Había una vez un rey que
no tenía más que un hijo. Cuando éste llegó a la edad de casarse, el padre lo
llamó y le dijo:
-Hijo mío, debes
encontrar por ti mismo una esposa. Coge el cañón, dispáralo y allí donde caiga
la bala, en ese mismo lugar habrás de hallarla.
Cogió el joven el cañón,
lo disparó: ¡Bam!... y la bala fue a caer en la orilla del mar, junto a la raíz
de un roble seco. Disparó una segunda vez y la bala volvió a caer donde lo
había hecho la anterior. Disparó una tercera y de nuevo fue a caer en ese mismo
lugar.
-Vaya -se dijo, tendré
que ir a ver lo que hay allí.
Llegó junto al roble seco
y encontró junto a él una enorme tortuga.
-¿Y esta tortuga -se
dijo, de qué puede servirme a mí?
Se la llevó consigo y la
dejó en la ventana de su estancia.
Al regresar por la noche
halló la habitación limpia y reluciente, con cada una de las cosas en el lugar
que le correspondía.
-¿Cómo es esto posible?
¿Quién habrá hecho todo este trabajo? Yo tenía la habitación desordenada y
llena de suciedad.
Mas no era capaz de
imaginar quién la había limpiado.
Al día siguiente volvió a
encontrar la habitación limpia, las ropas arregladas y la mesa puesta con los
mejores manjares. Su asombro fue aún mayor y comenzó a inquietarse.
-Vaya. Tendré que
quedarme aquí para averiguar quién me hace todo esto.
Cerró bien la puerta y se
apostó para mirar por el ojo de la cerradura. Al cabo de algún tiempo vió como
salía de la tortuga una mujer de tal hermosura como jamás podría encontrar
otra. Seguida-mente ella se aplicó a limpiar y asear la estancia. El joven era
incapaz de continuar esperando, de modo que abrió la puerta y penetró en la
habitación. La mujer, al verlo, intentó volver a escon-derse en la tortuga,
pero el muchacho se le adelantó, golpeó con un palo el caparazón y lo hizo
pedazos.
-No debías haber hecho
eso -le dijo ella entonces, pues ahí se encontraba tu fortuna.
-¿Qué necesidad tenemos
de ella? -le respondió él.
-Está bien -le atajó
entonces ella.
-Escrito está que estaba
destinada a ti.
Y se casó con él.
No transcurrió mucho
tiempo y el rey, prendado de la hermosura de aquella mujer, pensó en tomarla
para sí. ¿Cómo podría ingeniárselas para deshacerse de su hijo?... Resolvió
hacerlo llamar un día y le dijo:
-Tu futuro está
sentenciado si no me encuentras tres varas de tela que basten para vestir a
todo mi ejército, de modo que además sobre otro tanto. En caso de que no lo
consigas perderás la cabeza.
La indignación hacía
sentir al joven deseos de suicidarse. "¿Cómo va a ser posible, se decía
desesperado, vestir con tres varas de paño al ejército entero y que encima
sobre otro tanto?"
Al verlo la sirena así de
apesadumbrado, le preguntó:
-¿Qué tienes, esposo mío,
para estar tan afligido?
-¿Qué voy a tener? -le replicó
el muchacho.
-Estoy perdido.
-Y le refirió lo que le
había ordenado su padre.
-Es bien sencillo -le
respondió ella.
-Ve a la orilla del mar
y, en el mismo lugar donde me encontraste a mí, golpea tres veces la tierra y
pronuncia estas palabras: Despierta madre, despierta hermana, Mayor aprieto que
el mío no haya.
Sentirás una voz que te
responderá, pídele lo que necesites y ella te lo dará.
Se dirigió el joven al
borde del mar y allí golpeó tres veces la tierra gritando:
Despierta madre, despierta
hermana,
Mayor aprieto que el mío
no haya.
Y sucedió que se oyó una
voz que le decía:
-¿Qué te ocurre, el
predestinado a nuestra sirena?
-Estoy en un grave
aprieto -respondió el muchacho, por tres varas de paño que me basten para
vestir a todo nuestro ejército, de modo que además sobre otro tanto.
Zap, zap, zap... Salieron
a la orilla tres varas de tela. Las tomó el joven, acudió ante el rey y le
dijo:
-Aquí tienes, padre, la
tela.
-¡Tan pronto! -se extrañó
su padre.
