Juan Sol dado era un mozo que se enroló de soldado y
estuvo luchando en las guerras y un día se licenció cuando ya había cumplido su
servicio y decidió volver a su casa. Se puso en camino, andando por esas
tierras y durmiendo donde le pillara, y le dieron por la licencia del servicio
una torta de pan y tres monedas. Entonces se encontró con un pobre que le pidió
de comer y Juan Sol dado le dio la
mitad de su pan. Y ese pobre era el Señor, pero no le dijo nada. Más tarde se
encontró con otro pobre que también le pidió de comer y Juan Sol dado le dio la otra mitad de su pan y se quedó
sólo con las tres monedas. Y ese pobre era san Pedro. Una noche en que estaba
perdido vio una luz y se dirigió a ella, a ver quién había.
Llegó a
donde la luz y allí estaban el Señor y san Pedro, que le recibieron.
‑¿Puedo
quedarme aquí con ustedes? ‑dijo Juan Sol dado.
Y ellos
le dijeron:
‑Sí que
puedes. Pero no tenemos de comer y uno de nosotros tendría que ir a comprar un
cordero.
Y dijo
Juan Sol dado:
‑Yo
compraré el cordero, que aún me quedan tres monedas ‑y fue y lo compró.
Entonces le dijo el Señor:
‑Ahora te
vas a ocupar de asar este cordero que has comprado, porque nosotros nos vamos
acercar al pueblo de al lado a pedir un poco de pan.
El Señor
y san Pedro se fueron al pueblo y Juan Sol dado
se quedó asando el cordero. Traía tanta hambre Juan Sol dado
y le sonaban de tal modo las tripas por el hambre que traía que no pudo
resistir y se comió la asadura del cordero mientras los otros estaban fuera. Y
cuando volvieron con el pan, se sentaron todos a comer.
‑¿Qué?
¿Ya está listo el cordero? ‑dijeron.
‑Listo
está ‑contestó Juan Sol dado, y se
pusieron a comer.
Estaban
comiendo cuando el Señor preguntó:
‑¿Dónde
está la asadura del cordero, que no la veo por ninguna parte?
Y dijo
Juan Sol dado, tan tranquilo:
‑¡Anda!
Pero ¿es que no sabes que éste es un cordero negro y que los corderos negros no
tienen asadura? Los blancos sí que la tienen, pero no los negros.
El Señor
y san Pedro se conformaron y comieron de lo que había. Después se echaron una
buena siesta y, al despertar, se pusieron en camino otra vez. Pronto llegaron a
un pueblo donde había un enfermo que se estaba muriendo y los familiares se
acercaron al Señor, que tenía fama de curar a los enfermos en todas aquellas
tierras, para pedirle que viera si el enfermo tenía curación. Juan Sol dado se dirigió entonces a los familiares y les
dijo que, como eran tres, tendrían que darles tres arrobas de carbón, tres de
nueces y tres de vino. Así convinieron y el Señor, entretanto, mandó hacer una
buena lumbre y que todos se fueran. Y cuando la lumbre estuvo bien fuerte, puso
el Señor al enfermo sobre ella; y decía Juan Sol dado:
‑¡Madre
mía! Cuando entren y vean que ha quemado al enfermo, aquí mismo nos matan.
Pero, al
cabo del rato de estar el enfermo a la lumbre, el Señor le echó su bendición y
el enfermo sanó todo y el Señor mandó abrir la puerta y mostró al enfermo a sus
familiares, que le acogieron con gran alegría.
‑Pídanos
lo que quiera ‑decían‑, que con todo gusto se lo daremos.
Y dijo el
Señor:
‑Nada
quiero.
Y
salieron los tres del pueblo.
Y ya se
estaban alejando cuando Juan Sol dado
le dijo al Señor:
‑Mire
usted que me he dejado mi navaja donde el enfermo y, con su venia, vuelvo por
ella ‑y el Señor sabía que Juan Sol dado
volvía para pedir dinero a los familiares del enfermo.
Conque
volvió y dijo Juan Sol dado:
‑Dice mi
amo que me tiene que dar usted dos talegas de dinero.
‑Pues
bueno ‑le dijeron aquellas buenas gentes, aquí tiene usted las dos talegas y
vaya con Dios.
