Había una vez una dama
muy respetable pero que se sentía profundamente desgraciada por no haber
podido tener descendencia.
Pasaba los días sin dejar
un momento de suspirar y de gemir, lamentándose con estas palabras:
-¡Todas las mujeres
tienen hijos menos yo! Cualquier criatura engendra sus retoños: incluso los
árboles dan frutos, ¡tan solo yo vivo en vano!
Intentando consolarla, su
marido le decía:
-Esposa mía, debes tener
resignación y considerar que quien tiene hijos, tiene también penas.
Mas todo era como si le
hablase a una piedra, pues por un oído le entraban y por el otro le salían sus
palabras.
Un día, la pobre mujer le
rogó a su Dios, implorándole con todo el ardor de su corazón:
-¡Has de darme un hijo, aunque
haya de ser una serpiente!
¡Nunca pronunciara estas
palabras!... pues a los nueve meses dio a luz una verdadera serpiente.
Imposible referir la
amargura de la desventurada madre al ver a su extraña criatura. Mas ¿qué le iba
a hacer? Así lo había querido ella misma. Y he aquí que, a los pocos días, su
propio esposo murió de desesperación.
La serpiente crecía de
día en día y no hacía más que comer y beber, enroscándose sobre sí misma en un
escabel.
Un día, cuando ya era de
gran tamaño, le dijo a su madre:
-Madre, quiero casarme.
-¡Hijo mío!... ¿Y cómo
vas a conseguirlo? Tal cual eres, ¿quién te querrá por esposo?
-Te digo que quiero
casarme y he de lograrlo sea como sea. Debes saber además que mi novia ha de
ser una muchacha hermosa.
A partir de entonces no
cesaba de repetir día y noche:
-¡Quiero casarme, quiero
casarme!
-¡Adónde puedo acudir, me
tomarán por loca! ¿Quieres que me echen a bastonazos?
Un día, por fin, no
pudiendo soportarlo más, la madre se dirigió a casa de una mujer pobre, aunque
muy honesta, que tenía tres bellas hijas.
-¿Cómo está usted?
-¡Oh!... ¡Señora! Usted
en mi casa... ¿A qué debo el honor de esta visita?
-Vengo a que tratemos un
asunto entre las dos.
-¿Cómo no me envió recado
de modo que yo fuera a su casa?
-No, no. Era a mí a quien
correspondía venir...
La mujer dirigió un gesto
a sus hijas y las tres salieron de la estancia una tras otra.
-Usted dirá... ¿en qué
puedo servirla?
-Si no tienes nada que
oponer, quiero tomar a tu hija mayor por nuera...
-Ay, no me pida eso.
Claro, como somos tan pobres, fíjate para que nos quieren...
-Escúchame bien y sabrás
de qué se trata: Es verdad que mi hijo es una serpiente, pero es muy dócil, no
se enfada, ni muerde... Añado a esto que todos mis bienes serán un día de tu
hija, que se convertirá de este modo en una gran señora. Tampoco a ti te
faltarán nunca más ni el pan ni la sal en tu casa.
-Señora, me deja
desconcertada y ahora mismo no sé qué responderle... Déjeme que hable con mi
hija y después veremos si conseguimos ponernos de acuerdo.
-Se lo agradezco
infinitamente. Quede usted con bien.
Cuando la dama se hubo
ido, la mujer llamó a su hija y le puso al corriente de la proposición.
Finalmente, la joven dio su parecer.
-¡Oh, madre mía, qué
horror! Ya sé que somos pobres, pero tener que casarme con una serpiente...
-Escucha, corazón mío; es
verdad que es una serpiente, no voy a negarlo, ¡pero es muy cariñoso, no
muerde, ni es ruin! Además, de este modo te convertirás en una gran señora y
tus hermanas y yo tendremos el pan asegurado.
-¿Cómo puedes hablar de
ese modo, madre?... Pero si es así como lo quieres, ¡sea!
Cuando la dama supo que
la muchacha había aceptado, le envió las mejores galas que poseía para que con
ellas se ataviara y, al atardecer, acudió a buscarla y se la llevó a su hijo.
Al verla éste se
estremeció en su escabel. La novia, cuando le pareció bien, se acostó y se
durmió.
De madrugada, antes de
que comenzara a despuntar el día, la joven despertó y vio a la serpiente que se
le acercaba:
-¿Sabrías decirme qué
hora es?
