Érase una
vez un rey y una reina que no conseguían tener descendencia. Esto los tenía muy
preocupados y una vez la reina, en un ataque de ira porque Dios no les daba un
hijo, le pidió a Dios que le diera un hijo aunque fuera un lagarto. Y Dios,
para castigarla, le dio un hijo lagarto.
Cuando el
hijo lagarto nació, le buscaron un ama de cría, pero sucedió que en pocos días
el lagarto le había comido los pechos, de manera que buscaron una segunda y con
ésta ocurrió lo mismo que con la
primera. La noticia se extendió por el reino y nadie quería
criar al hijo lagarto.
Había una
muchacha que se llamaba María y que vivía con sus dos hermanas mayores y esta
muchacha se ofreció a amamantar al hijo lagarto. E hizo que le construyeran dos
pechos de hierro y que se los llenaran de leche por la espalda. Y de esta
manera crió al lagarto.
Cuando el
lagarto se hizo mayor, le dijo a su madre la reina que se quería casar. La
reina decidió consultar con María para buscarle novia y resultó que la hermana
mayor de María dijo que se casaría con él. La reina quedó tan contenta, y al
día siguiente se casaron. A la noche de ese día, el lagarto le dijo a la
hermana mayor que se acostara primero y lo esperase hasta las doce, que no se
durmiera sino que estuviese bien despierta para que le sacara del encantamiento.
La novia se acostó y esperó y esperó, pero al rato se aburrió y se quedó
dormida y así la encontró el lagarto. Y cuando se echó sobre ella, la mató.
No mucho
tiempo después, el lagarto volvió a hablar con su madre y le dijo que se
quería volver a casar. La reina preguntó entonces a la hermana segunda de
María si aceptaba casarse con su hijo lagarto y ella le dijo que sí. De modo
que se casaron y, al ir a acostarse esa noche, el lagarto le explicó lo mismo
que a su hermana mayor: le dijo que no se durmiera y que le esperase hasta las
doce de la noche, pero la hermana, que no debía de haber dormido en una cama
tan buena en su vida, así que se echó en ella se quedó dormida. Y cuando el
lagarto vino a buscarla la encontró dormida. Y cuando se echó sobre ella, la
mató.
Pasó otro
poco de tiempo y el lagarto quiso casarse por tercera vez. Lo que pasa es que
se sabía en todo el reino lo sucedido a las dos hermanas y nadie quería casarse
con el lagarto. Entonces el lagarto le dijo a la reina que con quien quería
casarse era con María, la que le había criado. La reina se fue a ver a María
para decirle lo que quería su hijo, pero ella dijo que ni hablar, que no se
casaba con él. La reina insistió e insistió y le dijo que su hijo estaba encantado
y que sólo podía desencantarlo la mujer que se casara con él; y le dijo
también la reina que ella la ayudaría en la noche de bodas; en fin, que con
unas y otras razones consiguió que María aceptara casarse con su hijo.
Se
casaron y al llegar la noche el lagarto le dijo a María que fuera a acostarse
ella primero, le esperase despierta hasta las doce, en que llegaría él, y tuviera
buen cuidado de no dormirse. María fue y se acostó y en la cama se frotó los
ojos con unas guindillas que le había dado la reina y los ojos le picaban que
no se podía dormir. Y en esto dieron las doce, apareció el lagarto y la encontró
despierta.
Entonces
se quitó la piel de lagarto y apareció en su lugar un apuesto príncipe, que se
acostó con su mujer. Dejó la piel de lagarto en una silla y le advirtió a
María que ni siquiera la tocara, porque si la tocaba no lograría desencantarse.
A la
mañana siguiente, el príncipe se vistió la piel de lagarto y salió de la
habitación convertido en lagarto. La reina, que vio esto y vio que la novia estaba
viva, se fue a ella en seguida para preguntarle cómo era el lagarto de noche y
María se lo contó todo. Entonces la reina le dijo que quería ver a su hijo sin
la piel de lagarto y que dejara esa noche la puerta de la alcoba entreabierta
para que ella pudiese verlo.
