cazar con sus
galgos. La mujer las cogió y echó una al mar. Se formó entonces un puente y el
lobo pasó a través de él a este lado del mar. Recibió la mujer a su hermano y
lo escondió en el cajón de amasar. Cuando regresaba el muchacho a casa, a cien
pasos de ella el galgo ligero dijo:
-Hum, huele a lobo, huele
a lobo.
-¿No habrá venido por
aquí el lobo? -le preguntó el cazador a su mujer.
-No, esposo mío, qué
lobo, ¿estás soñando o acabas de desper-tar?
-¿Y por qué el galgo
huele a lobo?
-¿Qué estás diciendo de
los galgos, esposo mío? ¿Cómo va a poder hablarte un perro?
Pero el marido desconfió
al ver que el galgo ligero husmeaba sobre el cajón de amasar, entonces le dijo
al galgo pesado:
-Tú duerme sobre el cajón
de amasar.
-¿Pero cómo vas a dejar
que el perro duerma ahí, hombre?
A punto estuvo de
desmayarse la mujer temiendo que atraparan a su hermano.
-A mis perros les permito
que hagan lo que quieran; en ellos confío mi vida -le replicó él a su esposa.
El lobo lo oyó, se
acurrucó en el cajón, y encogido como un higo no osaba siquiera rebullir. El
galgo grande se pasó toda la noche gruñendo. Al lobo no paraban de darle
temblores por miedo a que lo descubrieran. Se decía a sí mismo: "Ojalá
amanezca pronto, pues si esto dura mucho es preferible morirse". Al llegar
la mañana, el marido cogió los galgos y salió a cazar. Sólo entonces salió el
lobo del cajón.
-¿No pudiste salir,
hermano? -le preguntó ella.
-¡Qué salir ni salir! -le
replicó el lobo.
-Pero hermano, ¿por qué
me hablas de ese modo?
-Hermana mía, con tanto
miedo es imposible continuar viviendo. ¿Cómo se te ocurrió hacerme pasar tan
mal rato?
-Tranquilo, hermano. No
te inquietes, que no te volveré a meter en el cajón.
-¿Y dónde demonios me vas
a meter?
-Haré un hoyo bajo la
alfombra donde jamás puedan encontrarte y te esconderé allí.
Dicho y hecho. Entró el
lobo en el hoyo y se cubrió con la alfombra. Al caer la noche volvió el marido
de caza con sus perros. El galgo fino empezó a husmear y siguiendo el olor fue
directamente al lugar donde se había escondido el lobo. Allí se puso a arañar
la alfombra con las patas, como si quisiera decirle a su dueño que allí estaba
el lobo escondido.
-Pues hoy vas a dormir
aquí -le ordenó el amo al galgo grande.
-¡Pero por qué, hombre,
como vas a dejar a los perros que duerman en la alfombra! Nunca se ha visto que
duerman los galgos en la misma habitación que las personas, eres tú el primero
que lo hace.
-No me discutas más,
mujer. Ya te he dicho una vez que sin ellos yo no viviría.
El galgo grande se echó a
dormir en la alfombra, justo encima de donde estaba escondido el lobo y lo tuvo
toda la noche aplastado. Cuando salió el sol por la mañana, el hombre se fue
como de costumbre a cazar acompañado de sus galgos. Al salir el lobo de su
escondrijo estaba casi reventado, pegados tenía la tripa con el lomo debido al
enorme peso del perro. Le preguntó su hermana:
-¿Has conseguido dormir,
hermano, o no pudiste?
-Creí que jamás volvería
a ver la luz del día, hermana desagra-decida. Pero ¿cómo se te ocurre
hacérmelo pasar tan mal? A punto he estado de no volver a salir. Ese maldito
galgo es pesado como una roca. Un poco más y me revienta las tripas.
-Calma hermano, sosiégate
y no te apresures que acabaremos por encontrar el medio. No pararé hasta
conseguir que este marido mío muerda el polvo.
Después de cenar, cuando
estaban ya acostándose, le dijo la mujer a su marido:
-¿No podrías salir mañana
a cazar sin los galgos? Puedes ir tú primero, mirar en qué parte hay más
conejos o corzos y venir después a por los galgos. Déjalos descansar por un
día, también ellos tienen alma, los pobres. Los estás matando con eso de
llevarlos todos los días por ahí. Me dan lástima. Aunque ellos no se quejen
nunca y estén siempre dispuestos, es una pena forzarlos demasiado.
-¡Tienes toda la razón,
mujer! Haré caso de lo que me dices- le respondió el marido sin recelar nada.
Al día siguiente el
cazador dejó los galgos en la casa y salió solo al monte. Enseguida corrió la
mujer a encerrar los perros en el desván, le echó a la puerta siete candados,
cada uno más fuerte que el otro, y dejó suelto a su hermano en el monte. El
lobo fue buscando por la montaña hasta que consiguió encontrar al muchacho. Le
dijo al verlo:
-Llevo mucho tiempo
persiguiéndote. Pero hoy no tienes escapa-toria, ni aunque te subas a un roble.
-Sólo te pido que me
concedas unos momentos, lo bastante para tocar por última vez la flauta.
-Toca la flauta todo lo
que quieras, hoy no tienes salvación, bastante me has hecho correr ya- le
respondió el lobo, seguro de su triunfo.
