Eranse una vez un viejo y
una vieja que tenían tres hijos. Cada uno de ellos aprendió un oficio: el mayor
era labrador y trabajaba la tierra, el segundo era pastor y cuidaba las
ovejas, y el más pequeño era cazador.
Un día el anciano padre
llamó a sus tres hijos y les habló de este modo:
-Habéis crecido y os
habéis hecho hombres, yo ya soy viejo y pronto acabarán mis días; recordad lo
que ahora os diré como legado y no habréis de arrepentiros. Cada cual tiene su
propia Ora [2],
a nadie ha dejado el Señor sin ella; cuando os halléis en un gran apuro invocad
a vuestra Ora y ella acudirá sin
dudarlo a ayudaros.
Los muchachos tomaron
bien en cuenta las palabras de su padre.
Un buen día, el más
pequeño les dijo a sus padres:
-Nada mejor podría desear
que vuestra compañía, sin embargo quiero partir en busca de fortuna, tal vez el
Señor tenga a bien acompañarme.
Se puso en camino y al
poco se encontró ante a un manantial, al pie de un aliso. Allí encontró a una
anciana lavando sus andrajos.
-Bien hallada seas.
-Bienvenido.
-Dime, buena mujer ¿Sabes
adónde conducen estos tres caminos?
-Sí -respondió ella.
-El camino que discurre
hacia abajo, ¿lo ves?, es la senda de la riqueza y quien la sigue encuentra fortuna;
el camino que marcha cuesta arriba es el del esfuerzo y quien lo sigue a duras
penas regresa vivo a casa de los suyos; y el que se remonta a pico es el camino
de lo ignoto, quien se adentra en él se labra por su pie la propia perdición.
-Tomaré entonces la senda
de lo ignoto -dijo y partió.
Anda que te andarás, la
noche lo sorprendió en mitad del monte, en lo alto de un espolón donde no podía
retroceder ni continuar adelante.
¿Y ahora?, se dijo. ¿A
quién puedo encomendarme? Creyó ver llegada su última hora en aquel estrecho
trance, pero le vino a las mientes el consejo de su padre: "Cuando os
halléis en gran apuro, invocad a la
Ora ". Probó
entonces a llamarla y la Ora acudió, lo tomó
del brazo y lo condujo de nuevo al camino.
-Es la Ora
como los rayos del sol, que ilumina el camino y torna la noche en día, y cuando
ella habla...
-¿Y tú- le preguntó ella
al muchacho, -qué pretendías hacer? ¿Acaso no sabes que has nacido con buena
estrella y no para malograrte tan joven? ¿Ves aquella kulla [3]?
Allí habita la Bella
de la Tierra ,
nosotras la hemos reservado para entregártela como esposa. Ve y tómala por la
fuerza de tu brazo, pues la guardan veintiún verdugos que no la dejan ver ni la
luz del sol.
Partió entonces el
muchacho en dirección a la kulla y la
encontró cercada de esqueletos decapitados que le infundieron un gran temor,
pero como contaba con la protección de la Ora ,
llamó a la puerta y se dispuso a entrar. Mas se abrió en ese instante una
ventana en el quinto piso y por ella asomó el rostro una joven blanca como la
nieve, con una estrella resplandeciente en la frente.
-¡Aléjate, apuesto
muchacho! -le dijo. ¿No ves cuántos han perecido ya al pie de esta kulla ? Aquí no logran entrar ni los
pájaros del monte, ¡cómo vas a hacerlo tú, hijo de hombre!
-A mí nadie puede hacerme
daño -respondió el joven, pues ha sido la Ora
quien me ha enviado.
Y con estas palabras
derribó la puerta y entró. Una vez dentro se encontró ante siete guardias que
dormían lanzando fuertes ronquidos. Le arrebató a uno de ellos el yatagán y
hundiéndoselo por turno en el hueco del corazón les arrancó a todos la vida.
Subió a la segunda planta y también allí encontró a otros siete centinelas que
dormían, y les cortó a todos la cabeza. Continuó subiendo hasta la tercera y
armándose de valor se dispuso a degollar a los restantes siete guardianes, pero
sólo consiguió matar a tres, pues se le melló el filo de la espada.