Alzó el paño el muchacho,
lo cortó en dos mitades y una de ellas volvió a recuperar su tamaño primero; lo
cortó por segunda vez y de nuevo se tornó del mismo tamaño. Tantas veces lo
cortaba, otras tantas se duplicaba. De este modo tuvo bastante para vestir a
todo el ejército y le sobraron las mismas tres varas del comienzo.
-¿Ha sido bastante? -le
preguntó el rey.
-Sí, padre, ha sido
bastante y ha sobrado para vestirte también a ti.
Días después le dijo el
rey a su hijo:
-Tráeme cuanto antes tres
panes que sacien a todo mi ejército, de forma que al final sobre otro tanto; en
caso contrario perderás la cabeza.
-¡Pobre de mí, infeliz!
-fue a decirle el muchacho a su mujer.
-Ahora sí que estoy
perdido. ¿Dónde voy a encontrar yo tres panes que basten para todo el ejército
y aún sobre otro tanto?
-Nada más fácil -le
respondió la sirena.
-Ve a la orilla. del mar,
y allí donde me encontraste a mí, golpea tres veces la tierra y grita:
Despierta madre,
despierta hermana,
Mayor aprieto que el mío
no haya.
Pide lo que desees y te
será concedido.
Marchó el muchacho a la
orilla del mar y obró tal como le había indicado la sirena; al poco oyó la
misma voz que le preguntaba qué deseaba. Él respondió:
-Necesito tres panes que
basten para saciar a todo el ejército del rey y que aún sobre otro tanto:
En un instante
aparecieron tres panes en la orilla.
Acudió seguidamente ante
el rey y le llevó los panes. Comenzó a repartir entre todos y el pan se
multiplicaba entre sus manos; dio de comer a todo el ejército y le sobraron
diez cestos.
Le preguntó finalmente el
rey:
-¿Ha bastado el pan?
-Sí, padre, ha bastado, y
ha sobrado para que comas tú un par de bocados.
Palideció el rey, pues de
nuevo se había frustrado su intento de atrapar a su hijo en falta.
Otro día llamó al
muchacho y le dijo:
-Ponte en marcha de
inmediato y tráeme a un hombre con tres palmos de talla y siete palmos de
barba, de lo contrario perderás la cabeza.
Acudió el joven junto a
su esposa y le dijo:
-Ahora, querida esposa,
no tengo salvación. Me ha pedido el rey que le traiga a un hombre con tres
palmos de talla y siete palmos de barba. Yo no tengo la menor idea, infeliz de
mí, de dónde puedo encontrarlo, pues no lo he visto nunca ni nunca he oído
hablar de él.
-Es cosa fácil -le
respondió su mujer.
-Se trata precisamente
de mi hermano. Ve a la orilla del mar, allí donde me recogiste a mí, y grita:
Despierta hermano,
despierta hermano,
Acudo a ti pues para
verte el rey te ha llamado.
Marchó nuevamente el
joven esposo a la orilla del mar y desde allí gritó las palabras que ella le
había indicado:
Poco después oyó una voz
que le decía:
-¿Qué es lo que deseas?
-Quiero -respondió el
joven, encontrar a un hombre que tiene tres palmos de talla y siete palmos de
barba.
Enseguida se le apareció
en la orilla un hombre cuya sola visión producía horror.
-¿Qué es lo que deseas de
mí?
-Querido hermano- le
respondió el muchacho,- nunca hubiera querido hacerlo, pero he debido venir
para decirte que el rey desea verte.
Partieron juntos y se
presentaron ante el rey.
-Aquí tienes, padre -le
dijo el muchacho al rey, al hombre que me pediste.
El rey, que jamás había
visto un individuo semejante, ni sabía siquiera de su existencia en parte
alguna, se echó a temblar de miedo.
-¿Qué es lo que quieres
de mí? -le preguntó en tono indignado tres-palmos-de-talla-siete-palmos-de-barba.
-¿Por qué le has enviado
a buscarme?
-Por nada -le respondió
el rey, sólo para verte.
-Ya sé yo lo qué querías-
le dijo tres-palmos-de-tallasiete-palmos-de-barba. -Pretendías deshacerte de
este muchacho y quedarte a mi hermana como mujer. ¡Pero eso no sucederá jamás!
Alzó el brazo y asestó
tan fuerte puñetazo al rey en las narices, que lanzó su cabeza al fondo de la
estancia; a continuación se volvió hacia el muchacho y le dijo:
-Sube al trono en el
lugar del rey y reina en compañía de tu esposa.
110. anonimo (albania)
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