Volvió
Juan Sol dado con sus compañeros y
les enseñó las dos talegas y dijo:
‑Si
vosotros no las habéis querido, a mí sí me las han dado y mías son.
‑Pues tú
sabrás ‑dijo el Señor. Y siguieron andando. Y llegaron a otro pueblo, donde también
había otro enfermo que estaba en las últimas. El Señor volvió a convenir que
le entregasen tres arrobas de carbón, tres de nueces y tres de vino y se
encerró con el enfermo. Y Juan Sol dado
decía:
‑Esta vez
sí que nos matan ‑y empezó a comer nueces y vino para que le aprovecharan. Y
pasado el tiempo, el Señor salió de la habitación donde estaba encerrado con
el enfermo y el enfermo apareció sano como una manzana. Y le dijeron los
familiares:
‑Pida
usted lo que quiera, que se lo hemos de dar.
Y dijo el
Señor:
‑Nada
quiero.
Total,
que se fueron como la otra vez y cuando ya se iban alejando, dijo Juan Sol dado:
‑Que me
he dejado el pañuelo donde el enfermo y tengo que volver por él.
Y dijo el
Señor:
‑Pues
nada, vuelve y tráetelo.
Y Juan Sol dado volvió, pero nada de buscar el pañuelo. Les
dijo a los familiares:
‑Que
vengo de parte de mi amo, que me tienen ustedes que dar tres talegas de dinero
‑y se las dieron.
Volvió
Juan Sol dado donde estaban el Señor
y san Pedro y les mostró las talegas de dinero y les dijo:
‑Las
veréis, pero no las cataréis. Si a vosotros os dicen que pidáis y no queréis
¿por qué he de repartirlo con vosotros?
Pero el
Señor le dijo que le entregara el dinero y lo dividió en cuatro partes y dijo:
‑Tres
partes son para nosotros tres y la cuarta es para el que se comió la asadura.
Y dijo
Juan Sol dado:
‑Pues ésa
es para mí, que yo fui quien se comió la asadura.
Y así se
supo quién se había comido la asadura; entonces le dijo el Señor:
‑Bueno,
pues vete en paz.
Conque se
fue Juan Sol dado por su cuenta y
llegó a un pueblo donde había un enfermo. Y como él había visto lo que hacía
el Señor, dijo:
‑Si
ustedes me dan cuatro talegas de dinero yo les he de curar al enfermo.
Se las
dieron y mandó encender una lumbre y se encerró con el enfermo, pero cuando
puso al enfermo sobre la lumbre se le quemó todo y a la mañana siguiente fueron
a verlo y lo encontraron bien muerto. Y los familiares querían matar a Juan Sol dado, pero entonces apareció el Señor y le dijo:
‑Tú no
tienes poder para hacer estas cosas. Yo ahora voy a resucitar a éste, pero tú
no pedirás ningún dinero por eso y devolverás el que te han dado ‑y así lo hizo
y el enfermo volvió a la vida.
Entonces
se fueron otra vez el Señor y san Pedro con Juan Sol dado.
Y le dijo el Señor:
‑Juan Sol dado, porque fuiste bueno con nosotros y nos
diste lo que tenías, ahora quiero darte lo que me pidas.
Y le dijo
san Pedro:
‑Anda,
Juan Sol dado, pide ir al cielo.
Y decía
Juan Sol dado:
‑¿Y para
qué quiero ir al cielo? ¿Es que no hay escaleras para subir allá? Yo lo que
quiero es una silla que quien se siente no se pueda levantar de ella a menos
que yo se lo mande.
‑Bueno,
pues concedido ‑dijo el Señor.
Y dijo
Juan Sol dado:
‑Y
también quiero un saco que sólo se abra y se cierre cuando yo lo mande.
‑Bueno, pues
concedido ‑dijo el Señor.
Y dijo
Juan Sol dado:
‑Pues lo
último que quiero es una higuera a la puerta de mi casa, que todo el que se ‑suba
en ella no se pueda bajar hasta que yo se lo mande.
‑Bueno,
pues concedido y ya son tres ‑dijo el Señor.
Y Juan Sol dado se marchó y llegó a su pueblo y allí se
casó.
Pasó el
tiempo y un día dijo el diablo:
‑Este
Juan Sol dado ya debe de estar viejo,
así que habrá que ir a buscarle. ¿Quién va a buscarle?