A la
noche siguiente ocurrió como en la anterior. La novia había dejado la puerta
entre-abierta para la reina.
La reina vino y se acercó al lecho donde dormían y pudo ver a
su hijo como hombre. Entonces reparó en que de la silla colgaba la piel de
lagarto, y la cogió y la quemó.
Cuando se
levantó al otro día, el príncipe vio que no estaba su camisa de lagarto y le
dijo a María que el encantamiento era ahora más fuerte que antes y que tenía
que irse al castillo de Irás y No Volverás; que ella, para romper el
encanta-miento, tendría que ir a buscarle hasta allá y que no lo podría
encontrar hasta que hubiera gastado un par de zapatos de hierro. Y lo mismo del
niño del que estaba embarazada.
Unos
meses después de irse él, María dio a luz un niño. Esperó a que se hiciera lo
suficiente-mente grande como para caminar mucho y cuando esto sucedió, compró
un par de zapatos de hierro para ella y otro para su hijo, y se fueron por esos
mundos a buscar el castillo de Irás y No Volverás.
Anduvieron
y anduvieron y los zapatos se iban gastando poco a poco y, por fin, después de
muchísimo tiempo, comprobaron que ya se estaban gastando del todo. Entonces
vieron a los lejos un castillo y decidieron acercarse a él, a ver qué era.
Cuando se acercaban al castillo, les salió al paso una viejecilla que le regaló
a María tres nueces y le dijo que las partiera si se viese en alguna necesidad.
Llegaron al castillo y llamaron a la puerta. Y salió un águila imponente, que les
preguntó qué deseaban.
‑Buscamos
el castillo de Irás y No Volverás y quizá usted pueda indicarnos el camino.
Y le
contestó el águila:
‑Éste es
el castillo de las águilas. Esperad aquí a que vuelva el águila real, que es la
que vuela más alto y más lejos, y quizá ella pueda deciros dónde está lo que
buscáis.
Esperaron
mucho tiempo, y aprovecharon para descansar un poco. Por fin llegó el águila
real, y les dijo:
‑¡Ah, el
castillo de Irás y No Volverás! ¡Precisamente vengo de allí, pues se ha
celebrado la boda de un príncipe encantado en el castillo! Subid en mis alas y
os llevaré.
Y tal
como dijo, los puso en la puerta del castillo.
María vio
que los zapatos se les habían gastado del todo y supo que aquel era el castillo
de Irás y No Volverás. Entonces partió una de las nueces que le había dado la
viejecilla y de ella salió una rueca tan preciosa como no se había visto igual.
Una criada de la novia la vio y fue corriendo a decírselo a su señora.
‑¡Ay,
señora, si viera usted una rueca que tiene una pobre ahí en la puerta!
Fue la
novia a ver la rueca acompañada de la criada y al verla exclamó:
‑¡Qué
maravilla es esta rueca! ¿Cuánto quiere usted por ella, señora?
Y María
contestó:
‑No
quiero nada, señora. Sólo que me deje usted dormir esta noche con su novio.
Y
contestó la novia:
‑¡Qué
cosas dice usted, señora! ¿Cómo voy a dejarla dormir con mi marido, que hoy me
he casado con él?
Pero la
criada le dijo a su ama en voz baja:
‑Ande,
déjela, que no hay rueca más preciosa que ésa. Al príncipe le daremos unas
adormideras y así no pasa nada.
Consintió
la novia y llevaron al novio a la cama, pero antes le habían dado unas
adormide-ras mezcladas con la
cena. El príncipe se durmió nada más acostarse. Y fue María
con su niño y se acostó con el príncipe; y le decía:
‑Mira que
yo soy María, tu mujer, a la que tanto quieres y que tanto te quiere, y te
traigo a tu hijo también.
Se lo
repitió una y otra vez, pero el príncipe estaba tan dormido que no se enteró de
nada. Y a la mañana siguiente, María y su hijo se fueron.
Al día
siguiente, María se puso otra vez a la puerta del castillo, partió la segunda
nuez y de ella salió un huso, que era pareja de la rueca y tan precioso como
ella. Y la criada de la novia, que merodeaba por allí, vio el huso, se fue
corriendo a buscar a su ama y le dijo:
‑¡Ay, si
viera el huso que trae esta vez esa pobre!