Despertaron los otros cuatro, empuñaron sus espadas y se abalanzaron sobre él
con intención de despedazarlo. Al verse en tal aprieto, el joven llamó en su
ayuda a la Ora , Guardiana de la casa, gritando:
"¡Socórreme, Guardiana de la casa, corre en mi ayuda Ora mía!" Apareció rauda la Guardiana bajo la
apariencia de una enorme serpiente y puso acto seguido una venda en los ojos
de los verdugos, que de este modo no conseguían ver al muchacho. A
continuación la Ora
afiló su espada y con ella el joven degolló a los cuatro que quedaban.
Corrió presuroso el
muchacho a la planta cuarta y encontró al llegar a la Ora
de la casa, que le esperaba en una hermosa estancia amueblada con sillones,
mesas y pieles de cabra.
-Este es el lugar- dijo la Ora ,
-donde me reúno con mis compañeras y juntas distribuimos los destinos de los
hombres. ¿Ves esos papeles? A cada uno hemos dictado en ellos la fortuna y la
desdicha que habrá de tener en la vida.
-Pero no veo a las demás,
¿dónde están? -le preguntó el joven.
-Cada una atiende sus
tareas- le respondió; -unas acompañan a los hombres a la guerra, otras se
encuentran en los manantiales y en las cumbres, algunas cuidando las cabras
salvajes, otras en fin junto a las cunas de los niños.
-Todo lo que me dices
-dijo el joven- es tal como me lo contaba mi padre cuando yo era niño.
Sonó entonces una
campanilla. Era la Bella
de la Tierra
que llamaba a la Ora , pues las mujeres
no pueden dirigirle la palabra a la
Ora. Se incorporó
ésta y, en compañía del joven caminante, ascendió a la quinta planta de la
torre donde encontró a la Bella
y le dijo que aquél era el muchacho que le había sido reservado en su destino.
Se casaron los dos y a
partir de aquel mismo día quedó liberada la Bella de la Tierra.
En un ala de la torre, en
el piso más alto, había una sala cerrada bajo tres candados.
-Escucha -le dijo la Bella a su esposo.
-No abras jamás esa
puerta, pues si lo hicieras se abatiría sobre nosotros una gran desgracia.
Estas palabras quedaron
clavadas en la mente del muchacho, mas por muchos esfuerzos que hacía no
lograba renunciar a la idea de ver lo que se escondía tras aquella puerta. Por
fin se decidió a abrirla y, nada más dejar franco el umbral de la estancia,
salió de ella un ser semejante a un velo blanco que desapareció como el humo.
Era la Fortuna
de la Bella ,
que fue y se instaló flotando en el serrallo del rey. Al verla éste, conoció al
instante de quien se trataba y le preguntó a quién pertenecía, mas no logró
obtener una sola palabra de sus labios. Prometió entonces grandes riquezas a
aquel que lo descubriera.
Corrió la voz de un
rincón a otro del reino, hasta llegar a oídos de la vieja con quien el muchacho
se había encontrado junto al manantial. Ésta no era sino una bruja y enseguida
se puso en camino, llegó ante el rey y le dijo:
-¿Qué me darás si yo
encuentro a la dueña de la
Fortuna ?
Y el rey le prometió
mucho dinero y gran cantidad de ricos vestidos.
Volvió la vieja a su casa
y nada más llegar puso en el umbral de la puerta un madero, sacó un cuerno de
cabra lleno de monedas antiguas, mechones de cabello, hilos trenzados y llenos
de nudos de pelo de cabra negra, agujas y huesos de bastardo. Penetró en el
interior de su morada y del fondo del hogar extrajo un puñado de tierra con
toda suerte de hierbas. Se embadurnó con la masa resultante, volviéndose de
este modo diminuta, tras lo cual se puso en camino hacia la kulla de la Bella de la Tierra. Una vez allí,
esperó a que oscureciera y, allá por la medianoche, penetró a través del ojo de
la cerradura en la sala donde yacían el joven y la Bella y, con una aguja que
desprendía llamas amarillas, atravesó el corazón del muchacho, del que
brotaron tres gotas de sangre, dejándolo de este modo a las puertas de la muerte.
Maniató después la bruja con hilo negro a la Bella y le tapó la boca con ascuas, la tomó del
cuello y la llevó arrastrando al serrallo del rey. Éste la encerró en una alta
torre y durante nueve años no volvió ella a pronunciar una sola palabra.