-Es la hora en que mi
padre acostumbraba a coger su azada y marchaba a la labor.
-¡Ah!... ¡Vete por donde
viniste, no quiero volverte a ver!
Ella salió y se encontró
con su suegra.
-Tu hijo me ha echado -le
dijo.
-¡Infeliz, no sabe lo que
pierde!... Mas tú, hija mía, no te aflijas, pues nadie lo sabrá. La desgracia
será suya, ya que no tendrá a nadie junto a él el día de su muerte.
Le dio a la muchacha gran
número de joyas de oro y la envió de regreso a su casa.
Algún tiempo después, la
serpiente volvió a insistir en que deseaba a toda costa casarse y su madre hubo
de volver a casa de la pobre mujer.
-Mi cruz desea casarse.
Si no te parece mal, yo he pensado en tu segunda hija.
-Señora, ¿qué vamos a
hacer si llegara a saberse?
-¿Y si así fuera? Mas...
¿quién se enteró de nada la primera vez?
Al salir ella, la mujer
le dijo a la mediana:
-La señora quiere casarte
con su hijo.
-¡Madre!, ¿pero qué haré
cuando esté junto a él?
-No te inquietes. ¡Qué
más da si te rechaza! ¡Antes vivíamos en la más negra miseria y hoy nadamos en
la abundancia gracias a él!
-¿Cómo puedes hablar así
madre?... Pero sea, si tú así lo quieres:
Una vez la condujeron
ante la sierpe, ésta la miró y, sin decir palabra, se agitó en su escabel.
A las dos de la madrugada
se acercó a la novia y le preguntó:
-¿Puedes decirme qué hora
es?
-Debe de ser la hora en
que mi padre cogía su hacha y marchaba a por leña.
-¡Vete por donde viniste,
pues no te quiero! Ella salió entonces y encontró a su suegra:
-¡Su hijo me ha
repudiado!
-¡Desdichada de mí por
ser su madre!... Pero tú, hija mía, no te aflijas: nadie habrá de enterarse de
nada.
Y también a ésta le
regaló muchas joyas y la envió de regreso a casa de su madre.
Transcurrió el tiempo y
la serpiente volvió a enfurecer reclamando una esposa. A la infortunada madre
no le quedó otro remedio que regresar a casa de la mujer y pedirle a su hija
pequeña, la más hermosa y también la más prudente de las tres. Tanto habló y
tanto imploró que madre e hija no pudieron por fin negarse.
Cuando condujeron a la joven
a su presencia, la serpiente la observó en silencio y, según su costumbre, se
estremeció en su escabel.
Hacía ya rato que
alumbraba el alba, cuando nuevamente la sierpe se aproximó a la muchacha que
yacía en el lecho.
-¿Puedes decirme qué hora es?
-Debe de ser la hora en
que mi padre montaba su fogoso caballo y marchaba a pastorear.
-¡Oh!... ¡Por fin tengo
la mujer que yo deseaba!... Dijo y de la piel de la serpiente surgió un joven
tan hermoso como una estrella.
La muchacha, llena de
admiración, exclamó con regocijo:
-¡Qué maravilla! ¡Qué
hermoso y qué bueno eres, esposo mío! Pero, ¿por qué hasta hoy has permanecido
encerrado en esa horrible envoltura?
-Por culpa de mi madre.
Ella deseó tener un hijo aunque fuese una serpiente, y en la piel de una serpiente
siempre me verá. Pero cuando estemos a solas tú y yo, podrás verme como ahora
lo haces, con mi verdadero rostro, y me gozarás lo mismo que ahora.
Hablando y hablando, se
quedó dormido. La muchacha se levantó entonces con gran precaución, cogió la piel
de serpiente y la arrojó a las llamas del hogar.
Fue seguidamente en busca
de su suegra y le dijo:
-¡Señora, venga a ver a
su hijo!
Al verlo la dama a punto
estuvo de caer muerta allí mismo, sintiendo antes un profundo dolor que la
satisfacción por aquel gozo inesperado.
Despertó el joven
entretanto y se lanzó corriendo en busca de la piel de serpiente, mas no la
halló donde la había dejado.
Rompió a reír su esposa y
le dijo que no se cansara buscando, pues la había arrojado al fuego con sus
propias manos.
Al escuchar esto él, la
abrazó y la besó en la frente al tiempo que decía:
-¡Con tu prudencia, oh
hermosa mía, has roto el maleficio!
110. anonimo (albania)
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