Se
ofreció un demonio chico y dijo el diablo:
‑Muy
bien, pues que vaya éste.
Conque
llegó a la casa de Juan Sol dado y
tocó a la puerta y le abrió el mismo Juan Sol dado,
que conoció en seguida que era un demonio. Conque le dijo:
‑¡Hombre!
Ya veo que vienes por mí. Pues nada, siéntate en esta silla y espera mientras
me visto.
El
demonio chico se sentó en la silla y se quedó sentado sin poderse levantar.
Entonces Juan Sol dado llamó a su
gente y entre todos le dieron una buena paliza hasta que el pobre demonio chico
gritó:
‑¡Juan Sol dado, déjame ir y te aseguro que nunca más vendré
por ti!
‑Pues
anda, levántate ‑dijo Juan Sol dado,
y el demonio chico escapó a todo correr y no paró hasta la misma puerta del
infierno.
El
diablo, al verle, se puso furioso, pero entonces un demonio grande le dijo:
‑Déjalo,
que ya voy a ir yo por Juan Sol dado
y lo he de traer de las orejas.
El diablo
le dijo que bueno y el demonio grande se fue a buscar a Juan Sol dado a su casa. Conque llegó a su casa y golpeó
la puerta diciendo:
‑Abre,
Juan Sol dado, que esta vez no te va
a valer la silla.
Y salió
Juan Sol dado a abrirle y el demonio
grande le dijo que le venía a buscar para llevarlo con él, y le dijo Juan Sol dado:
‑Pues
ahora mismo me voy contigo, pero me tengo que calzar y, mientras me calzo,
busca en ése saco que ves ahí el dinero para el viaje.
Metió el
demonio grande la mano en el saco y no la pudo sacar. Entonces llamó Juan Sol dado a su gente y vinieron con palos a apalearon
al demonio grande hasta dejarlo todo magullado.
El
demonio grande escapó cuando Juan Sol dado
le dejó sacar la mano del saco y volvió corriendo al infierno y dijo:
‑Mirad
cómo me han puesto.
‑Pues así
me pusieron ayer a mí ‑dijo el demonio chico y entonces el diablo se puso más
furioso que nunca, se echó la capa encima y se fue él mismo a buscar a Juan Sol dado. Llegó a su casa bufando y llamó a la puerta
y cuando salió Juan Sol dado le dijo:
‑Ahora
mismo te vienes conmigo, que no te van a valer ni la silla ni el saco.
Y le dijo
Juan Sol dado:
‑Pues muy
bien, señor diablo. Súbase a esa higuera y coja unos higos para el camino, que
yo salgo ahora mismo.
Se subió
el diablo a la higuera y, claro, no se pudo bajar. Y Juan Sol dado llamó a su gente y empezaron a tirarle
piedras hasta que se cansa-ron y el diablo sin poderse bajar de la higuera, que
sólo se bajó cuando le dio permiso Juan Sol dado
y para entonces estaba tan baldado que casi no se podía mover y llegó al
infierno medio muerto.
Volvió a
pasar el tiempo y Juan Sol dado ya
era muy viejo y le tocó morirse y en esto llegó a la puerta del infierno y
llamó a ver si se podía quedar allí.
‑¿Quién
va? ‑le preguntaron.
‑Juan Sol dado ‑respondió él.
‑¡Ay, no,
a ti no te abrimos, que bastante daño nos has hecho ya con tantas palizas!
Y Juan Sol dado se marchó y estuvo vagando por ahí hasta que
dio con la puerta del cielo. Y salió san Pedro a abrirle y le dijo:
‑Pero
¡hombre! ¿Tú por aquí? ¿Pues no decías que no querías el cielo? ¿A qué vienes
ahora?
‑Pues ya
ves ‑dijo Juan Sol dado, humilde.
‑¿Y no
decías que si no había escaleras para subir aquí? ¿Pues qué, has subido por
ellas? ‑se chanceaba san Pedro. Pero al final le dio pena y se fue a hablar con
el Señor. Y san Pedro le preguntó:
‑¿Dónde
ponemos a éste?
Y dijo el
Señor:
‑Ahí
mismo, detrás de la puerta, donde se esté quieto.
Y allí
está desde entonces, tan quietecito, Juan Sol dado:
en un rincón del cielo.
003. anonimo (españa)
No hay comentarios:
Publicar un comentario