Un hombre
que había formado una familia que todos envidiaban por el afecto que se tenían
y el buen rumbo de sus asuntos, tuvo la desgracia de perder a su mujer; y quedó
viudo con un hijo mayor ya mozo y una hija de doce años. Pronto vio que no
podía atender a sus asuntos y a la vez al cuidado de la casa y de los hijos,
por lo que decidió tomar un ama de llaves, que a su vez era viuda y tenía una
hija, también de doce años.
Pero
sucedió que, al poco tiempo, el padre murió y los dos hermanos quedaron al
cuidado del ama de llaves, junto con la hija de ésta. Como los hermanos no se
hallaban a gusto, el hermano dijo un día a su hermana:
-He pensado
en marchar de aquí a buscar trabajo y, cuando haya hecho fortuna, te mandaré
llamar y vendrás a vivir conmigo, porque aquí poco nos vamos a arreglar con
esta ama de llaves que no nos quiere nada a ti y a mí.
Aunque a la
niña le pareció bien, no pudo por menos de echarse a llorar pensando qué iba a
ser de ella durante todo el tiempo que su hermano estuviese fuera.
Y estando
llorando, se abrió de repente la ventana de su habitación y entró volando una
calandria y, tras la calandria, apareció un hada en la ventana, que le dijo a
la niña:
-No temas
la ausencia de tu hermano. Busca una hermosa jaula para esta calandria y
guárdala ahí contigo, que ella te avisará de todos los peligros y te ayudará en
todas las ocasiones que lo necesites. Así que deja partir a tu hermano y que él
se acuerde siempre de que tú tienes las tres gracias de Dios.
Y la niña,
reconfortada, buscó la jaula más hermosa que pudo encontrar y guardó en ella a
la calandria.
Y al día
siguiente el hermano se puso en camino y la niña le despidió no sin congoja, a
pesar de todo.
Total, que
el muchacho caminó y caminó hasta llegar a la ciudad. En esa ciudad vivía el
rey y al palacio se encaminó decidido a solicitar audiencia y cuando se
encontró con el rey vio que era casi tan joven como él. Muy animado, le pidió
que le procurase un empleo en el palacio y el rey, divertido con el muchacho,
le dijo que haría lo posible por conseguírselo.
Y se lo
contó a su madre, pero ésta le hizo ver que no tenían empleo para el muchacho y
le propuso que le ofreciera un trabajo fuera del palacio como, por ejemplo, el
cuidado de los pavos. Y el muchacho se quedó de pavero.
Como le
había caído bien al rey, éste iba a menudo a donde el muchacho cuidaba los
pavos y se quedaban charlando. Y tanto le caía en gracia el muchacho que volvió
a hablar con su madre, la reina:
-La verdad
es que este muchacho es de lo más simpático y alegre y me gustaría darle un
empleo mejor.
Y la madre
que veía el interés de su hijo y lo mucho que hablaban entre sí, le dijo:
-Muy bien,
le nombraremos tu ayudante de paseo y así te hará compañía siempre que salgas y
podréis hablar de lo que tanto os entretiene a los dos.
Y dicho y
hecho, desde entonces todas las tardes salieron juntos el rey y el muchacho.
En una de
esas tardes, mientras paseaban por los jardines del palacio, el rey preguntó:
-Oye, ¿tú tienes
novia?
Yo no,
señor -contestó el muchacho. ¿Y el señor?
¿Tiene
novia el señor?
-No la
tengo -contestó el rey. Y no pienso tenerla hasta que encuentre a una muchacha
que tenga las tres gracias de Dios.
El muchacho
recordó entonces las palabras del hada y le dijo al rey:
-Pues mi
hermana las tiene.
-¿Cómo es
eso? -dijo el rey. Pues ahora mismo escribiré una carta ordenándole que venga.
Así se
hizo, pero, al llegar a la casa donde vivía la muchacha, el correo del rey
entregó la carta al ama de llaves y, como ésta la abrió y leyó lo que decía,
avisó a su propia hija y le dijo:
-Mañana
partiremos las tres a palacio porque lo manda el rey. Pero cuando lleguemos yo
diré que tú eres la muchacha que el rey ha mandado llamar y te casarás con él.