Habían transcurrido tres
años desde que el hijo menor del anciano padre saliera de casa; sus dos
hermanos mayores sintieron nostalgia de él y partieron en su busca. Anda que
te andarás, el camino les condujo al manantial donde se había detenido a
descansar su hermano menor. Allí se encontraron con la misma vieja lavando sus
harapos.
-Bien hallada seas,
anciana mujer.
-Bien venidos vosotros.
-¿Sabes acaso del
paradero -le preguntó uno de ellos, de un hermano nuestro que hace tres años
dejó su casa y del que no hemos tenido desde entonces ni carta ni noticia
alguna?
-Algo me parece recordar -respondió ella, acerca de lo que preguntáis. Pasó por aquí un apuesto joven,
bien vestido y calzado, y yo le advertí que no siguiera la senda de lo ignoto,
mas no quiso escucharme y se adentró en ella. De modo que regresad a vuestra
casa y no sigáis adelante -dijo la vieja tratando de ocultar el paradero del
muchacho perdido. Mas los hermanos no se lo pensaron dos veces y echaron a
andar por la senda de lo ignoto, sorpren-diéndoles la noche en la montaña. Al
encontrarse perdidos se encomendaron a la Ora ,
como les había enseñado su padre. Al punto apareció ésta, les entregó una
antorcha y se la encendió.
-¿Qué es lo que buscáis
aquí? -les interrogó.
-Hemos salido en busca de
nuestro hermano, que está perdido desde hace tres años- respondieron los
caminantes.
-Vuestro hermano se
encuentra a las puertas de la muerte. Le ha atravesado el corazón la vieja que
encontrasteis en las fuentes. Pero hicisteis bien en llamarme, pues yo tengo el
remedio que lo curará. Tomad -les dijo, esta sangre de dragón, mezcladla en un
vaso con agua y dádsela a beber.
-Pero ¿y él?, ¿dónde se
encuentra? -preguntaron.
-Hallaréis a vuestro
hermano en una kulla blanca al final
de este camino. ¡Entrad sin miedo! -les dijo, señalándoles la senda con la
mano.
Se pusieron en marcha los
hermanos, aferrando con fuerza entre sus manos la sangre de dragón.
-El dragón posee una
sangre poderosa- dijo uno.
-Porque él mismo es
poderoso- respondió el otro, se enfrenta incluso a la kuçedra cuando entre huracanes y tormentas pretende destruir
alguna aldea; y si llega el caso de que lo maten y lo entierren, su sangre no
la disuelve la lluvia, sino que se torna sólida y sirve de remedio para las
personas y también para los animales.
Llegaron en éstas a la kulla y llamaron a grandes voces, pero
nadie respondió. Echaron entonces la puerta abajo y subieron hasta la quinta
planta, donde hallaron a su hermano yacente, a punto de exhalar su último
aliento. Tomaron un pedazo de la sangre de dragón, lo pulverizaron, lo disolvieron
en agua, con lo que ésta se tornó roja como la sangre humana, y se la dieron a
beber al moribundo. Apenas éste probó el brebaje, preguntó por su esposa
abriendo los ojos.
-Pero ¿a qué mujer
reclamas? -le dijeron sus hermanos, nosotros te hemos encontrado abandonado y
solo a las puertas de la muerte.
El menor de los hermanos
receló que los otros dos hubieran tomado para sí a la Bella de la Tierra y tanto les ofendió
con sus palabras que a punto estuvieron los tres de enzarzarse en una violenta
pelea.
-No tenemos otra deuda
contigo -le interrumpieron- que colocar la losa de tu sepultura. Y el mayor de
los tres cogió una lápida y se la colocó sobre su hombro diciendo:
-Entérate, querido
hermano. ¡Que lleve para siempre este peso a cuestas, y que en el párpado del
ojo haya de sostenerlo en la otra vida y jamás reciba ni pago ni respuesta, si
en lo que te digo existiera engaño alguno!
Tampoco entonces quiso el
pequeño confiar en sus dos hermanos, de modo que ellos regresaron a casa
defraudados, maldiciéndole y repudiándole.
