Eranse una vez un hermano
y una hermana que vivían solos en su casa. Poseían una kulla de siete plantas construida con vigas de hierro, abundante
ganado y tantas riquezas como el mar.
Un día le dijo el hermano
a la hermana:
-Hermana, quédate en
casa, yo me marcho a cazar.
Cogió todas sus armas y
echó a andar en dirección a las cumbres. Busca que busca, acabó encontrándose
con el divi. Era éste un ser
sorprendente y poderoso, con un solo ojo en la frente, pero hermoso de aspecto.
Trabaron feroz combate
cuerpo a cuerpo y durante dos horas estuvieron peleando, para acabar dejando el
lugar de la refriega como un campo labrado. Por fin el joven venció al divi, lo
condujo a su casa y lo encerró en el piso más alto, sin permitir que nadie
acudiera a verlo.
Pasado algún tiempo
volvió a antojársele salir de caza.
-Hermana -le dijo, me voy
de caza. Puedes entrar en todas las habitaciones, pero guárdate de hacerlo en
las del piso más alto.
Cargó sus armas, montó a
lomos del caballo blanco y se dirigió hacia las cumbres.
"¿Por qué me habrá
dicho, pensaba la hermana cuando el joven se hubo marchado, que no entre en el
piso más alto? ¿Qué es lo que esconderá allí?" Acto seguido subió al
último piso, abrió con su llave las habitaciones y encontró al divi cargado de
cadenas. "¡Vaya, se dijo, qué hombre más apuesto es! Es justo lo que yo
necesito". Se le acercó, cambió dos palabras con él y llegaron al acuerdo
de tomarse mutuamente.
-¿Pero cómo vamos a
ingeniárnoslas -le preguntó ella- para librarnos de mi hermano?
-Fácilmente -le respondió
él.
-Simula estar enferma y
pídele que te traiga la leche de la madre de Musha, que es un hombre muy fuerte
y seguro que conseguirá vencerlo.
Tal como le había dicho
el divi actuó ella. Cuando su hermano
volvió de cazar, la encontró tendida en el suelo, ante lo cual se puso a llorar
y a llamarla, creyendo que está agonizando.
-Estoy muy enferma, me
temo que no tenga salvación -le dijo ella con voz apagada.
-¡Maldita sea! ¡Cómo me
va a dejar ahora el Señor sin mi herma-na! -gemía el muchacho entre sollozos.
-¿No conoces alguna
hierba que pueda curarte? Por ti, estoy dispuesto a ir al fin del mundo en su
busca.
-Si no consigue curarme
la leche de la madre de Musha -le respondió ella, no sé qué otra cosa podrá
hacerlo.
-Yo te traeré la leche de
la madre de Musha, no te preocupes más.
Cargó sus armas, montó a
caballo y se dirigió directamente a la kulla de Musha, que era un hombre de
gran fortaleza y que no tenía rival en aquellos contornos. Cuando vió al
muchacho acercarse a la kulla le dijo a grandes voces:
-¡Ooo! ¿Quién eres tú que
te atreves a penetrar en mis dominios?
-He venido -le respondió
el muchacho, en busca de la leche de la madre de Musha para usarla como
remedio.
-¡Pero cómo tienes
siquiera la osadía de intentarlo -dijo el otro entonces, si no lo han
conseguido los hombres más fuertes! ¡Ahora verás quién es Musha!
Se abalanzó sobre el
muchacho, se aferraron salvajemente el uno al otro y ora caía éste ora aquél,
hasta que el muchacho logró derribar por fin a su oponente y sacó la espada
para cortarle la cabeza.
-No me mates -le rogó
Musha; te entregaré la leche y seremos amigos para siempre.
Accedió el muchacho y le
perdonó la vida. Seguidamente Musha le entregó la leche junto con una manzana y
le dijo:
-Coge esta manzana.
Cuando te encuentres en un gran aprieto, basta con que la huelas y yo acudiré
en tu ayuda al instante.
Cogió el joven la leche y
la manzana y regresó a su kulla. Se sorprendió su hermana al verlo, tras lo
cual corrió de nuevo a ver al divi y le dijo:
-¿Qué vamos a hacer con
este hombre? Ha conseguido traerme la leche de la madre de Musha.
-No te preocupes -le
respondió el divi.
-Finge estar enferma una
vez más y pídele que te traiga la leche de la madre de Bokshi, pues éste es aún
más fuerte y no podrá con él.
Fingió nuevamente
enfermar la muchacha y no encontrar curación. El hermano se desvivía por ella
y pasaba el día entero buscando y llevándole toda clase de hierbas, pero
ninguna le hacía el menor efecto.
-¿Sabes hermana -acabó
preguntándole, si existe algún remedio que pueda sanarte?
-Si la leche de la madre
de Bokshi no consigue curarmele dijo, -dudo que pueda lograrlo ninguna otra
cosa.