El muchacho se encaramó
rápidamente a un roble, sacó la flauta y se puso a tocarla tristemente,
mientras el lobo esperaba al pie del roble. Los galgos estaban tristes desde
que aquella mujer los hubiera encerrado y no hacían más que llorar, derramando
lágrimas sin descanso. Pero con tanto sentimiento tocaba la flauta su amo que
al oír su triste música el galgo ligero le dijo al otro:
-Calla un momento, me
parece que esa es la flauta de nuestro amo. Seguramente está en un aprieto y
nos está llamando para que acudamos en su ayuda.
Detuvieron un momento sus
llantos y se pusieron los dos a escuchar. El muchacho no cesaba de tocar la
flauta. Entonces el galgo fino le dijo al más grande:
-Tú pesas mucho y eres
muy fuerte; arremete enseguida contra la puerta y rómpela con la cabeza.
-Espera un momento y
verás como la hago trizas, tenemos que encontrar a nuestro amo sin perder un
momento.
Y embistió contra la
puerta, la hizo pedazos y ya libres echaron los dos a correr hacia el monte. El
galgo ligero era rápido como las moscas, volaba como un pájaro y llegó a la
montaña en un abrir y cerrar de ojos. Recuperó el animo al verlo llegar su amo,
que ya estaba atemorizado creyendo que el lobo lo iba a devorar sin remedio.
Pero en cuanto vio aparecer a sus galgos renació su valor y gritó:
-¡Atrapad al lobo!
Se lanzó el galgo ligero
al cuello del lobo y lo derribó por el suelo. El galgo grande llegaba corriendo
pesadamente, haciendo temblar la tierra bajo sus zarpas, mientras le gritaba a
su compañero:
-Sujétalo, aguanta un
poco más y no lo sueltes, enseguida me encargo yo de darle su merecido.
Y cuando por fin llegó,
se echó encima del lobo, lo hizo pedazos a dentelladas y lo dejó destrozado en
el suelo. Bajó entonces el amo del roble y lleno de regocijo y agradecimiento
abrazó a los perros con todas sus fuerzas. Se fue con ellos luego, cazó cuantos
animales salvajes quiso y juntos regresaron los tres a casa. Al llegar, la
mujer salió a esperarlos a la puerta del jardín.
-¿Por fin has vuelto,
esposo mío? -le dijo.
-Aquí estoy, mujer, vivo
aún, pero a punto ha estado de devorar-me el lobo.
-¿Y lo habéis matado?
-Hecho pedazos como migas
lo han dejado mis perros. De no haber sido por ellos, habría sido el lobo quien
me hubiera despe-dazado a mí como si fuera un sapo.
-Menos mal, menos mal que
te has salvado, esposo míoy aunque se le rompía el corazón de dolor por la
muerte de su hermano, se guardaba bien de mostrarlo.
Cuando, después de la
cena, se echaron a dormir el hombre y los dos perros, la mujer se fue a la
montaña en mitad de la noche, encontró a su hermano despedazado, cogió uno de
sus dientes y al regresar a la casa puso el diente sobre la almohada junto a la
cabeza de su marido. El diente del lobo se introdujo en el oído del hombre y lo
mató. Cuando los galgos despertaron por la mañana, vieron que su amo no se
levantaba. Le lamieron por un lado, le empujaron por el otro, pero continuaba
sin moverse. Empezaron a darse cuenta de que había muerto y se pusieron a
aullar desesperados. Mientras, la mujer no decía una palabra sabiendo que si
los galgos se enteraban de que había sido ella quien había matado a su amo, la
despedazarían allí mismo. Así que permanecía quieta y callada en el diván juntó
al cadáver, limitándose a observar. Estaban los dos galgos llorando y
gimiendo, cuando un pájaro se puso a cantar en el patio una canción que decía
en su lengua:
-Pío, pío, si me rompes
el cuello y le metes una gota de mi sangre en el oído, el muerto se levantará
en un momento.
El galgo ligero lo
entendió enseguida y le dijo a su compañero:
-¡Calla, escucha! ¿Qué es
lo que dice ese pájaro?
El pájaro no paraba de
entonar su canción:
-Pío, pío, si me rompes
el cuello y le metes una gota de mi sangre en el oído, el muerto se levantará
en un momento.
El galgo ligero se
arrastró lentamente, una pata después de la otra, caminando de puntillas sin
hacer el menor ruido, salió al patio, saltó sobre el pájaro y lo atrapó; le
partió el cuello y derramó una gota de su sangre en el oído del amo. Enseguida
revivió el muchacho y al levantarse dijo:
-¡Uf, cuánto he dormido!
-No estabas dormido, que
estabas muerto -le dijeron los galgos.
Vio entonces a su mujer
que se había arreglado y vestido, toda pintada y perfumada como si fuera la
fiesta del bajram. En ese instante se dio cuenta de que todo aquello había sido
obra suya y azuzó a los perros contra ella diciendo:
-¡Cogedla y destrozadla,
hacedla pedazos, es la hermana del lobo! Ella fue la que os encerró bajo nueve
candados en el desván; ella soltó al lobo en el monte para que me devorara;
ella fue a coger el diente del lobo y me lo puso en la almohada para matarme.
¡Despedazadla, desgarrarla como a un sapo, su maldad no tiene límites!
Se le echaron los galgos
encima y la destrozaron como a un sapo; y así fue como ella acabó encontrando
el mismo fin que su hermano el lobo.
Y en adelante el muchacho
vivió cazando con sus dos galgos.
¡Cuentos en la escalera,
oro en la mollera!
110. anonimo (albania)
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