Al quedar nuevamente solo
el pequeño, no podía permanecer un instante quieto, pues no deseaba otra cosa
que encontrar a su mujer. Durante seis años la buscó sin poderla hallar. Justo
al cumplirse los nueve años del infausto suceso, sus andanzas le llevaron
cerca de la torre del rey y de lejos divisó la estrella de la Bella , que se había asomado
a la ventana con la esperanza de ser vista. Esperó el esposo a que la guardia
se retirara, se acercó al recaudo de los matorrales del lugar y la llamó. Al
verle ella exclamó con gran alegría:
-¡Dadme un espejo para
que me vea, pues ha llegado por fin el día de reunirme con mi esposo!
Durante nueve años había
permanecido sin pronunciar una sola palabra y el rey había puesto centinela con
orden de vigilarla y escuchar cuanto pudiera decir. Al oírla el guardián,
corrió a contár-selo al rey: esto y aquello ha dicho la Bella.
Dio el rey al momento la
orden de que le llevaran el espejo y, mientras todos se asombraban con la
buena nueva y deseaban acudir a verla, la Bella salió a las puertas exteriores del
castillo, tomó dos monturas ensilladas, llamó a su esposo y los dos escaparon
galopando veloces como el rayo y tras ellos la Fortuna.
Al saberlo el rey, mandó
en su persecución a su gente, mas no consiguieron hallarlos pues entretanto
había anochecido y se había desatado una fuerte ventisca.
-Busquemos algún cobijo -dijo él, no podemos pasar la noche al raso.
Camina que camina,
entraron en una casa. Se acercó el esposo, llamó a la puerta y al poco apareció
en el umbral una vieja. Era la misma bruja que le había atravesado el corazón,
pero él no la reconoció.
-Entra, entra -le invitó
la vieja.
-¡Caliéntate un poco!
Entró y, al no ver trazas
de gente, llamó a su mujer.
La vieja encendió un buen
fuego, pero mientras lo hacía urdía también una pérfida trampa para sus
huéspedes. Frotó unos huesos de bastardo por la derecha del esposo, infundiéndole
así un profundo sueño, tras lo cual corrió a llamar a sus siete hijos, que
esperaban en otra estancia. Éstos hicieron prisionera a la Bella y pusiéronse a comer y
a beber, y a celebrar por todo lo alto la súbita llegada a su caserío de
aquella novia inesperada.
Mas la Bella no se acobardó, sino
que se puso a reír y a bromear con ellos hasta conseguir que se emborracharan.
Cuando estuvo segura de que habían perdido el sentido, cogió un cuchillo y,
uno por uno, se lo hundió a todos en el pecho. Al mayor de ellos le despojó de
sus ropas y sus armas, tomándolas para sí, y salió al exterior. Corrió hacia
los caballos y le pareció ver a un hombre, en el que creyó reconocer a su
esposo, y le dijo:
-¡Monta en tu caballo y
vámonos, a punto hemos estado de perdernos!
Mas aquél no era su
marido, sino que era un ogro, y el ogro no hablaba la lengua de la Bella , de modo que, cada vez
que ella le preguntaba algo, él respondía: bu-bu-bu. La Bella de la Tierra se apercibió del
engaño y temiendo que le hiciera algún mal, acuchilló a su caballo, haciendo
saltar al jinete a seis pasos por encima de las orejas de su montura, tras lo
cual ella se alejó.
Fue a parar la Bella de la Tierra a un lejano país que
había quedado sin señor. Al saberlo ella, se cortó los cabellos, se vistió de
hombre y se mezcló con las gentes del lugar y a todos atrajo así por su planta
como por su prudencia y dieron en elegirla como su rey.
Dio inicio a su gobierno la Bella y mandó hacer un retrato
de sí misma, haciéndolo colocar en el lugar donde se cruzaban los caminos, con
orden de vigilarlo y hacer prender a cuantos pronun-ciaran alguna palabra ante
él.
No transcurrieron dos
semanas y acertó el ogro a pasar ante el retrato, se detuvo a mirarlo y
reconoció el rostro.
-Esta -dijo, es la que me
mandó montar a caballo y después me hizo dar de bruces en tierra, dejándome
allí tendido.
La centinela que le oyó,
le cargó de cadenas y le condujo al calabozo.