-Yo te la traeré cueste
lo que cueste -respondió el hermano. Y acto seguido cogió sus armas, montó en
su caballo y marchó en derechura a la kulla de Bokshi. Era éste un hombre tan
vigoroso que era capaz de cortar tres cabezas de un solo tajo.
Cuando vio al muchacho
acercarse a su kulla, le increpó gritando:
-¿Quién eres tú que
penetras en mis dominios sin enviarme antes recado?
-No tengo necesidad de
enviarte recado -le replicó el muchacho.
-No existe nada ni nadie
pueda detenerme en mi camino; dame inmediatamente la leche de la madre de
Bokshi, pues la necesito como remedio.
-¿Pero cómo te atreves
siquiera? -le respondió el otro.
-Dragones han intentado
apoderarse de ella sin conseguirlo.
Se abalanzó sobre él, se
enzarzaron cuerpo a cuerpo y lucharon a brazo partido durante dos horas,
derribándose alternativamente el uno al otro; al caer el crepúsculo, el
muchacho consiguió dejar tendido a Bokshi, tras lo cual sacó la espada para
matarlo.
-No me mates, concédeme
esa gracia -le rogó Bokshi; te entre-garé la leche y seremos amigos para
siempre.
-Está bien -accedió el
muchacho; no te mataré.
-Toma, hermano querido,
este pañuelo. Cuando estés en un gran aprieto, tócate la frente con él y yo no
tardaré ni un instante en acudir en tu ayuda.
Cogió el muchacho la
leche y el pañuelo y regresó junto a su hermana.
Volvió entonces ella a
entrar en la habitación del divi.
-¿Qué vamos a hacer para
deshacernos de mi hermano? Ha conseguido traerme también la leche de la madre
de Bokshi y no le ha sucedido nada.
-¡Fácil!- le respondió el
divi.
-Vuelve a fingir una vez
más que estás enferma y pídele la leche de la madre de Tokshi; no logrará salir
vivo de entre sus manos.
Volvió a simular ella
caer enferma y le dijo a su hermano:
-Si quieres verme
restablecida, no existe otra solución que me traigas la leche de la madre de
Tokshi.
-Sea cual sea el precio
-le respondió el hermano, habré de traértela también.
Cogió una vez más sus
armas, montó en su caballo y se dirigió a la kulla de Tokshi. Éste era tan
fuerte que había despedazado a tres divi y no había quien le hiciera frente.
Cuando vio al muchacho acercarse a su kulla, le gritó:
-¿Adónde te diriges,
muchacho, sin haberme enviado antes diez cabras y diez pellejos de vino como
presente?
-Con nadie tengo yo
obligaciones -le replicó el muchacho, de modo que entrégame enseguida la leche
de la madre de Tokshi.
-Pero cómo te atreves
siquiera a decirlo, pobre diablo sin fortuna, -le respondió colérico Tokshi;
cuando han venido los divi a por ella y no lo han logrado, ¿vas a conseguirlo
tú?
Se lanzó sobre él y
combatieron esforzadamente a lo largo de tres horas, hasta que el muchacho
derribó a Tokshi a sus pies y sacó la espada para degollarlo.
-No me mates, buen
muchacho -le pidió Tokshi; te daré la leche y te haré amigo de mi corazón.
Tampoco a éste le dio
muerte el muchacho. Se levantó Tokshi, le entregó la leche junto con una flauta
y le dijo:
-Cuando te encuentres en
un gran apuro, sopla esta flauta, pues en cuanto lo hagas yo acudiré al
instante en tu ayuda.
Regresó el muchacho a su
kulla y su hermana se restableció.
Ella se moría de impaciencia
por hacer suyo al divi, de modo que
acudió nuevamente a verlo y le preguntó:
-¿Qué vamos a hacer para
deshacernos de mi hermano? También ha conseguido traerme la leche de Tokshi.
-Pídele -le dijo el divi,
que parta una viga de la kulla, pues así le dará el mal y de este modo podremos
matarlo.
Acudió ella a ver a su
hermano y le preguntó:
-¿Quién construyó la casa
con vigas de hierro?
-Fui yo quien las puso
-le respondió él.
-¿Y serías capaz de
romper una viga de ésas?
-Podría partirla -le dijo
él, pero después estaría durante tres días con el mal y no podría sostenerme en
pie.
-Me perderás sin remedio
-le amenazó ella, si no partes una viga por mí.
-Pero hermana -le replicó
el muchacho, ¿cómo quieres obligarme a romper la viga si sabes que luego se
apoderará de mí el mal? Pero sea, aunque tenga que partir la viga, yo no podría
continuar viviendo si no te tengo a ti.