Mientras tanto, haz todo lo que yo te diga.
Al día
siguiente se pusieron las tres en camino a la ciudad. Al cabo de mucho andar,
el ama se detuvo en un puente sobre un río muy caudaloso y llamó a las otras
dos para que vieran pasar el agua; la muchacha, que no se separaba de la
calandria, dejó la jaula en el suelo para asomarse y cuando estaba mirando,
asomada de medio cuerpo, el ama hizo una seña a su hija y entre las dos tiraron
a la muchacha al río, recogieron la jaula y sus bultos y siguieron camino.
Llegaron
por fin a palacio el ama, la hija y la calandria en su jaula. Salió el rey a
recibirlas, junto con el muchacho, y la hija del ama, avisada por su madre, se
abrazó a él como si fuera su propia hermana y cuando él, extrañado, ya iba a
preguntar por su verdadera hermana, oyó que la calandria le decía por lo bajo:
-¡Tú,
cállate! ¡Tú, cállate! y el muchacho guardó silencio, pero se quedó triste y
pensativo.
El rey dejó
al ama y al muchacho y se fue con la hija a mostrarle sus habitaciones. Y el
muchacho estaba deseando preguntar al ama, pero la calandria le volvió a
advertir:
-¡Tú,
cállate! ¡Tú, cállate!
En esto, el
rey estaba enseñando sus habitaciones a la hija del ama y en una de ellas había
un tocador, y le dijo el rey:
-Y ahora
¿por qué no lloras un poco?
La hija,
extrañada, le contestó:
-¿Por qué
he de llorar, si no tengo ganas?
Entonces le
dijo el rey:
-Pues
lávate las manos, que las traerás sucias del viaje.
La hija se
lavó las manos y no sucedió nada.
El rey,
sorprendido, le dijo a continuación:
-Pues
ahora, péinate.
La hija se
peinó su cabello con un peine del tocador y tampoco sucedió nada.
El rey, al
ver esto, montó en cólera, volvió con la hija al salón donde esperaban el ama y
el muchacho, llamó a sus criados y dijo:
-Las dos
mujeres quedan presas en el palacio hasta que yo decida qué hacer con ellas. Y
en cuanto a este falso y embustero -dijo dirigién-dose al muchacho- le
colgaréis por los pies del mismo árbol bajo el cual me mintió.
Y ya iba el
muchacho a protestar al rey, cuando escuchó a la calandria que le decía por lo
bajo:
-¡Tú,
cállate! ¡Tú, cállate! y se calló otra vez.
Retrocedamos
ahora para saber la suerte de la verdadera hermana. Pues así que cayó al río,
empujada por el ama y su hija, se dejó llevar por la corriente hasta que pudo
cogerse a unos arbustos que crecían en un recodo y, agarrán-dose a ellos, logró
alcanzar la orilla en la que enraizaban.
Un pastor
que andaba por allí cerca la vio toda mojada en la orilla y llena de
magulladuras y le preguntó si se había caído al río y la muchacha le contó la
verdad, que la habían tirado desde el puente. Entonces el pastor sintió lástima
de ella y la llevó a su cabaña para que se secara.
Pero la
mujer del pastor, en cuanto vio llegar a una niña tan hermosa, sintió celos y
se enfadó con su marido de tal modo que la muchacha, por calmarla, dijo:
-Por Dios,
no se ponga usted así, que yo me voy a buscar otra casa donde puedan
auxiliarme.
Pero se
encontraba tan sola y cansada que no pudo reprimir el llanto; y en el momento
en que la muchacha lloró, empezó a llover sin estar nublado, con tanta mayor
fuerza cuanto más arreciaba su llanto, y la pequeña hija de los pastores dijo a
su madre:
-Madre, no
la deje ir, que está lloviendo mucho.