Fue la
novia y dijo:
‑Pero
¡qué huso tan maravilloso! ¿Cuánto quiere usted por él?
Y María
contestó:
‑No
quiero dinero, señora. Se lo doy a usted si me deja dormir con su novio esta
noche.
Y la
novia protestó:
‑¡Eso no
puede ser! ¡Todas las noches quiere dormir usted con mi marido! Pues ¿cuándo
voy a dormir yo con él?
Y la
criada volvió a decirle en voz baja:
‑Ande,
déjela, que haremos como la otra vez. Le damos las adormideras al príncipe y no
pasa nada, y usted se queda con el huso.
Volvió a
consentir la novia y se acostaron otra vez el príncipe y María. Y María empezó
a decirle:
‑Mira que
yo soy María, tu mujer, a la que tanto quieres y que tanto te quiere, y te
traigo a tu hijo también.
El
príncipe estaba dormido por las adormide-ras que le habían dado y no se enteró
de nada. Y a la mañana siguiente se fue María con su hijo.
Volvió a
ponerse a la puerta del castillo y partió la tercera nuez que la viejecilla le
había dado. De ella salió un soberbio ovillo de hilo de oro purísimo. Lo vio la
criada y corrió de nuevo a casa de su ama a decirle:
‑¡Ay, si
viera esta vez el ovillo de oro que tiene la pobre!
Acudió la
novia y nada más verlo exclamó:
‑¡Qué
maravilla de ovillo tiene usted! ¿Cuánto quiere por él?
‑Señora,
no quiero dinero ‑respondió María. Sólo que me deje dormir con su marido esta
noche y se lo queda usted.
Y la
novia dijo:
‑No pida
imposibles, señora, que usted ha dormido ya dos noches con mi marido, y yo
todavía ninguna.
Y le dijo
la criada:
‑Vea
usted que en esas dos noches no ha pasado nada. Déjela una noche más y se queda
con el ovillo.
Consintió
la novia por última vez y María se fue a dormir con el príncipe.
Pero la
noche anterior, un criado estuvo escuchando lo que decía María cuando estaba
acostada junto al príncipe y se lo había contado. Así que el príncipe, esta
noche, hizo como que se tomaba su cena con las adormideras, pero las iba
echando a un lado sin que nadie se diera cuenta. Y llegaron a la alcoba a
acostarse y María, en la misma puerta, por que no se le durmiese, le dijo:
‑Mira que
yo soy María, tu mujer, a la que tanto quieres y que tanto te quiere, y te
traigo a tu hijo también.
El
príncipe, que estaba bien despierto, oyó sus palabras y la reconoció y la
abrazó y luego abrazó a su hijo, al que no conocía, y vio sus zapatos de hierro
completamente gastados y les dijo que ahora sí estaba desencantado para siempre
y que a la mañana siguiente volvían a su hogar.
A la
mañana, se levantaron los tres juntos y el príncipe reunió a la gente del
castillo y les dijo:
-Si
ustedes tuvieran una llave y se les perdiera y no la pudieran hallar e
hicieran otra llave, y después de un tiempo encontraran la llave perdida ¿con
cuál de ellas se quedarían, con la primera o con la segunda?
Todos los
presentes, oído esto, estuvieron en seguida de acuerdo y dijeron:
‑Con la
primera.
Y él les
dijo entonces:
‑Pues he
ahí lo que me ha ocurrido. Yo me casé con esta mujer que aquí veis y que se
llama María y con ella tengo un hijo que aquí veis también. Pero, por arte del
encantamiento que yo tenía, la perdí y no supe más de ella y no vi nacer a mi
hijo. Ahora me he casado con otra, pero ha venido la primera y con ella me
tengo que ir.
Luego se
volvió al padre de la novia y le dijo:
‑Aquí
tiene usted a su hija tal como me la entregó, que no la he tocado.
Y, sin
más, volvió con María y con su hijo al palacio de sus padres.
003. anonimo (españa)
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