Se agarró a la viga con
las dos manos y tiró, tiró y tiró, hasta que luego de grandes esfuerzos acabó
partiéndola en dos como una nuez. En ese mismo instante cayó enfermo y le
abandonaron todas sus fuerzas y durante tres días no volvió en sí.
Al ver ella a su hermano
en tal estado de debilidad, corrió a liberar al divi y entre los dos ataron al muchacho de pies y manos.
-¿Lo matamos -preguntó el
divi, o esperamos a que despierte?
-Vamos a esperar -le
respondió ella, pues tengo unas palabras que decirle.
Esperaron los tres días
comiendo y bebiendo y haciendo su gusto y al cabo de ese tiempo volvió el joven
en sí, vio a su hermana junto al divi y le dijo:
-¡Qué es lo que has
hecho, hermana mía, así te revienten los ojos! ¿Acaso no te he querido
bastante? ¿Cuántas veces he puesto a riesgo mi vida por ti?
-Lo tienes bien merecido
-le respondió ella, pues me has obligado a permanecer siempre a tu lado y no
has querido buscarme un hombre.
-Dejáos ya de palabras
-les interrumpió el divi; voy a cortarle la cabeza con la espada.
-Que os aproveche mi
sangre y mi vida -les dijo el muchacho.
-Sólo os ruego que me
escuchéis un momento. Tengo tres herma-nos queridos, los cuales me han dejado
tres prendas que llevo siempre conmigo. Antes de morir, acercadme esa manzana
para que la huela, limpiadme la frente con ese pañuelo y dejadme que toque un
instante esa flauta.
-Está bien -acabó por
aceptar el divi, te concederemos esa última gracia.
Le acercó la manzana y la
olió; le enjugaron la frente con el pañuelo y le dejaron soplar un poco la
flauta.
No había transcurrido un
instante y aparecieron los tres hombres a los que él había derrotado; nada más
verlos, a la hermana y al divi se les fue el color.
-Desatadme, amigos -gritó
el muchacho.
Lo desataron, se
saludaron, les contó él la traición de su hermana y volviéndose hacia ella y el
divi les dijo:
-¿Qué preferís: que os
queme envueltos en resina o que os descoyunte con nueve caballos sementales?
-Es mejor que nos mates
con los caballos sementales.
Los ató seguidamente a
los nueve caballos, azuzó a éstos en nueve direcciones diferentes y los hizo
pedazos. Luego se despidió de sus amigos, les dejó en herencia la casa y el ganado
y partió rumbo a tierras lejanas.
Tras mucho caminar, llegó
a la orilla del mar. Allí encontró a la hija del rey, toda ella vestida de
oro, que estaba llorando.
-¿Qué te sucede,
muchacha, para llorar de ese modo? -le preguntó.
-Tengo sobrados motivos
para estar triste -le replicó ella, pues estoy esperando a que aparezca la
kuçedra y me devore. Todos los días se come a una muchacha y hoy me ha tocado
el turno a mí. De modo que será mejor que te alejes, no vaya a ser que acabes sufriendo
también tú la misma suerte.
-De ningún modo -le
respondió él.
-Yo no tengo adónde ir.
Pero si me das tu palabra de que no has de tomar a otro hombre que a mí, o
consigo salvarte, o he de morir también yo en el intento.
Le dio la muchacha
entonces su palabra y él se sentó a descansar junto a ella y, como estaba muy
cansado, al poco rato se quedó dormido. La muchacha velaba su sueño y al ver
que la kuçedra se acercaba, no quiso despertar al muchacho, sino que comenzó a
llorar desconsoladamente, de modo que sus lágrimas fueron a caer sobre el
rostro del durmiente.
-Dios mío, ¿qué es lo que
está mojando mi cara? -se dijo el muchacho estremecido y al abrir los ojos vio
que la hija del rey estaba de nuevo llorando.
-¿Por qué lloras? -le
dijo.
-¿Qué ocurre?
-Se está acercando la
kuçedra, pero yo no quería despertarte de tu sueño.
Se incorporó de un salto
el joven, desenvainó la espada y, diciéndose: "Protégeme Dios mío",
echó a correr hacia la orilla del mar.
-Acércate, kuçedra,
acércate -la llamaba gritando, hoy tienes a dos en lugar de uno.
Se acercó furiosa la
kuçedra y abrió sus enormes fauces. Pero el muchacho la esperaba a pie firme
enarbolando la espada y de un mandoble le cortó una de las quijadas. A continuación
le arrancó las nueve puntas que tenía su enorme lengua y las envolvió en un
pañuelo.
-Ahora -dijo dirigiéndose
a la hija del rey, estáis salvadas tú y todas tus compañeras. ¡Partamos!
Subió al caballo, montó
en la grupa a la muchacha y, cabalgando lleno de contento, se puso a cantar. Al
pasar ante dos grandes robles, le dijo ella:
-Guárdate de cantar
ahora, pues en estos parajes se esconde el hombre feroz. A lo peor nos
descubre, nos ataca, te mata a ti y a mí me secuestra.