La
muchacha, al oír esto, dejó de llorar y, en el mismo instante, dejó de llover.
Y como todos se habían calmado, le dijo la muchacha a la pastora:
-Con su
permiso, voy a lavarme un poco y a peinarme y después me iré.
Y sucedió
que, mientras se lavaba las manos, en el agua florecían rosas; y cuando se
peinó, cayeron perlas de su cabello.
La pastora,
al ver esto, pensó que se les había aparecido una santa del cielo y le rogó que
se quedara con ellos.
Así que la
muchacha se quedó a vivir en la cabaña con los pastores y cada mañana, cuando
la muchacha se peinaba, la pastora recogía un montoncito de perlas y a poco
llenó un saquito con ellas y dijo a su marido:
-¿Por qué
no vamos a la ciudad, donde yo podría vender estas perlas, que nos permitirían
vivir más holgadamente?
Así lo
hicieron y ganaron tanto dinero que decidieron trasladarse a la ciudad y
alquilaron una hermosa casa que estaba justo delante del palacio real.
A la
muchacha le gustaba salir al balcón principal a bordar. Un día observó a un
criado que sacaba a uno de los balcones de palacio la jaula con su calandria y
se llevó una gran alegría y le dijo:
-Buenos
días, calandria preciosa, que tanto te he echado de menos.
-Buenos
días, señorita -repuso la calandria.
-¿Acaso
sabes del paradero de mi pobre hermano? -preguntó la muchacha.
-De un
árbol del palacio está colgado -contestó la calandria.
-¡Ay de mí
y de mi hermano desdichado! -se afligió la muchacha, y se echó a llorar con
todo sentimiento y de inmediato comenzó a llover y apareció un criado que
retiró a la calandria del balcón apresuradamente.
Esto
sucedió un día y otro hasta que el criado, sospechando algo extraño, quedó
espiando tras la celosía, después de sacar a la calandria al balcón, y cuando
vio lo que sucedía y que empezaba a llover, metió la jaula y fue a contarle al
rey lo que había visto. Entonces el rey quedó pensativo un rato y al final
mandó llamar al criado y le encargó que fuera a la casa de la muchacha y le
dijera que el rey la invitaba a comer.
Conque
llegó la muchacha al palacio y se sentaron a la mesa, el rey, su madre la reina
y la muchacha.
A mitad del
almuerzo, el rey ordenó que trajeran a la calandria y le preguntó a la
muchacha:
-¿Qué
conversación es la que tienes con esta calandria cuando la sacan al balcón?
Y la
muchacha le contó lo que hablaban y luego, entristecida, empezó a llorar y de
inmedia-to comenzó a llover.
El rey
mandó que descolgaran al muchacho del árbol y que lo trajeran a su presencia. Y
nada más entrar en el comedor, los hermanos se reconocieron y se abrazaron con
enorme alegría. Entonces el rey ordenó a un criado:
-Trae aquí
un lavamanos y una toalla.
Cuando
llegó el encargo, se lo ofreció a la muchacha, que se lavó las manos y en el
agua florecieron rosas.
El rey
apenas podía disimular su alegría, pero, de todas formas, se levantó de la mesa
y rogó a la muchacha que le acompañara a una habitación donde había un tocador;
y cuando estuvieron allí, el rey le dijo:
-Ahora toma
un peine y péinate.
La muchacha
así lo hizo y empezaron a caer perlas de su cabello.
Entonces el
rey ya no pudo disimular por más tiempo su alegría y volvió al salón donde le
aguardaban la reina madre y el muchacho y, dirigiéndose a su madre, le dijo:
-Madre,
ésta es mi esposa, que tiene las tres gracias de Dios.
A los pocos
días se casaron y el hermano se quedó a vivir en el palacio como infante real.
Además, los pastores entraron al servicio de los reyes y se alojaron en una
bella casita que se encontraba dentro de los jardines del palacio. Y en cuanto
al ama de llaves y a su hija, las desterró fuera de los límites de su reino y
nunca más se volvió a saber de ellas.
003. anonimo (españa)
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