Pocos días más tarde pasó
por allí el esposo de la
Bella. Se detuvo a mirar el retrato y también él la
reconoció:
-¡Oh! -exclamó.
-Cuántas cosas me enseñó
y cuanto gocé junto a ella, ¡pero cuántos peligros atravesé también!
Aparecieron los guardias,
le pusieron cadenas y le condujeron igualmente al calabozo.
Algún tiempo más tarde,
acertó a pasar asimismo la vieja bruja, que de igual modo se detuvo a
contemplar el retrato, reconociendo a su modelo.
-¡Desdichada de mi!
¡Desdichada! -exclamó.
-¡Yo quise causarle mal y
fue ella quien. me lo hizo, dejándome sin mis siete hijos!
Apresaron también a la
vieja y la encerraron. Informaron a la
Bella de la
Tierra que habían caído tres personas y ella ordenó que
fueran conducidas de una en una a su presencia.
Le llevaron al ogro.
-¿Qué quisiste decir -le
interrogó, con esas palabras: Esta me mandó montar a caballo y después me hizo
dar de bruces en tierra, dejándome allí tendido?
-No lo dije por ti,
majestad -dijo él, sino por una mujer que me hizo todo eso.
-Lleváoslo y azotadlo -dijo a sus servidores.
-Pero no le peguéis
demasiado fuerte. Dejadle marchar después. Le llevaron a la vieja.
-¿Qué quisiste decir -la
interrogó la Bella-
con estas palabras?: Desdichada de mí, desdichada. Yo quise causarle mal y fue
ella quien me lo hizo...
-No me refería a ti,
majestad, sino a una muchacha que apuñaló a mis siete hijos.
-Fuiste tú misma -le
respondió, quien les buscó la perdición con tus malas acciones, devorando el
corazón de los niños, porque tú eres una bruja.
-Yo no soy bruja,
majestad -negó la vieja, a no ser que lo haya sido sin saberlo.
-Aunque fuera bruja,
majestad, ahora ya no puedo comer corazones, pues me ha tomado tres veces la
palabra un teneci.
(Las brujas, en sus
andanzas, no pueden atravesar ni ríos ni arroyos, ni clase alguna de corriente
de agua, si no es a lomos de un teneci,
que es una especie de hombrecillo peludo. Más si resulta que éste es rebelde,
despoja a la bruja de sus ropas de lana, la deja en camisa y la arroja de
cabeza en un cardizal. Al anochecer se acerca sin miedo al cardizal y le
pregunta: ¿Volverás a comer corazones humanos o qué es lo que comerás? La
bruja, atrapada, promete que no comerá jamás corazones humanos, sino únicamente
pan y queso; el teneci entonces le
llena la boca con pan y con queso, y repite la operación por tres veces y la
bruja sufre un gran tormento...)
-Elige -sentenció
entonces la Bella
de la Tierra ,
entre estas dos cosas: o dos caballos sementales o dos dagas de doble hoja.
La vieja, pensando que
con los dos caballos podría hacer fortuna, eligió los dos caballos. Y así fue
mientras vivió.
Al anochecer llevaron
ante ella a su esposo que la reconoció y le dijo:
-Mucho he sufrido por ti
y mucho me he arrepentido por no haberte escuchado entonces; ahora puedes hacer
conmigo lo que quieras.
Alzóse entonces la Bella de la Tierra y se abrazó al
cuello de su esposo, despojándose de sus vestiduras de varón. Y a partir de
aquel día él gobernó como rey y ella como reina gobernó.
110. anonimo (albania)
[1] La Bella de la Tierra
(E Bukura e Dheut), figura mitológica
albanesa, representada como una mujer de gran belleza. Algunas de las
carac-terísticas de su comportamiento recuerdan a la hechicera Circe: como
ella está vinculada al reino del subsuelo, habita en un palacio guardado por
una kuFedra o por un perro de tres cabezas.
[2] Ora, personaje mitológico representado como una mujer o una serpiente,
que habitaba en las montañas, los bosques, en los arroyos o junto a las
personas. De carácter bienhechor, protegía a los hombres, las casas, etc.
Semejante en su comportamiento a las Ninfas.
[3] Kulla, vivienda fortificada en forma de torre con estrechas aberturas, característica
de las montañas del norte de Albania.
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