Pero el muchacho no
prestó atención a estas palabras y continuó cantando. Lo oyó el hombre feroz,
le tendió una emboscada, se arrojó sobre él y lo derribó del caballo. Poco
antes de entregar su alma, el muchacho escondió las nueve puntas de lengua bajo
una piedra. La muchacha se echó a llorar, pero el hombre feroz la amenazó
diciendo:
-Si vuelves a abrir la
boca perderás la cabeza. Has de decirle al rey todo lo que yo te ordene.
Había hecho saber el rey
que al que matara a la kuçedra y cortara las nueve puntas de su lengua, habría
de entregarle a su hija por esposa.
Buscó el hombre feroz las
nueve puntas de lengua y al no encontrarlas regresó a la orilla del mar, cortó
nueve tiras de la lengua de la kuçedra muerta y fue a vanagloriarse ante el
rey, diciendo que él había salvado a su hija y había matado al monstruo.
-¿Y dónde tienes -le
preguntó el rey, las nueve puntas de la lengua?
-Las nueve punta -le
respondió el hombre feroz, se hundieron en el mar, pero le arranqué nueve
tiras. La muchacha no pudo decir otra cosa y de este modo le fue prometida al
hombre feroz, fijándose allí mismo el plazo para los esponsales.
El muchacho permaneció
tres semanas muerto, pero su caballo no lo abandonó un momento, protegiéndolo
de los cuervos, las urracas y los perros. Al cabo de las tres semanas, se
pudrió la manzana que llevaba entre sus pertrechos y su olor llegó hasta Musha
que acudió a todo correr junto al muerto. Se apenó al verlo, cogió el pañuelo y
le limpió la cara, y acto seguido apareció Bokshi, soplaron la flauta y llegó
también Tokshi.
Una vez juntos los tres,
Mucha le habló de este modo al muerto:
-Pobre infeliz,
infortunado, si hubiera quien te recompusiera las carnes, yo me encargaría de
repararte los huesos.
-Pobre infeliz,
infortunado -dijo Bokshi, si hubiera quien te devolviera el aliento y el vigor
a tus miembros, yo mismo me encargaría de recomponer tus carnes.
-Pobre infeliz,
infortunado -dijo finalmente Tokshi, si hubiera quien recompusiera tus carnes y
tus huesos, yo me ocuparía de devolverte el aliento.
-Amigos -dijo entonces
Musha, ¿ponemos manos a la obra, pues no tenemos necesidad de más?
-De acuerdo -respondieron
sus compañeros.
Musha reparó sus huesos,
Bokshi sus carnes y Tokshi le devolvió el aliento y el vigor a sus miembros.
En cuanto Tokshi le
insufló aliento, el muchacho, hasta entonces muerto, se incorporó y con el
dorso de la mano comenzó a restregarse los ojos y a mirar sorprendido en
torno.
-¡Oh! -exclamó.
-Amigos, me he puesto en
vergüenza ante vosotros quedándome dormido, pero escuchad el sueño que he
tenido: Vi que llegaba a la orilla del mar. Allí encontraba a la hija del rey
llorando, pues le tocaba el turno de ser devorada por la kujedra. Maté al
monstruo, corté las nueve puntas de su lengua, puse a la muchacha en la grupa
de mi caballo y partí hacia los serrallos del rey. Al pasar junto a dos grandes
robles, me tendió una emboscada el hombre feroz, me alcanzó y me dio muerte.
Antes de expirar, conseguí esconder las nueve puntas de lengua bajo una
piedra.
-Pobre amigo -se
compadecieron sus tres camaradas, no has tenido un sueño, todo lo que has
contado te ha sucedido realmente. Hemos tenido que acudir nosotros, hemos
reparado tus carnes y tus huesos y te hemos devuelto el aliento. Busquemos
ahora bajo qué piedra has escondido las nueve puntas de lengua.
Buscaron por los
contornos hasta encontrarlas.
Se incorporó el muchacho,
se despidió de sus tres amigos, montó a caballo y fue derecho a la residencia
del rey. Al llegar, vio al hombre feroz a punto de entrar en el palacio. Sin
encomendarse a más, desenvainó la espada y le cercenó la cabeza. En cuanto lo
supo la muchacha, corrió a ver al rey y le dijo:
-Padre, éste es el que
mató a la kuçedra y me salvó la vida, no el hombre feroz. Aquí están las nueve
puntas de la lengua que le cortó.
Al verlo el rey abrazó al
muchacho y le dijo:
-Tú habrás de ser para
siempre mi amigo y te convertirás en rey de este país cuando yo ya no esté.
Y le entregó a su hija
por esposa y los desposorios se prolongaron durante tres semanas.
110. anonimo (albania)
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